“Las relaciones entre colono y colonizado son relaciones
de masa. Al número, el colono opone su fuerza. El colono es un exhibicionista.
Su deseo de seguridad lo lleva a recordar en alta voz al colonizado que:
‘Aquí el amo soy yo’. El colono alimenta en el colonizado una cólera
que detiene al manifestarse.”
Frantz Fanon1
“…no existe una estética feminista ‘correcta’.”
Janet Wolff2
“Una teoría es exactamente como una caja de herramientas.
no tiene nada que ver con el significante. Debe ser útil. Debe funcionar.
Y nunca por sí misma. Si nadie la utiliza –empezando por el teórico
mismo, que al hacerlo dejaría de serlo– la teoría carece
de valor; o quizás es que el momento no es el adecuado.”
Gilles Deleuze3
“…probablemente no deberíamos mantener la formulación
‘arte feminista’, ya que una ideología no constituye un estilo.”
Mary Kelly4
“Para el crítico Stendhal, la búsqueda tanto
del arte como del amor, era un ideal no apto para las ‘gentes moderadamente
apasionadas’. La crítica feminista de arte asume el reto, pero al
mostrar sin pudor su ‘amor por el arte’, corre el peligro de ser acusada
de promiscuidad intelectual, ya que se supone que mezcla indiscriminadamente
metodologías, maneras de escribir, cuerpo y mente. Sin embargo,
esa promiscuidad es la libertad mental cuyo fin último es la libertad
misma.”
Joanna Frueh5
La teoría y la práctica artística no han sido
siempre una pareja bien avenida; su tumultuosa relación de amores,
rechazos e impasses ha provocado a menudo situaciones contradictorias.
En no pocas ocasiones, los trabajos de las y los artistas se han visto
abrumados con pesadas cargas conceptuales que los han abocado a callejones
sin salida donde se perdía la riqueza de matices que rodea a los
proyectos artísticos. En otras, los artistas han rechazado filiaciones
teóricas que, sin embargo, se manifestaban explícitamente
en sus trabajos, dificultando así una recepción abierta de
las obras. A menudo, la relación entre ambas ha devenido en un decálogo
de instrucciones que garantizaba una perfecta adecuación entre ellas
pero que ha tendido a olvidarse de los receptores de los mensajes, no siempre
informados de las leyes internas que regían este peculiar vínculo.
La situación actual dentro del mundo del arte reúne a
un cada vez más numeroso grupo de artistas con una actitud crítica
hacia la idea de que sus investigaciones sean manipuladas para ilustrar
discursos y a un creciente número de teóricos progresivamente
más receptivos y dispuestos a interactuar con diferentes variables
ante la imposibilidad de establecer clasificaciones perennes. Por otro
lado, la frontera entre ambos campos de actuación se diluye, siendo
habitual el salto de uno a otro lado de esta sinuosa barrera.
Cuando se nos ofreció la posibilidad de reflexionar sobre las
aportaciones que el cada vez más amplio número de mujeres
artistas y teóricas han y hemos incorporado al ámbito del
arte actual, nos planteamos primero el problema metodológico que
suponía para nosotras reforzar una división por géneros
(masculino y femenino) que, aunque comúnmente aceptada e impuesta
por nuestras sociedades, resulta difícilmente aceptable en todo
su rigor por individuos particulares. Si hay algo que podría definir
a los seres humanos contemporáneos es una mayor consciencia de la
posibilidad de una diversidad de géneros, un conjunto interminable
de opciones injusta y cruelmente atajado por imperativos legales y económicos
de orden político; una diversidad que permitiría la creciente
interacción entre los distintos grupos sociales, dificultando la
“pureza” de las castas e impidiendo así el reforzamiento de estereotipos
obsoletos. Obviando esa necesidad clasificatoria que habría desembocado
en un proyecto reduccionista con la clásica exposición de
mujeres, optamos por una opción desde nuestro punto de vista más
abierta y rigurosa que consistía en iniciar una búsqueda
a través de la influencia que en el mundo de las artes visuales
han tenido los distintos modos de pensamiento feministas y los debates
que han surgido en torno a éstos, una búsqueda que fuera
más allá de la clasificación de género de sus
protagonistas y que explorase aquello que a nuestro modo de ver permanece
y que ha dejado su huella en las prácticas artísticas de
mujeres y hombres contemporáneos.
El pensamiento feminista, con todas sus variantes, sus experimentaciones,
contradicciones, su fuerza y sus limitaciones, ha modificado desde finales
del siglo pasado la faz de las sociedades occidentales, cuestionando sustancialmente
las estrategias de poder e iniciando una descolonización en la que
las relaciones humanas tradicionales centradas en la discriminación
por razones de género comienzan a diluirse. El proceso, aunque aparentemente
irreversible, se encuentra todavía en sus inicios y los cambios
políticos, sociales o culturales que se produzcan a raíz
de su influencia, son aún para nosotros difíciles de analizar
con rigor pues forman parte más de un futuro lejano que de un pasado
reciente. Por ahora, tan sólo podemos acercarnos a preguntas esbozadas
que han ido obteniendo respuestas parciales y, en el caso particular que
nos ocupa, a las modificaciones conceptuales que se han planteado en el
entramado artístico.
Cada paso dado ha sido un paso culturalmente compartido, cuya influencia
se ha extendido a individuos diferentes –no siempre necesariamente afines
a los discursos recibidos–. Los debates iniciados han tenido lugar, fundamentalmente,
en la esfera pública y se hallan, en mayor o menor medida, al alcance
de todos aquellos que han podido desear conocerlos. En lo referente a la
teoría y en unos pocos países, casi todos incluidos dentro
del área anglosajona, los pensamientos feministas han pasado ya
a formar parte de una siempre indefinida corriente principal y su carga
crítica se ha incorporado a una esfera más general, potenciando
miradas menos apasionadas. Desde el resto, nos unimos a discursos ya conformados
bajo otras preocupaciones y elaborados en otras lenguas, siendo algunas
de sus argumentaciones centrales difícilmente transferibles a contextos
culturales diferentes.
1. Algunas preguntas y algunas de sus consecuencias
¿Por qué no ha habido grandes mujeres artistas? Esta pregunta
que Linda Nochlin usara como título de su ya famoso artículo
publicado en la revista Art News en 1971,6 supuso el inicio de una serie
de interrogantes y la búsqueda de las consiguientes respuestas acerca
del papel desarrollado hasta el momento por las mujeres en el mundo de
las artes plásticas. En este plano de lo artístico, la pregunta
fue el reflejo del cambio sustancial que se había producido en la
situación política y social para las mujeres de aquella época
a raíz del Movimiento de Liberación de Mujeres, que las había
sacado de la invisibilidad y el silencio. Este movimiento, que se inició
en Estados Unidos a finales de los años 60, encontró rápidamente
eco en una Europa aún deudora de los postulados marxistas, pero
que comenzaba a cuestionarse las posibilidades reales de liberación
que desde el seno del socialismo se ofrecía a los grupos sociales,
raciales y sexuales menos favorecidos.
Las posturas más radicales dentro del terreno de las artes visuales
se produjeron en el ámbito anglosajón, principalmente en
Gran Bretaña y Estados Unidos, que comenzaron a marcar las pautas
de actuación y cuyo liderazgo crítico ha permanecido intacto
hasta el momento. Si los movimientos radicales del 68 habían cuestionado
y desestabilizado a las democracias conservadoras en otros países,
en la inmensa mayoría del planeta, y en lugares como el nuestro,
el yugo de unas dictaduras totalitarias impidió la exteriorización
de los cambios que se estaban fraguando en la clandestinidad y nos privó
irremisiblemente de ocupar un papel protagonista en la producción
cultural. En nuestro caso, además, el posterior mantenimiento de
una distancia pasiva o la asunción acrítica de postulados
igualitaristas exportados desde una visión idealista y universalista
del progreso emancipatorio de las sociedades sentenció definitivamente
cualquier acción destinada a introducirnos en un debate más
internacional, convirtiéndonos en traductoras y traductores ideales
de aquello que se nos ofrecía desde el exterior.7 En todo caso,
y más específicamente en el terreno del arte y de la creación
cultural, la permanencia posterior de unas estructuras y unos medios de
comunicación marcada y orgullosamente androcéntricos y la
pertenencia de la casi totalidad de sus dirigentes, y de los artistas por
ellos seleccionados, a las clases económicamente privilegiadas –para
quienes los problemas sociales y vivenciales que afectan e interesan a
la inmensa mayoría de la población se diluyen a golpe de
poéticos y sublimes saldos bancarios–, ha ralentizado, cuando no
abiertamente impedido, que se hayan llevado a término cambios notorios
en los modelos de producción cultural.8
Como ya hemos comentado, en otros contextos más afortunados los
distintos modos de pensamiento que partían del feminismo pudieron
continuar su desarrollo, aunque en él se vieran cortocircuitados
y hubieran de sortear los obstáculos a los que ha tenido que enfrentarse
siempre en su presente histórico toda acción encaminada a
mejorar la situación de los marginados (un gran recelo, el abierto
rechazo y persecución, la infravaloración demagógica
de las propuestas, etc.). En su devenir se vieron lógicamente influenciados
por las tendencias filosóficas que se estaban desarrollando en el
momento y, hoy por hoy, parece que han terminado encontrando un pequeño
espacio en la elite académica, habiendo sido en muchos casos absorbidos
o subvencionados por las propias instituciones culturales que en un principio
los rechazaron. A pesar de ello, su influencia ha ayudado a cambiar un
paisaje artístico aún heredero del Romanticismo y su estela
de genialidad. Los planteamientos iniciales que buscaban el desarrollo
de un arte propio de las mujeres, generado inicialmente por el sentimiento
de la marginación y de la anulación histórica, se
han bifurcado y expandido, configurando un universo híbrido en el
que las experiencias más radicales se han desplazado hacia una integración
consciente de su propia diferencia, alejada ya de postulados universalistas.
En 1949, Simone de Beauvoir se preguntaba: “Pero ¿es suficiente
cambiar las leyes, las instituciones, las costumbres, la opinión
pública y toda la estructura social para que mujeres y hombres se
conviertan en semejantes?”9 La pregunta fue retomada en parte dos décadas
más tarde y a ella se contestó con otras preguntas de carácter
muy diferente: ¿Se desea realmente esa semejanza? ¿Tenemos
mujeres y hombres las mismas metas, los mismos sueños, las mismas
vivencias? Por el hecho de reconocerse como el producto de una construcción
cultural elaborada históricamente en oposición binaria al
también construido rol masculino, ¿se debe asumir como deseable
un destino andrógino, definido mayoritariamente por quienes detentan
el poder en la negociación del futuro destino humano?10 Las categorías
hombre y mujer, femenino versus masculino, ¿tienen alguna validez
como herramienta conceptual? ¿O son lo suficientemente difusas como
para no poder emplearlas sin cuestionarlas?11 Las respuestas a estas y
otras muchas preguntas formuladas desde el seno del pensamiento feminista
se iniciaron hace ya tres décadas; las ideas abocetadas que en su
momento se pusieron sobre el tapete han sido ya cuestionadas y redefinidas,
las preguntas que centran el debate actual parten de estas premisas pero
han sido replanteadas y la situación en algunos países ha
cambiado drásticamente. El presente, al menos dentro del mundo del
arte, parecería querer dirigirse hacia una normalización
de la diferencia que, sin embargo, no termina nunca de producirse. La elite
artística, sobre todo el mercado del arte y sus instituciones, continúan
defendiendo posiciones conservadoras, muchas de ellas camufladas tras el
discurso de la queja por la pérdida de privilegios del “hombre blanco
heterosexual”.12 Mientras, somos muchos los artistas que intentamos vadear
la situación circundante aplicando estrategias individuales de resistencia
en la búsqueda de una más que merecida posibilidad de construcción
de una subjetividad personal alejada ya de políticas de autodefensa.
En el caso de aquellas y aquellos que conocemos los planteamientos de la
crítica feminista y que por ello podemos utilizarlos como referente,
se ha producido un distanciamiento de opiniones como las defendidas por
algunos influyentes sectores que planteaban, desde la teoría, que
el único arte feminista correcto es aquel que se dedica a constatar
y construirse a partir de las provocaciones patriarcales.13
Muy lejos de la situación actual, las manifestaciones artísticas
que surgieron durante la Segunda Ola del feminismo fueron la réplica
inmediata a esas agresiones y nacieron a raíz de una toma de conciencia
sobre la situación de discriminación que estaban viviendo
las mujeres artistas. Esta toma de conciencia dio paso a las preguntas
que cuestionaban los motivos aducidos para la separación histórica
entre las sobrevaloradas manifestaciones artísticas producidas por
hombres y las infravaloradas manifestaciones producidas por mujeres, y
como respuesta a esas preguntas se pasó a la acción. Las
exposiciones, reuniones y manifestaciones políticas que se organizaron
a ambos lados del Atlántico (de profuso seguimiento y mejor documentado
está lo que ocurrió en el contexto anglosajón) no
surgieron por generación espontánea. Con una situación
económica y sobre todo educativa privilegiada, estos países
se encontraban en condiciones de abrir nuevos espacios para las mujeres
y, sin embargo, ello no se reflejaba en la esfera pública. La rigurosa
política de cuotas aplicada por el sistema en perjuicio de las mujeres
impedía a las artistas una participación más justa
en el mundo del arte, como puede deducirse de unas declaraciones que Joan
Mitchell, una de las pintoras más relevantes del momento, realizara
en una entrevista del año 85 en relación al período
de los años cincuenta en Estados Unidos: “En aquella época,
las galerías no llevaban, digamos que, a más de dos mujeres.
Era un sistema de cuotas”.14 La exclusión forzosa se veía
facilitada por el ambiente misógino y de retorno al orden de las
sociedades democráticas después de la Segunda Guerra Mundial,
un ambiente compartido por otros países como Francia e Italia y
que terminaría por dar lugar a los movimientos feministas más
radicales del momento. A la diferencia u otredad impuesta desde el falocentrismo
se argumentó buscando y reconstruyendo una nueva diferencia más
atractiva y poderosa. Las fronteras impuestas desde lo masculino para preservar
su gueto no sólo no se saltaron sino que se siguió la estrategia
de reforzarlas; desaparecieron las súplicas, las quejas y los intentos
de razonar con la irracionalidad implícita en un régimen
político excluyente, un régimen que continuaba justificándose
a sí mismo mediante incongruentes herramientas filosóficas.
Por todo ello, las respuestas no se hicieron esperar y en ellas se hallaba
implícita la necesidad de rechazar el testigo entregado en la carrera
organizada por el poder: “Quien no pertenece a la dialéctica amo-esclavo
toma conciencia e introduce en el mundo al Sujeto imprevisto” escribía
Carla Lonzi en su libro Escupamos sobre Hegel y otros escritos15 publicado
en Milán en 1972 y ¿quién no deseaba ser un Sujeto
imprevisto en lugar de una tuerca oxidada del sistema?
La eclosión utópica del momento se dirigió mayoritariamente
dentro del terreno del arte hacia el cuestionamiento de las imágenes
de mujeres producidas por una sociedad androcéntrica (como sugerían
Parker y Pollock), hacia la evidencia de que “lo personal es político”
(la autobiografía), hacia una revalorización de los géneros
artísticos que implicaban tareas realizadas tradicionalmente por
mujeres (intento de equiparar arte y artesanía), hacia la búsqueda
de imágenes positivas de la Mujer y hacia la introspección
en el cuerpo femenino (los postulados y proyectos que realizaran Judy Chicago
y Miriam Schapiro en la costa oeste de Estados Unidos son el ejemplo más
contundente). No necesariamente tenía por qué haber sido
así, pero ésta fue la dominante en Estados Unidos y por ello
se ha exportado al resto del mundo como un desarrollo natural. La “concienciación”16
a través de la autoexploración personal se convirtió
en la metodología más extendida y la reivindicación
de una mitología femenina propia, en el nuevo Olimpo feminista.
La creencia en un proyecto común a todas las mujeres que, de hecho
y como más tarde veremos, reforzaba la categoría mujer contra
la que en principio habían surgido las protestas, intentó
dejar a un lado las disidencias y tendió a la uniformización
y esencialización de dicha categoría.17
Fue en este contexto donde se lanzó la pregunta que Lucy R. Lippard
hiciera tan famosa: “¿Qué es la Imaginería Femenina?”
Con esta pregunta aparentemente inocente se inició un controvertido
debate que aún hoy se mantiene vivo y que ha dado lugar a interminables
exposiciones de mujeres sobre lo femenino y sus hipotéticas lecturas.
La primera respuesta a la pregunta la da Linda Nochlin con una opinión
que presagiaría posturas más actuales: “Mi primera reacción
es de rabia por lo restrictivo del término. Yo soy un ser humano,
no definido por concepciones previas, andrógino, no programado para
alumbrar ninguna imaginería específica. Pero mi segunda reacción
es la de hacer un esfuerzo y meditarlo. Vivo en una sociedad, y el quién
soy yo viene determinado por la estructura vivencial que se le supone a
una mujer. Mi experiencia está filtrada a través de una compleja
interacción entre yo misma y las expectativas que el mundo tiene
de mí”.18 En esta respuesta se apuntaba una interacción entre
la experiencia individual y el entorno y a través de ella la pregunta
quedaba inteligentemente contestada. La experiencia individual muy difícilmente
puede separarse de los productos culturales heredados; la situación
social y personal de los artistas influye manifiestamente en su trabajo
y, después de la aparición del feminismo, ya no podemos mantener
la existencia de una mirada inocente. Pero ello no necesariamente trae
consigo una mirada de grupo coherente, predecible y universalizable ni
tampoco la asunción de una mirada colectiva intemporal. Como apuntaría
Judith Butler diecisiete años después: “Si una noción
de género estable deja de mostrarse como la premisa fundacional
de la política feminista, quizás hará falta un nuevo
tipo de política feminista que responda a las objetivaciones de
género e identidad; una política que asuma la construcción
variable de la identidad como requisito tanto metodológico como
normativo, cuando no como objetivo político”.19
2. Esencialismo y construccionismo (de la problemática del
uso del universal)
"Esencialismo es un término raramente
definido o explicado explícitamente en contextos feministas, pero
con una historia larga e ilustre dentro del desarrollo de la filosofía
occidental. Aquí se refiere a la atribución de una esencia
fija a la mujer. La esencia de la mujer se asume como dada y universal,
y se identifica por lo general, aunque no necesariamente, con la biología
y características ‘naturales’ de la mujer”.
Elizabeth Grosz20
“Insistir en que el esencialismo es siempre y en todas
partes reaccionario supone para el construccionista aceptarlo a través
de la denuncia misma; equivale a actuar como si el esencialismo tuviera
esencia”.
Diana Fuss21
El debate abierto que de alguna manera resume las discusiones establecidas
en el seno de los diferentes modos de pensamiento feminista durante los
últimos años se ha centrado en torno a una defensa o denostación
de los presupuestos esencialistas como modo de construcción de un
pensamiento particular de las mujeres. Como expone Elizabeth Grosz en su
libro Space, Time, and Perversion, el esencialismo surge como una búsqueda
dentro de una descripción universalizante iniciada en el seno del
pensamiento patriarcal, una descripción que definiría las
características intrínsecas y comunes a la totalidad de las
mujeres, las razones que a la postre serían utilizadas como justificación
filosófica de su exclusión de los modos de producción
cultural y económica durante siglos. Retomando la definición
de Grosz, el esencialismo aunaría biologicismo y naturalismo, además
de, en ciertos casos determinados, algunos distintivos psicológicos
como el instinto maternal, la empatía, la no competitividad, etc.
El término también puede aplicarse a actividades y procedimientos
característicos de ciertas prácticas sociales como la intuición,
las respuestas emocionales, el compromiso y la preocupación por
ayudar a otras personas... Desde posturas esencialistas se mantendría
que estas características son compartidas por todas las mujeres
del planeta y lo han sido a lo largo de la historia. Como subraya Grosz,
ello implicaría “un límite sobre las variaciones y posibilidades
de cambio” ya que “no es posible para un sujeto actuar en contra de su
esencia”.22
Partiendo de presupuestos esencialistas, una gran parte de las aproximaciones
feministas intentaron una recuperación dignificada y ensalzada de
esa diferencia esencial; ampliándola, estudiándola y convirtiéndola
en punto de partida para la construcción de una opción vital
renovada y celebratoria. En el mundo del arte esta postura tuvo repercusiones
claras en la obra de artistas como Judy Chicago y Miriam Schapiro o en
la búsqueda de una imaginería propia de la mujer planteada
por Lucy Lippard,23 todo ello paralelamente al desarrollo de los acontecimientos
en el terreno de la literatura, donde se había planteado la exploración
de una écriture féminine, partiendo, en la mayoría
de los casos, de una visión simplificada de los contradictorios
y ambiguos postulados de Hélène Cixous y de parte de la crítica
literaria francesa. Como ya recogiera en su completo estudio sobre la crítica
literaria feminista Toril Moi: “Para Cixous, los textos femeninos son textos
que ‘tratan de la diferencia’, como dijo en una ocasión, luchan
contra la lógica falocéntrica dominante, rompen las limitaciones
de la oposición binaria y gozan con los placeres de un tipo de escritura
más abierta”.24 Cixous no identificaría sin embargo femenino
con mujer, el género biológico y la femineidad en su caso
se diluyen, pero el conjunto de su trabajo es lo suficientemente complejo
como para que sus postulados fluctúen, salten y confundan adrede
a una mente analítica.
Pero esta re-creación de las “imágenes de la mujer” se
enfrentó finalmente a un gran problema que residía en el
ineludible hecho de definirse en “oposición a...”, de no buscar
más que en territorios que no hubieran sido considerados propios
de la masculinidad con anterioridad, una acción que implicaba la
acotación de un espacio y que ponía límites a la creación
realizada por las mujeres más conscientes. Lo femenino se definía
en oposición y ausencia deliberada de lo masculino, una oposición
que a la postre reforzaba los estereotipos. La consecuencia inmediata ante
dichas posturas fue la diáspora. Siendo conscientes de ello, desde
postulados cercanos a lo que ha venido a denominarse construccionismo25
se han defendido posicionamientos contrarios al ensalzamiento de lo femenino
en cuanto a categoría inalienablemente unida a los individuos llamados
mujeres: “No se nace mujer: llega una a serlo”.26 El género se plantea
entonces como una construcción social cuya fluctuación es
posible en el devenir histórico y que se halla en constante negociación
desde el mismo momento en el que su perennidad comienza a ser cuestionada.
Desde estas posturas, la reivindicación de la categoría mujer
se convierte en un imposible, dada la dificultad de su uso con rigor. Trabajos
como el de Julia Kristeva se orientan en este sentido: “El creer que ‘se
es mujer’ es casi tan absurdo y siniestro como creer que ‘se es hombre’”,
afirma en una entrevista con mujeres del grupo Psychanalyse et politique
publicada en 1974.27 Kristeva rechaza la existencia de una écriture
féminine, dejando claro que el producto cultural que pretende ser
etiquetado bajo esa denominación de origen podría no ser
más que aquello que el mercado ha querido dejar pasar como tal.
El reconocimiento de esa imposibilidad de aceptar un ser femenino e
intemporal situó la práctica artística feminista más
relacionada con este tipo de planteamientos muy lejos de las posturas de
reivindicación de lo femenino, potenciando una actitud crítica
hacia los modos de representación tradicionales asociados a un pensamiento
patriarcal. Desde estos postulados se aconsejó y favoreció
una práctica artística alejada de la búsqueda de imágenes
positivas de la mujer28 y más centrada en la reflexión sobre
los procesos de producción y recepción de la obra de arte.
Al final resulta interesante comprobar cómo esencialistas y construccionistas
se hallaban más cerca entre sí de lo que en principio hubieran
deseado, ya que tanto unas como otras decidieron centrarse en ese aspecto
ya citado de construcción de un mundo “en oposición a”. Si
desde posiciones esencialistas, por otra parte mucho menos naives de lo
que se nos ha pretendido mostrar, se intentaron crear imágenes positivas
de la mujer partiendo de una definición de ésta planteada
en sus inicios desde puntos de vista patriarcales y por ello en confrontación
dual con lo masculino, desde los postulados construccionistas se censuró
la utilización desacomplejada del cuerpo femenino y de elementos
asociados a la femineidad y se instó a una práctica artística
centrada en la crítica a las imágenes de la mujer desarrolladas
desde el poder. Como dijeran Parker y Pollock: “Dentro de una cultura dominada
por el hombre, su lenguaje y códigos de representación, no
es posible producir de una manera simple una gestión alternativa
y positiva de la imagen de la mujer.”29 En ambos casos se acotaba la creatividad
de las artistas, intentando restringir su actividad al someterla sin cuartel
a la teoría y, finalmente, simplificándola, en un intento
de que su lectura fuera más directa.
Retomando a Judith Butler en su influyente Gender Trouble: “Cuando la
‘cultura’ relevante que ‘construye’ el género se comprende en términos
de tal o cual ley o código de leyes, parecería entonces que
el género está tan determinado y es algo tan fijo como lo
era bajo la formulación de determinismo biológico. En ese
caso, la cultura, y no la biología, se convertiría en factor
determinante.”30 Judith Butler plantea el peligro de llegar a un callejón
sin salida en el que la cultura sustituiría a la biología
en su formulación teórica, pero mantendría las mismas
restricciones de acción y creación dividiendo de nuevo a
los individuos y clasificándolos y describiéndolos de antemano
según la filiación genérica impuesta (o adoptada).
Sin embargo, la anulación de la categoría mujer del campo
de acción teórico podría, al mismo tiempo y como ya
ha ocurrido en otras ocasiones, provocar una desaparición de referentes
directos, una eliminación de las herramientas estratégicas
que sólo beneficiaría a aquellos que detentan el poder. Intentos
de recuperar una idea más abierta de un cierto esencialismo en aras
de poder emplear la categoría mujeres se han realizado a raíz
del riesgo evidente de desaparición del entramado social que supone
el cuestionamiento constante de la propia existencia en pro de una pureza
teórica. Para Diana Fuss: “Mantener la concepción de la mujer
como clase social puede, como mucho, ayudarnos a tener en cuenta que las
categorías sexuales que manejamos no son otra cosa que construcciones
sociales; posiciones-sujeto sometidas al cambio y a la evolución
histórica. No soy, ni mucho menos, la primera feminista que sugiere
que necesitamos mantener la idea de mujer como clase social por razones
políticas. Sin embargo, me gustaría llevar esta convicción
a sus últimas consecuencias, sugiriendo que de lo que el feminismo
no puede prescindir es de la política, esencial para sus múltiples
auto-definiciones. En mi opinión, resulta revelador que los construccionistas
se muestren dispuestos a desplazar la ‘identidad’, el ‘yo’, la ‘experiencia’,
y prácticamente cualquier otra categoría autoevidente excepto
la política, hasta el extremo de que es difícil imaginar
un feminismo apolítico, la política surge como esencia del
feminismo.”31
Para la práctica artística, la búsqueda de espacios
intermedios se ha hecho indispensable y de ahí la reticencia a afiliarse
a posturas concretas que ha ido caracterizando la actitud de muchas artistas.
Cuando la revista October preparó un número específico
que reflexionara sobre el debate feminista en el terreno de las artes plásticas,32
se lanzaron a una serie de artistas y críticos dos preguntas que
en realidad se centraban en el análisis del debate en torno a las
prácticas artísticas más esencialistas de los años
60 y 70 frente a otras más teóricas de los 80, planteando
además la posible “accesibilidad” del feminismo más político
frente al “elitismo” de un feminismo más teórico. La mayoría
de las respuestas ponían ya entonces de manifiesto la necesidad
de realizar un esfuerzo para superar esas dicotomías y evidenciaban
la contaminación entre los diferentes postulados. En el catálogo
de la exposición Sexual Politics, Amelia Jones también presenta
un acercamiento mucho menos inocente a la utilización de la imaginería
femenina, un posicionamiento que tiene en cuenta las implicaciones teóricas
de esa contradictoria decisión de utilizar el propio cuerpo como
lugar para una representación a pesar de ser un lugar de conflicto
(o quizás precisamente por ello).
La identidad de género reconceptualizada como efecto, como una
identidad que “no está ni fatalmente determinada, ni es totalmente
artificial y arbitraria”, en palabras de Judith Butler,33 se mantiene pues
como espacio contradictorio, a la vez necesario y peligroso, pero ¿no
es quizás ese su mayor atractivo?
3. Una Zona F. De sus espacios, sus prácticas y sus múltiples
recorridos
“Si querías dejar tu impronta en la comunidad
de la vanguardia, necesitabas relacionar tu trabajo con lo que pasaba:
referencia. Tras ello debías remitirte al líder del momento,
a la obra o proyecto que representaba el último movimiento, la última
palabra o lo que se consideraba la formulación definitiva de las
preocupaciones comunes: deferencia. Finalmente, tu propio movimiento suponía
el establecimiento de una diferencia que debía ser legible en los
términos de la estética y la crítica del momento,
y suponer a la vez un progreso definitivo dentro de esa posición”.
Griselda Pollock34
La cita que hemos seleccionado para comenzar este cuarto apartado
ha sido extraída de un libro que recoge una conferencia impartida
por Griselda Pollock en la que se revisa la situación artística
a finales del siglo xix desde una perspectiva actual. En ella, Pollock
maneja estas tres variables como jugadas imprescindibles en la partida
que situaba a un artista dentro del grupo de los elegidos durante los primeros
movimientos vanguardistas. Este esquema, aplicado al entramado artístico
presente cien años después, parece poder seguir siendo útil,
ya que quizás ahora estas tres variables puedan mantenerse frente
a un contexto más diverso de lo que era entonces. Nos guste o no,
referencia, deferencia y diferencia terminan marcando un trabajo y lo dan
a conocer, lo hacen comprensible e introducen los cambios más relevantes.
Las artistas que formaron parte de los primeros movimientos feministas
se vieron imposibilitadas para completar el esquema y hubieron de reaccionar
utópicamente ante la exigencia de una deferencia que se presentaba
casi como un imposible en aquella situación abiertamente reaccionaria;
fueron por ello injustamente condenadas con un descrédito consensuado
y potenciado por la crítica de arte más instaurada en la
academia y sus instituciones. De hecho, son muchas las exposiciones y los
acercamientos teóricos que todavía quedan por realizarse
a lo que en aquellos momentos sucedió y que ha modificado sustancialmente
la faz del arte actual. A pesar de ello, ahora la situación está
empezando a suavizarse, parte de aquellas propuestas están siendo
recuperadas por algunas y algunos de los artistas más conocidos,
como los presentes en esta exposición, si bien resulta obvio que
la radicalidad de grupo se ha transmutado en una radicalidad más
independiente.
Con Zona F hemos elaborado un proyecto que pretende cuestionar los estereotipos
aún vigentes con respecto a la influencia que los discursos feministas
han tenido en las prácticas artísticas contemporáneas.
Para ello, nos hemos propuesto exceder los límites de una ortodoxia
historicista, intentando contribuir a la expansión y la apertura
de esa zona acotada en la que habitualmente se ha encerrado a aquellas
investigaciones artísticas abiertamente deudoras de los planteamientos
teóricos feministas; unos discursos que, como hemos visto, se han
multiplicado y derivado a posicionamientos críticos incluso con
sus propios objetivos iniciales. Existen, y existirán seguramente,
una gran cantidad de trabajos dentro del ámbito del arte con componentes
formales o conceptuales herederos en gran medida de estos discursos; ello
no significa que se constituyan en el elemento principal de la obra ni
que dificulten u oculten otros contenidos. Desde los feminismos también
se han planteado múltiples preguntas que provocan respuestas diversas
y que alejan a los trabajos que puedan encajar en su marco teórico
de la idea de que tanto su aspecto como su contenido hayan de presentar
unas marcas fácilmente identificables. Por ello presentamos una
Zona F abierta e informe que haría referencia a un paisaje imaginario,
sin limitaciones geográficas, formales o de género, un paisaje
donde las fronteras entre las experiencias múltiples de los distintos
artistas puedan cruzarse y enriquecerse mutuamente.
Mediante este recorrido que iniciamos aquí, intentamos testimoniar
el elevado nivel de infiltración que los discursos feministas han
alcanzado en el arte contemporáneo y los aspectos contradictorios
que esta incursión todavía no del todo reconocida continúa
provocando. Las aportaciones procedentes de la práctica teórica
y artística que se desarrollaron desde los feminismos durante los
años setenta y ochenta supusieron una ruptura con los presupuestos
formalistas entonces imperantes dando paso a una concepción más
abierta y alejada de las nociones absolutas que otorgaban al Arte un carácter
de universalidad y neutralidad, una concepción que de una manera
nada inocente servía para encubrir el protagonismo elitista del
incontestable genio masculino. Desde los posicionamientos feministas no
sólo se promocionó la incorporación de numerosas artistas
mujeres a la corriente principal sino que también se favoreció
la inclusión de disciplinas hasta entonces menospreciadas ajenas
a la alta cultura, así como el predominio de aspectos infravalorados
como la autobiografía o la consciencia política como parte
de ese universo personal. En palabras de Toril Moi y refiriéndose
a la crítica literaria feminista: “Este énfasis en el derecho
del lector a saber de la experiencia del escritor confirma claramente el
presupuesto básico del feminismo, que ninguna crítica es
‘imparcial’, que todos hablamos desde una determinada posición conformada
por factores culturales, sociales, políticos y personales”.35
Las y los artistas seleccionados reflejan el carácter expandido
de una práctica artística contemporánea dentro o cercana
a los pensamientos feministas, alejada tanto de la excesiva rigidez teórica
y lingüística que primó en parte de las artistas más
significativas de los años ochenta como de la celebración
utópica de los setenta. Su obra evidencia la vigencia de la mayor
parte de las propuestas, sin embargo ninguna ni ninguno de ellos puede
ser considerado representante de una línea de actuación definida,
puesto que estos trabajos huyen de una interpretación unidireccional
y son producto de su interactuación con un entorno más amplio,
lo cual ayuda a enriquecer las posibles lecturas de las obras. En Zona
F hemos intentado eludir una revisión estrecha de las aportaciones
teóricas de los feminismos, hemos intentado evitar por ello equipararlos
con una construcción reduccionista y esencialista de lo femenino,
así como la consideración de que son propiedad exclusiva
y excluyente de un grupo social concreto. Para comenzar a movernos por
esta zona imaginaria, un país sin gobierno y sin fronteras, hemos
pedido su colaboración a diez artistas que están trabajando
en la actualidad, cuyas obras nos ayudarán a cruzar, saltar y caminar
por un entramado aún en construcción: Eija-Liisa Ahtila,
Nicole Eisenman, Alicia Framis, Jim Hodges, Jac Leirner, Sarah Lucas, Yasumasa
Morimura, Marina Núñez y Jane & Louise Wilson nos han
prestado su colaboración.
–-
La artista de
origen finlandés Eija-Liisa Ahtila ha desarrollado su trabajo moviéndose
dentro del lenguaje cinematográfico. Mediante la exploración
de técnicas narrativas experimentales, su obra deconstruye este
lenguaje sin necesidad de abandonarlo y lo hace a través de la fragmentación
formal de la historia y de la propia imagen (muchas de sus piezas se componen
de instalaciones con tres filmaciones a emitir en diferentes pantallas),
de la contaminación temporal y verbal entre los protagonistas de
la misma y de la consciencia de estar subvirtiendo los subgéneros
cinematográficos que la constituyen. Ahtila, guionista y directora
de sus propias películas, atraviesa el terreno que separa realidad
y ficción, sembrando la duda no tanto sobre las posibilidades del
cine para capturar esa realidad como sobre nuestra capacidad hoy día
para concebir una realidad sin la ayuda de la pantalla. Al fin y al cabo,
somos seres mediáticos: el cine, la televisión y últimamente
Internet están modificando nuestra relación con el entorno,
de tal manera que nos describimos a partir de estructuras narrativas basadas
en el uso de la imagen en movimiento. Pero el cine de Ahtila no pertenece
a Hollywood, no precisa recurrir a sus mismos fetiches, ha superado la
necesidad de atraer a las y los espectadores por medio de la recurrencia
a los mitos aún vigentes en un arte acomodaticio con el sistema
patriarcal y sus convencionalismos.36 Los personajes de Eija-Liisa Ahtila
se confunden entre sí, sus protagonistas adoptan diferentes puntos
de vista y, a veces, como ocurre en Okay los géneros masculino y
femenino terminan confundiéndose en un diálogo que investiga
sobre la insatisfacción de una relación sexual y las limitaciones
de la comunicación entre sus personajes. La fragilidad de las relaciones
humanas, básicamente las relaciones familiares y las relaciones
heterosexuales, pueblan los trabajos de esta artista, desde la obra tripartita
Me/We; Okay; Gray que realizara en 1993, hasta If 6 was 9 –una pieza en
la que tres mujeres adolescentes dialogan sobre relaciones sexuales–, Today
–donde se analiza la misma historia, la muerte en accidente de coche del
padre/abuelo, desde el punto de vista de tres personajes diferentes–, o
Consolation Service (1999), en el cual se presenta la ruptura de una pareja
joven que acaba de tener un hijo.
–-
Múltiples imágenes, como estallidos, para una misma actitud.
La irreverencia impenitente de Nicole Eisenman puede apreciarse a lo largo
de todos sus trabajos. Eisenman parte de la pintura y el dibujo para potenciar
unos contenidos que se mantienen insistentemente en los márgenes
de lo admisible dentro del mundo del arte, habiendo sido por ello capaz
de ampliar esos márgenes y abrir nuevos caminos. Las pinturas de
esta artista estadounidense se expanden por las paredes de las salas y
en ocasiones exceden la bidimensión e introducen a sus espectadores
en un mundo libre de pureza. El uso satírico que de la pintura realiza
esta artista no está exento de controversia, incluso si nos acercamos
a ella desde algunas perspectivas feministas que han cuestionado su utilización
como muestra del rechazo que sienten hacia su trayectoria histórica
cargada de implicaciones androcéntricas. Eisenman retoma el significante,
pero modifica sustancialmente los significados. Formalmente, la mezcla
radical de alta y baja cultura se evidencia en sus composiciones, que recuerdan
y beben tanto de la pintura mural europea del Renacimiento italiano como
de los cómics underground, aunque esta vez sus héroes han
cambiado.
Fiestas salvajes y divertidas en bares para lesbianas como la que dibuja
en Trash’s Dance, el viejo miedo masculino a la castración en Amazons
castrating captured pirates, junto con referencias irónicas a Matisse
o Picasso, escupen a los ojos de quien se acerca a su trabajo un torrente
inagotable de citas escatológicas, como en Father pissing, y de
sexualidad hilarante en un universo bollero de composición sadiana.
Los personajes de Eisenman representan a mujeres fuertes y despreocupadas
del entorno, mujeres que viven en un mundo de fantasía donde la
misoginia pierde la batalla para dejar paso a una respuesta cruelmente
retorcida. El trabajo de Eisenman desborda una visión unidireccional
y exige una mirada desprejuiciada para ser degustado.
–-
El trabajo de
Alicia Framis parte de la necesidad imperiosa de comunicarse con los demás
y de que el arte contemporáneo rompa la burbuja protectora en la
que muchos han querido encerrarlo. Es la suya una opción desmaterializada
que busca conectar con la gente a través de las sensaciones, de
las sugerencias y del pensamiento por encima de un enfoque objetual. Framis
retoma el género de la performance, tan transitado por las mujeres
durante los setenta, y le hace traspasar las barreras que lo aíslan
del público. Trabajos como Dreamkeepers o Loneliness in the city,
que nos hablan de la soledad en las ciudades, precisan interactuar con
unas y unos espectadores que dejan así de serlo para pasar a formar
parte de la misma pieza. Con proyectos como éstos –en el primero,
los “cuidadores del sueño” acompañan a personas solitarias
mientras duermen, capturando una huella fotográfica de ese sueño
y en el segundo, y con la colaboración de otros artistas, se instala
una tienda donde se podrá ver arte, hablar y compartir experiencias–,
Framis supera la distancia teatral que solía acompañar a
estas primeras performances.
En Darkroom y Cinema-solo, esta artista vuelve a tratar el tema de la
soledad desde un punto de vista más personal y emocionalmente autobiográfico.
Framis tuvo que residir en una barriada conflictiva de la periferia de
Grenoble y ante el miedo que le producía el hecho de que los demás
fueran conscientes de que era una mujer que vivía sola en la casa,
recurrió a uno de sus “sistemas anti-miedo”, que en esta ocasión
consistió en alquilar durante un mes un maniquí masculino
al que llamó Pierre, para situarlo en la ventana de su apartamento
y así solucionar los problemas de convivencia. De su relación
queda la huella documental que compone la pieza Cinema-solo. Con el tiempo,
el modelo Pierre acabó convirtiéndose en algo más
que un fetiche y un representante ideal de la mascarada de la masculinidad37
adquiriendo un importante papel en la vida de la artista. Dada la necesidad
que Framis sentía de establecer un vínculo comunicativo más
allá de la presencia física de un muñeco con ese Pierre
imaginado, buscó a través de una agencia a un gigolo que
le diera vida momentáneamente y con el cual recrear su historia
de amor. De esta manera, la fantasía podría hacerse realidad
y el modelo pasar a ser sujeto afectivamente deseado por, en este caso,
la autora.
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Cosidos uno a uno, los pétalos de seda caen hasta el suelo componiendo
una cortina de color y artificio que permite entrever el mundo a través
de sus intersticios vacíos. Estas leves aunque gigantescas piezas
del artista estadounidense Jim Hodges nos transportan a un mundo de belleza
que podrá permanecer precisamente por su ausencia de vida. Sus cortinas
nos hablan del recuerdo de los otros ya desaparecidos, de la memoria y
del proceso que ha sido necesario para su realización. Hodges ha
recurrido en estos trabajos a un costoso procedimiento artesanal habitualmente
asociado al mundo femenino: la costura, una actividad que las mujeres solían
realizar en grupo. Para la elaboración de No Betweens, por ejemplo,
pidió la colaboración de su madre, su abuela y de amigos
suyos, recordando así y retomando casi literalmente alguno de los
caminos que las primeras artistas feministas abrieron dentro del mundo
del arte. Estas artistas propugnaron la disolución de las fronteras
entre el arte y la artesanía y reivindicaron la improcedencia de
que se mantuviera a ésta como un subgénero irrelevante tan
sólo por el hecho de haber sido una actividad a la que se relegó
la creatividad femenina.38
El mundo en el que se mueve Hodges es un mundo pleno de fragilidad donde
las piezas apenas se sujetan, mostrándonos su delicadeza y su alejamiento
de discursos dogmáticos. Hay en ellas un cierto componente autobiográfico,
referido a la sociedad neoyorquina homosexual de los primeros años
noventa, que también se vio azotada por el SIDA y pareció
desmoronarse lentamente. Las flores de seda son deconstruidas aquí
tan sólo para construir un nuevo espacio de ilusión donde
cada uno de sus pétalos se recompone y parece renacer de nuevo.
En trabajos como A Far Away Corner, el artista cose unas cadenas metálicas
entre sí, componiendo seductoras telas de araña frágilmente
colgadas en la esquina de las paredes de la sala, dotando de significado
y atractivo a esos espacios marginales.
–-
A través del trabajo de Jac Leirner podemos introducirnos en
un mundo genéricamente difuso en todos los sentidos. Esta artista
brasileña parte de la utilización de un vocabulario creativo
que trasciende las barreras entre lo femenino y lo masculino y entre lo
intrínsecamente artístico y lo específicamente vital.
Leirner busca en sus obras esos espacios sutiles donde el arte, lo social
y lo personal comparten una vía de comunicación. A partir
de elementos compositivos propios del minimalismo, la artista construye
su propio mundo mediante las huellas que sus viajes y las relaciones que
ha mantenido con las instituciones artísticas y sus protagonistas
han dejado en el camino. Fusionando estas huellas, construye una suerte
de autobiografía, un diario personal en el que, sin embargo, sobran
las palabras y los datos íntimos. El de Leirner no es un arte didáctico,
no pretender cerrar la interpretación y por ello nos permite movernos
en el territorio poco transitado de lo ambiguo. Aunque, como hemos dicho,
parte del minimalismo, lo trasciende y lo contamina, convirtiendo el silencio
formalista de este movimiento artístico en una crítica al
sistema de exhibición y comercialización del arte.
Jac Leirner
recupera el objeto encontrado duchampiano y lo colecciona, lo cose, lo
suma y unifica trasformándolo en un nuevo objeto que es el resultado
de su vida. En su caso, la costura se aleja de la reivindicación
de un vocabulario femenino para dotar a esta acción de una apariencia
industrial masculina que termina convirtiendo las obras en elementos conceptualmente
andróginos. Reacciona así contra una feminización
esencialista que aún puede conllevar el trabajo hecho por mujeres.
Esta artista colecciona compulsivamente los elementos que forman parte
de su obra: bolsas de plástico de los museos (Names), 1.200 paquetes
de cigarrillos Marlboro que la artista se fumó durante tres años
(Pulmón), tarjetas de visita (Nice to Meet You), ceniceros y parafernalia
sustraídos a las compañías aéreas (Corpus Delicti),
billetes ahora ya devaluados y, según afirma la artista, pintados
por manos anónimas (Blue Phase)… El proceso de recolección
de estos objetos, de ordenación, de manipulación y de decisión
sobre sus posibilidades expositivas construye un trabajo que se escapa
a fáciles clasificaciones.
–-
Bitch (zorra), Fucked (jodida), Where does it all end? (¿A dónde
nos lleva todo?), Bunny (conejito)… Los títulos que la artista británica
Sarah Lucas emplea para nombrar sus obras informan explícitamente
a las y los espectadores, buscando así una comunicación directa.
Lucas apela a la accesibilidad del trabajo artístico como forma
de relacionarse con el exterior y es la suya una presencia que perturba.
Perturba por su contundencia y por su atractivo, y también porque
es capaz de recurrir a un vocabulario soez para conectar directamente con
aquello que, de otra manera, no podría nombrarse sin anularlo. Sarah
Lucas construye una identidad propia manifestando abiertamente su inconformismo
contra una sociedad sexista que ella intenta alterar cortocircuitándola.
Y lo hace por diferentes caminos: recurriendo a la utilización de
materiales perecederos refuerza el carácter verdadero de lo que
se nos presenta, mostrándonos su propia imagen en pose claramente
masculina se apropia de esa actitud y deconstruye los estereotipos a ella
asociados, y empleando materiales pobres consigue arrastrar a los espectadores
mentalmente fuera del cubo blanco, el lugar donde acostumbra a encerrarse
el arte para alejarlo de la realidad.
La relación
que Lucas ha establecido con los pensamientos feministas se parece de alguna
manera a la relación que estableceríamos con una llave que
nos abre la puerta de salida: “El instante mismo en que el feminismo apareció
en mi vida, o mi vida dentro del feminismo, supuso en mí un giro
de noventa grados y una gran riqueza productiva [...] Lo que me impresionaba
era la idea de que, si quieres, es posible verlo todo de una forma radicalmente
diferente. De hecho, no se trataba de estar de acuerdo o en desacuerdo,
pero, verdaderamente, me poseyó la idea de que basta un ligero ajuste
mental para ser capaces de percibir las cosas en forma totalmente diferente.”39
En el caso de Sarah Lucas, resulta muy interesante el hecho de que la influencia
feminista más evidente en su trabajo proceda de la controvertida
teórica Andrea Dworkin y su análisis negativo del uso de
la pornografía.40 Lucas encuentra una extraña frescura obviamente
presente en los planteamientos de Dworkin, con los que como ella misma
manifiesta no necesita estar ni en acuerdo ni en desacuerdo. La artista
realiza, con un agudo y crítico sentido del humor, un ejercicio
de equilibrio en el cual el referente femenino se transforma en el lenguaje
de la calle masculino empleado para nombrarlo (como en Bitch, donde una
mesa sustituye objetualmente al tronco y extremidades de la mujer, unos
melones a sus pechos y un pescado a su sexo… ) y es en la presentación
directa de esa transformación donde se pone en evidencia la estupidez
del mecanismo asociativo.
--
Las fotografías
del artista japonés Yasumasa Morimura muestran una práctica
apropiacionista radical. Morimura captura, manipula y reconstruye imágenes,
cuadros y personajes que se han constituido ya en iconos de la cultura
occidental y que, debido a la preponderancia de ésta en el panorama
internacional, se han convertido en imágenes presentes en la memoria
histórica colectiva. Pero la particularidad del trabajo de Morimura
no reside simplemente en el hecho de haberse apropiado del apropiacionismo,
sino en la modificación de objetivos que su práctica fotográfica
plantea con respecto a otros artistas. A principios de los ochenta, Sherrie
Levine se apropió de las imágenes de Walker Evans o de Edward
Weston y con ese gesto añadió un elemento de crítica
nuevo a este movimiento, pues era una mujer artista la que literalmente
robaba la propiedad de las obras a sus padres genuinos.41 Paralelamente,
Cindy Sherman aúna la apropiación con una práctica
performativa basada en el autorretrato que cuestiona el papel asignado
a las mujeres tanto en las imágenes procedentes del cine como de
una historia del arte que ella desacraliza.
Morimura insiste en esta línea de trabajo, aumentando el número
de variables que entran en juego. En sus fotografías el artista
se autorretrata asumiendo los personajes femeninos de cuadros famosos,
como ocurre en Daughter of Art History o en Mona Lisa in its Origin. De
la misma manera, se apropia de las imágenes de la cultura popular
convirtiéndose en Marlene Dietrich, Faye Dunaway, Brigitte Bardot…
Por medio de este mecanismo, Morimura traspasa la barrera prohibida que
separa los géneros y juega al juego peligroso del drag, del disfraz,
pero inclinando la balanza de la androginia hacia los caracteres femeninos.
Así, mediante una mezcla entre la crítica irónica
y el homenaje, Yasumasa Morimura multiplica las posibilidades de crear
un imaginario sin fronteras. En su obra Oriente y Occidente se fusionan,
la alta y la baja cultura encuentran un espacio común y lo masculino
y lo femenino se difuminan en una presencia extraña.
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El universo en el que se mueve Marina Núñez es un universo
poblado de cuerpos que no se pertenecen a sí mismos. Habitados por
presencias extrañas, esos cuerpos se mueven, se dejan caer y levitan
por los espacios mostrándose descaradamente a la mirada de los espectadores,
aunque manteniendo una actitud distante y en cierto modo hierática.
Componen un desfile monstruoso en el cual lo otro, lo ajeno, lo diferente,
aquellas que a lo largo de la historia carecieron, o quizás deberíamos
decir carecimos (apelamos aquí a los mecanismos de identificación
a los que estas imágenes interpelan) del derecho a la palabra y
a narrarse en primera persona, se transforman en sujetos que nos hablan
directamente a los ojos. Pero esta transformación de sujeto involuntariamente
pasivo en sujeto activo ya surge marcada por una diferencia construida
en una cultura que no nos permitió una verdadera existencia.
¿Pueden
los seres humanos renunciar a construir y dominar, a modelar a los otros?
Si esas diferencias que nos dijeron esenciales no han sido más que
diferencias culturalmente conformadas… ¿dónde termina el
poder de la cultura para construir nuevos cuerpos?, ¿no sería
interesante aumentar hasta el infinito el número de variables multiplicando
las combinaciones genéricas y llegar a un punto en el que carecería
de sentido utilizar categorías como femenino y masculino porque
todos seríamos diferentes entre nosotros? ¿No nos gustaría
adquirir un cuerpo cyborg? Como ya planteara Donna Haraway: “Los cuerpos
(nuestros cuerpos, nosotros mismos) son mapas de poder e identidad y los
cyborgs no son una excepción. Un cuerpo cyborg no es inocente, no
nació en un jardín; no busca una identidad unitaria y, por
lo tanto, genera dualismos antagónicos sin fin (o hasta que se acabe
el mundo), se toma en serio la ironía”.42 Las imágenes que
ahora nos muestra Marina Núñez en su serie Ciencia-Ficción
narran el proceso de construcción y nacimiento de los cuerpos cibernéticos
como un proceso que será lento y doloroso, en el cual muchas de
las relaciones de poder establecidas deberán ser renegociadas. Como
todo proceso que implica un drástico cambio habrá que sacrificar
muchos de nuestros posicionamientos en el camino.
–-
Jane & Louise
Wilson transitan por espacios donde la realidad, la fantasía, el
poder y el deseo se convierten en protagonistas de historias inconclusas.
El trabajo de estas dos hermanas británicas estudia metódicamente
algunos lugares cargados de significación dentro de la cultura occidental,
lugares físicos y también lugares mentales que apelan a un
conocimiento previo del espacio analizado. Mediante una cuidada utilización
del vocabulario propio del lenguaje cinematográfico, especialmente
de las películas de misterio y de terror, las Wilson nos introducen
en interiores de edificios fuertemente connotados políticamente
en los que, sin embargo, lo político encuentra una vía indirecta
para conectar con los espectadores, quienes son literalmente succionados
por las imágenes (gran parte de sus piezas se componen de proyecciones
gigantes de vídeo) y llevados a un mundo donde la extrañeza
y el peligro acechan en cada esquina.43 Si en Stasi City recorren el abandonado
cuartel general de la policía política de Alemania Oriental
en Berlín, en Gamma se mueven por otro de los iconos de la Guerra
Fría, Greenham Common, la base aérea norteamericana en territorio
inglés que se convirtió en el lugar elegido para las protestas
antimilitaristas de los movimientos pacifistas de mujeres durante los años
80. Estos lugares representan simbólicamente momentos de la historia
que ya no volverán.
En trabajos como Normapaths (1995), Jane & Louise Wilson construían
su relato cuestionando el papel ocupado por los personajes femeninos en
el reciente imaginario occidental. Como comenta Cherry Smyth a partir de
esta pieza: “Las Wilson se enfrentan a la paradoja por la que las mujeres
son vistas como inherentemente violentas y, a la vez, como incapacitadas
para la agresión.”44 Las Wilson desarrollan en una vieja fábrica
varias escenas de película de acción donde la violencia protagonizada
por un grupo de mujeres vestidas como las heroínas de las películas
de acción de los setenta se desata. La película, en pantalla
doble, se dirige directamente al subconsciente en forma de psico-viaje.
En Hypnotic Suggestion 505 (1993), las dos hermanas gemelas se exponen
a ser hipnotizadas delante de la pantalla, y el trabajo juega a convertir
a los espectadores en voyeurs vigilantes de lo ajeno, seducidos por lo
extraño y atrapados en el acto de mirar al descubrirse manipulados
por esos objetos-sujetos de deseo.
Notas
1. Fanon, F.: Los condenados de la tierra. Fondo de Cultura Económica,
México 1963, p. 47.
2. Wolff, J.: "The artist, the critic and the academic: feminism’s problematic
relationship with ‘Theory’", en Deepwell, K.: New Feminist Art Criticism.
Manchester University Press, Manchester y Nueva York 1995, p. 16.
3. Deleuze, G.: "Intellectuals & Power", en Ferguson, R., Olander,
W., Tucker, M., y Fiss, K. (eds.): Discourses: Conversations in Postmodern
Art and Culture. MIT Press, Nueva York 1992, p. 11.
4. Mary Kelly, durante una mesa redonda con Silvia Kolbowski, Mignon
Nixon, Hal Foster, Liz Kotz, Simon Leung y Ayisha Abraham publicada en
October n. 71, invierno 1995, p. 50.
5. Frueh, J.: "Towards a Feminist Theory of Art Criticism" en Raven,
A., Langer, C. y Frueh, J. (eds.): Feminist Art Criticism. An Anthology.
Icon Editions, Nueva York 1991, p. 164.
6. Nochlin, L.: "Why Have There Been No Great Women Artists?", Art News
vol. 69, enero de 1971, reimpreso en Nochlin, L.: Women, Art and Power
and Other Essays. Harper and Row, Nueva York 1988.
7. La crítica feminista española, al igual que ocurre
con la casi totalidad de los libros de ensayo, feministas o no, que se
publican en este país, se halla en estos momentos muy lejos de ser
citada o traducida, de generar interés o de iniciar un debate más
allá de nuestras fronteras.
8. En Estados Unidos, por ejemplo, se ha intentado crear nuevos modelos
de gestión cultural. Cabe destacar el caso del New Museum of Contemporary
Art, desde donde se ha potenciado una comprensión más amplia
del fenómeno artístico y de la gestión, construyendo
un modelo más democrático. En palabras de su directora fundadora,
Marcia Tucker: "Mis modelos al dirigir el museo procedían del feminismo,
de los grupos de auto-ayuda y de acción comunitaria, de las estructuras
alternativas de fuera del mundo del arte que están basadas en la
colaboración con individuos cuyos puntos de vista son completamente
diferentes". Angioni, M. y Busiri Vici, L.: Entrevista con Marcia Tucker
para The Art Newspaper, n. 96, oct. 1999, p. 36-37. Trad. cast. en El Periódico
del Arte, n. 27, nov. 1999.
9. Beauvoir, S. de: El segundo sexo, Siglo Veinte, tomo II, Buenos Aires,
s.f., p. 511.
10. "A nivel interpersonal, los procesos que afectan a la negociación
social parecen muy importantes para mantener las diferencias entre los
sexos. Los varones controlan gran parte de los recursos y oportunidades,
de manera que la capacidad de las mujeres para negociar la equidad social
queda restringida por su limitado acceso a dichos recursos". Unger, R K.:
"Los reflejos imperfectos de la realidad: La psicología construye
los roles sexuales" en, Hare-Mustin, R. T. y Marecek, J. (eds.): Marcar
la diferencia. Herder, Barcelona 1994, p. 154. Para una revisión
del ideal andrógino y de sus implicaciones ver Diego, E. de: El
andrógino sexuado. Visor, Madrid 1992.
11. "Los estructuralistas y post-estructuralistas han debatido la cuestión
de si ‘hombre’ es a ‘mujer’ lo que ‘cultura’ a ‘naturaleza’. Me siento
incapaz de sugerir la respuesta a la ecuación hasta que decidamos
si ‘hombre’ es a ‘masculino’ lo que ‘mujer’ a ‘femenino’", Battersby, C.:
Gender and Genius. Towards a Feminist Aesthetics. The Women’s Press, Londres
1989, p. 158.
12. La diferencia de género, étnica o de opción
sexual (entre otras variables) sigue manifestándose como un elemento
añadido en la presentación de trabajos tan conocidos como
el de Pipilotti Rist, Mariko Mori o Ugo Rondinone, por ejemplo, pero eludiendo
entrar en cuestiones teóricas más complejas. De esta manera,
se les puede resituar en una historia lineal del arte que evitaría
las tan temidas rupturas, potenciaría la excelencia y en último
término supondría una vuelta al terreno seguro de los discursos
tautológicos. En el caso de los artistas "hombres, blancos y heterosexuales",
su identidad suele obviarse y en rarísimas ocasiones se menciona,
dándose así por supuesta su normalidad y aislándoseles
para poder seguir asignándoles una situación privilegiada,
aunque actualmente ya asediada, en lo alto de su torre de marfil.
13. "La ‘otredad’ de la mujer como negativo del hombre, y la represión
de la mujer en nuestra cultura tiene la posibilidad radical de desafiar
el carácter opresivo que suponen los sistemas patriarcales tanto
para la mujer como para el hombre. En la práctica artística,
las mujeres pueden acometer trabajos que revelen esas construcciones ideológicas,
cuestionando las instituciones tradicionales del artista y el arte, analizando
los significados de las representaciones de la mujer y alertando al espectador
de la obra de arte ideológica sobre los efectos de las prácticas
y representaciones artísticas", Parker, R. y Pollock, G.: Old Mistresses.
Women, Art and Ideology. Pandora, Londres 1992, p. 133.
14. Citada en Broude, N. y Garrard, M. D.: The Power of Feminist Art.
The American Movement of the 1970s, History and Impact. Harry N. Abrams,
Nueva York 1994, p. 16.
15. Lonzi, C.: Escupamos sobre Hegel y otros escritos. Anagrama, Barcelona
1981, p. 43.
16. La llamada Consciousness Raising o "Concienciación" llegó
a incluirse como asignatura en los planes de estudio de algunas universidades
estadounidenses.
17. La asunción de una cierta labor de control ante la posibilidad
de realizar imágenes positivas de las mujeres trajo consigo un exceso
de celo por parte de algunas personas. O al menos ello puede deducirse
del cartel que se vio obligada a realizar Hannah Wilke —Marxism and Art:
Beware of Fascist Feminism— ante las presiones que se ejercieron contra
su trabajo. Wilke apelaba ya entonces a la posibilidad de coexistencia
de diferentes planteamientos de lo que el feminismo significaba, alejándose
con ello de las partidarias de un pensamiento único. Citado en Jones,
A.: Sexual Politics. Judy Chicago’s Dinner Party in Feminist Art History.
University of California Press, Los Angeles 1996, p. 171 y 173.
18. Lippard, L.R.: "What is Female Imagery?" en From the Center. Feminist
essays on women’s art. E. P. Dutton, Nueva York 1976, p. 80. La conversación
reproducida en el libro es un extracto de una conversación mantenida
en 1973.
19. Butler, J.: Gender Trouble. Feminism and the Subversion of Identity.
Routledge, Nueva York y Londres 1990, p. 5.
20. Grosz, E.: Space, Time and Perversion. Routledge, Nueva York y Londres
1995, p. 47.
21. Fuss, D.: Essentially Speaking. Routledge, Nueva York y Londres
1989, p. 21.
22. Grosz, E.: Op. cit., p. 47.
23. Para un estudio más ampliado de las repercusiones de los
planteamientos esencialistas en el arte feminista, ver Lippard, L. R.:
op, cit., Broude, N. y Garrard, M. D.: op. cit. y el catálogo de
Jones, A.: op. cit.
24. Moi, T.: Teoría literaria feminista. Cátedra, Madrid
1988, p. 118, en referencia a unas declaraciones de Hélène
Cixous durante una entrevista concedida a la Revue des sciences humaines,
n. 168, 1977.
25. Conviene recordar que el uso de términos como "construccionismo"
frente a "esencialismo" no implica necesariamente una postura claramente
definida en las autoras y autores, pues en muchas ocasiones sus opiniones
fluctúan de uno a otro, alimentándose de ambas fuentes. A
pesar de tratarse de una dualidad latente en los textos y utilizada como
herramienta conceptual, no se trata aquí de reforzar o crear una
nueva oposición binaria, pues estos términos raramente se
presentan en estado "puro", y su reforzamiento supondría olvidar
las fuertes diferencias existentes entre las conclusiones sacadas por autoras
que aquí aparecen citadas en los distintos apartados.
26. Beauvoir, S. de: op. cit., p. 13.
27. Citada por Moi, T.: op. cit., p. 170.
28. Entre las artistas más relevantes que han trabajado desde
esta perspectiva se encuentran Mary Kelly, Martha Rosler o Yvonne Rainer.
Aunque se trata de una revisión que incluye los distintos acercamientos
a la práctica artística feminista, para una referencia teórica
sobre el tema, ver Parker, R. y Pollock, G.: Framing Feminism, Art and
the Women´s Movement 1970-1985. Pandora Press, Londres 1987.
29. Parker, R. y Pollock, G.: Old Mistresses. Women, Art and Ideology.
Pandora, Londres 1992, p. 131-132.
30. Butler, J.: op. cit., p. 8.
31. Fuss, D.: op. cit., p. 36-37.
32. Kolbowski, S. y Nixon, M. (eds.): "Feminist issues", October n.
71, invierno 1995.
33. Butler, J.: op. cit., p. 147.
34. Pollock, G.: Avant-Garde Gambits 1888-1893. Gender and the Colour
of Art History. Thames and Hudson, Londres 1992, p. 14.
35. Moi, T.: op. cit., p. 55.
36. "El cine ha utilizado mucho el concepto de la seducción femenina
como una superficie que esconde, lo cual quiere decir que los códigos
y las convenciones del cine de Hollywood refinaron las representaciones
de la feminidad, realzadas por el star system, hasta tal punto que el hechizo
experimentado por los espectadores ante los efectos propios del cine se
convirtió en algo casi imposible de distinguir de la atracción
ejercida por una imagen erotizada de la mujer". Mulvey, L.: "Pandora: topografías
de la máscara y de la curiosidad" en Colaizzi, G. (ed.): Feminismo
y teoría fílmica. Ediciones Episteme, Valencia 1995, p. 76-77.
37. Sobre la idea de la masculinidad como una construcción social
ver el catálogo de Perchuk, A. y Posner, H. (ed.): The masculine
masquerade. Masculinity and Representation. The MIT Press, Cambridge 1995.
En estas obras de Alicia Framis se juega con la posibilidad de recrear
una presencia masculina que aquí se muestra como una solución
deseable a un problema que surge desde dentro de una sociedad donde siguen
vigentes las relaciones de poder tradicionales. Esa presencia masculina
no requeriría ni siquiera de un ser humano real, su invocación
es suficiente para que el rol asignado se resuelva satisfactoriamente.
Al fin y al cabo, no sólo lo femenino sería una construcción
cultural susceptible de ser sustituido y fetichizado, como señala
Posner en su texto del citado catálogo: "Parecería que el
masculino no es un género monolítico, inmutable, sino una
compleja mezcla de condiciones personales, sexuales, sociales e históricas.
Una vez asumido su papel de género normativo o auténtico,
definido en marcado contraste con la mascarada de lo femenino, la masculinidad
(como la feminidad) se revela finalmente como una identidad artificialmente
construida", p. 29.
38. En su análisis y enumeración de las distintas prácticas
artísticas feministas, Barry y Flitterman-Lewis recogen la importancia
del trabajo artesanal de la costura como una de las reivindicaciones más
importantes que protagonizó este movimiento: "La segunda estrategia
o tipo de práctica artística feminista contempla el arte
de la mujer como una forma de resistencia subcultural. Postula una especie
de trabajo artesanal, a menudo despreciado en los sistemas de representación
dominantes como la ‘provincia olvidada’ de la actividad artística
de las mujeres. Un ejemplo de este tipo de trabajo es la valorización
de artesanías, como las colchas de retales, y las actividades de
la mujer en el hogar. Propone el desarrollo de una contra-tradición
feminista en las artes mediante la valorización o reconstrucción
de una historia oculta de la productividad femenina", Barry, J. y Flitterman-Lewis,
S.: "The Politics of Art-Making" en Raven, A., Langer, C. y Frueh, J. (eds.):
op. cit., p. 91. Sobre este tema ver también Broude, N.: "Miriam
Schapiro and ‘Femmage’: Reflections on the Conflict Between Decoration
and Abstraction in Twentieth-Century Art", en Broude, N. y Garrad, M. D.
(eds.): Feminism and Art History. Questioning the Litany. Harper &
Row, Nueva York 1982, p. 315-329.
39. Manifestaciones de la artista citadas por Adrichem, J. V.: "Things
that have to come about" en el catálogo Sarah Lucas. Museum Boijmans
Van Beuningen, Rotterdam 1996, p. 9.
40. Ver la entrevista de la artista con Adrichem, Jan Van, "Where Does
It All End?" en Parkett, n. 45, 1995, p. 86-89. Las discusiones sobre los
posicionamientos pro-pornografía o anti-pornografía en el
seno del movimiento feminista estadounidense protagonizaron el debate político
de hace algunos años. Algunas feministas anti-pornografía
terminaron aliándose con los políticos conservadores y solicitando
leyes para la censura. La postura de Dworkin, más elaborada y compleja,
se halla sin embargo lejos de la simplicidad de estos postulados.
41. "Con todo, las afinidades entre las teorías post-estructuralistas
y la práctica postmodernista pueden impedir a un crítico
ver que, en el caso de las mujeres, técnicas similares poseen significados
muy diferentes. Así, cuando Sherrie Levine se apropia de las fotografías
de Walker Evans —las toma literalmente— sobre la pobreza rural o, quizás
más oportunamente, de las que hizo Edward Weston a su hijo Neil,
en las que éste posaba como un torso griego clásico, ¿está
limitándose a dramatizar las reducidas posibilidades de creatividad
en una cultura saturada de imágenes, como se ha repetido tantas
veces? ¿O no constituiría su renuncia a toda autoría,
una renuncia al papel del creador como ‘padre’ de su obra, de los derechos
paternos asignados al autor por ley?", Owens, C.: "The Discourse of Others:
Feminists and Postmodernism", en Beyond Recognition. Representation, Power,
and Culture. University of California Press, Berkeley, Los Angeles y Oxford
1992, p. 182.
42. Haraway, D. J.: "Manifiesto para cyborgs: ciencia, tecnología
y feminismo socialista a finales del siglo xx", en Ciencia, cyborgs y mujeres.
La reinvención de la naturaleza. Cátedra, Madrid 1995, p.
309.
43. Tanto en sus filmaciones como en sus fotografías, las hermanas
Wilson parecen contestar a esa pregunta que se planteara Beatriz Colomina:
"There is an interior in the detective novel. But can there be a detective
story of the interior itself, of the hidden mechanisms by which space is
constructed as interior?" Colomina, B.: "The Split Wall: Domestic Voyeurism",
en Colomina, B. (ed.): Sexuality and Space. Princenton Architectural Press,
Nueva York 1992, p. 74.
44. SMYTH, C.: "Jane e Louise Wilson", en el catálogo Cuartos
Duplos. Fundação Calouste Gulbenkian, Lisboa 1996, p. 103.
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