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Las ranas se convierten
en princesas
Las verdes colinas de Casablanca se alzan
sobre las casas y tiendas abigarradas en torno a las calles
estrechas y retorcidas, impregnadas de olores a especias y excrementos.
Casablanca es una ciudad muy antigua de la que, quizás por un
accidente geográfico, Lawrence Durrell no se percató que era
el manantial del amor. En el barrio más moderno, situado en
una amplia y soleada avenida, se encuentra un edificio sin mayor
interés que una placa de bronce que anuncia la consulta del
doctor Georges Burou. La consulta está dedicada principalmente
a obstetricia y ginecología, pero durante muchos años ha cultivado
otra reputación de la que no es consciente el río de mujeres
marroquíes que pasa por sus salas.
El doctor Burou recibe la visita de James
Morris, periodista. Morris espera inquieto en la sala leyendo
Elle y Paris
Match sin prestar total atención, ya que se encuentra allí
para realizar una misión extremadamente importante en el ámbito
personal. Finalmente la/el recepcionista dice su nombre y le
conduce al interior del santuario. Morris lo cuenta así:
Me llevaron a través de varios pasillos
y escaleras hacia el interior de la clínica. La atmósfera se
iba volviendo más densa a medida que avanzábamos. El cortinaje
de las ventanas se hacía más pesado, más aterciopelado, más
voluptuoso. Me pareció ver esculturas de bustos y había un rastro
de un perfume intenso. Finalmente distinguí avanzando hacia
mí, a través de las oscuras estancias de este refugio que despedían
el encanto de un harén, una figura que, asimismo, recordaba
a la de una odalisca: Madame Burou. Vestida con una larga bata
blanca, con borlas (me pareció) en la cintura, que combinaba
la exuberancia de una caftán con lo higiénico del uniforme de
enfermera, Mme Burou era también rubia y poseía un aire sutilmente
misterioso.... Poderes fuera de mi control me habían llevado
a la Sala 5 de la clínica en Casablanca y, aunque hubiese querido,
no hubiese podido huir... Fui a despedirme de mí mismo frente
al espejo. No nos veríamos más y quería mirar por última vez
a ese otro yo a los ojos y hacerle un guiño, desearle buena
suerte. Mientras, en el exterior, un vendedor callejero entonaba
un delicado arpegio en la flauta: un suave y alegre sonido que
repetía una y otra vez mientras se alejaba por la calle en un
dulce diminuendo. Vuelos de ángeles, me dije, y me tambalee... a mi
cama, y al olvido.[i]
Sale James Morris, entra Jan Morris, por
mediación de la tecnología médica de finales del siglo XX, en
esta historia maravillosamente "oriental", casi religiosa,
de transformación. El texto procede de Conundrum, la historia del "cambio de sexo" de Morris y
las consecuencias que tuvo en su vida. Además del guiño de la
suerte, existe otro ritual obligatorio entre los transexuales
que cambian de sexo de hombre a mujer, que se denomina "retorcer
el cuello al pavo", aunque no queda constancia de si Morris
también lo llevó a cabo. Volveré a ocuparme de este rito de
iniciación más adelante.
Haciendo Historia
Imaginemos ahora una rápida transición, de
las abigarradas callejas de Casablanca a la ondulantes y verdes
colinas de Palo Alto. El Stanford Gender Dysphoria Program (Programa de Disforia Sexual) ocupa
una pequeña sala cerca del campus en una tranquila área residencial
de esta rica comunidad. El programa, equivalente americano de
la clínica marroquí del doctor Burou, ha sido, durante muchos
años, el núcleo de los estudios realizados en occidente sobre
el síndrome de disforia sexual, también conocido como transexualismo.
Aquí se determina la etiología, los criterios de diagnóstico
y el tratamiento.
El programa se puso en marcha en 1968 y el
equipo de cirujanos y psicólogos comenzó a recopilar toda la
información disponible sobre la historia de la transexualidad.
Hago aquí un inciso para dar un breve resumen de los resultados
de esta investigación. Un transexual es una persona que identifica
su identidad sexual con la del otro sexo "opuesto".
El sexo físico y la identidad sexual (sex
y gender en inglés) son conceptos diferentes, pero los transexuales
tienden a difuminar las barreras al confundir el carácter performativo
de la la identidad sexual (gender) con la "evidencia"
física del sexo, describiendo la percepción que tienen de su
situación como la sensación de ocupar "el cuerpo equivocado".
Aunque el término "transexual" es de origen reciente,
el fenómeno es antiguo. El caso más antiguo de algo inmediatamente
identificable como "transexualidad" según los criterios
diagnósticos actuales, es el del rey asirio Sardanapalus, que,
según las crónicas, se vestía de mujer y paseaba con sus esposas.[ii]
Casos más recientes de algo muy semejante a la transexualidad
fueron recogidos por Filo de Judea durante el Imperio Romano.
En el siglo XVIII el Caballero de Eon, vivió durante 39 años
como una mujer disputándose con Madame Pompadour la atención
de Luis XV. El primer gobernador colonial de Nueva York, Lord
Cornbury llegó a EE.UU. desde Inglaterra vestido de mujer de
pies a cabeza, indumentaria que siguió llevando durante todo
su mandato.[iii]
La transexualidad no alcanzó la categoría
de "afección oficialmente reconocida" hasta 1980,año
en que fue incorporada a la American
Psychiatric Diagnostic and Statistical Manual. Como señala
Marie Mehl, en cierto modo se trata de una victoria pírrica.[iv]
Antes de 1980 ya se había realizado una gran
labor en pos de conseguir definir los criterios para un diagnóstico
diferencial. Un ejemplo de la década de los 70 es el trabajo
realizado por Leslie Lothstein y contenido en el libro de Walters
y Ross: Transsexualism
and Reassignment[v]
En su estudio sobre diez transexuales
de mediana edad [con una media de cincuenta y dos años], Lothstein
descubrió que los tests psicológicos ayudaban a determinar la
gravedad de la patología [sic] [...] y llegó a la conclusión
de que [los transexuales como grupo] eran individuos depresivos,
aislados, retraídos y esquizoides con profundos problemas de
dependencia. Es más, eran inmaduros, narcisistas, egocéntricos
y potencialmente explosivos, mientras que en sus intentos de
obtener [ayuda profesional] se caracterizaban por mostrarse
exigentes, manipuladores, controladores, coercitivos y paranoicos.[vi]
Otro ejemplo:
En los estudios realizados con 56
transexuales, los resultados obtenidos en los índices de esquizofrenia
y depresión superaban el parámetro superior normal. Los autores
consideran estos resultados como indicativos del confuso y extraño
estilo de vida que llevan los sujetos.[vii]
Estos estudios clínicos representaban a un
tipo muy específico de sujetos. Sin embargo, los informes se
consideraron lo suficientemente representativos para ser reproducidos
sin comentarios aclaratorios en recopilaciones como las de Walters
y Ross. A medida que leemos los diferentes ensayos, encontramos
que cada investigador echa tierra sobre sus resultados con una
breve aclaración que nos recuerda a las advertencias en letra
pequeña de los anuncios de cigarrillos. En el primero la aclaración
es la siguiente: "Debemos admitir que los sujetos que estudia
Lothstein difícilmente podrían considerarse ejemplos representativos,
ya que nueve de cada diez casos estudiados sufrían graves problemas
de salud" (se trataba de un estudio llevado a cabo en un
sanatorio, no en una clínica para transexuales), mientras que
el segundo cerraba con la siguiente reflexión: "el 82%
de [los sujetos] eran prostitutas y tenían características atípicas
en los transexuales del resto del mundo".[viii]
Estos resultados podrían considerarse marginales, escogidos
según criterios y métodos cuestionables y resaltados mediante
ejemplos poco significativos. Sin embargo, pasaron a representar
la transexualidad dentro de la literatura medicolegal / psicológica,
aún teniendo en cuenta estas aclaraciones, prácticamente hasta
nuestros días.
Durante
esta misma época, pensadores feministas estaban llevando a cabo
sus propios estudios. El tema pronto se convirtió en algo volátil
y sigue siéndolo, generando encontrados puntos de vista. Citaré
un ejemplo:
La
violación... es una violación masculina de la integridad del
cuerpo. Todos los transexuales violan el cuerpo de la mujer
al reducir sus formas a mero artificio, apropiándose este cuerpo...
Aunque normalmente la violación se perpetra a la fuerza, también
se puede cometer mediante el engaño.
Esta cita está extraída del libro de Janice
Raymond publicado en 1979, The
Transsexual Empire: The Making of the She-Male, en el que
se inspira el título de este ensayo. Según mi interpretación
de Raymond, esta define la transexualidad como la creación de
un malvado imperio falocrático, destinada a invadir el espacio
de las mujeres y hacerse con el poder que estas ostentan. Aunque
Empire es representativo de un momento específico dentro del pensamiento
feminista y prefigura la apropiación que la derecha radical
hizo del lenguaje empleado por el sector liberal de la política,
hoy, en 1991, a doce años de su publicación, sigue siendo la
declaración definitiva sobre la transexualidad desde el punto
de vista de una mujer académica[ix].
Para aclarar mi postura con respecto a este debate, citaré otro
extracto de Empire:
El
comportamiento masculino es característicamente obstructivo.
Resulta muy revelador que mujeres lesbianas nacidas de la transexualidad
se hayan colocado en posiciones importantes o de poder dentro
de la comunidad feminista. Sandy Stone, creación transexual
que trabaja en Olivia Records, una compañía discográfica "sólo
para mujeres", es un buen ejemplo de ello. La [...] visibilidad
que ha logrado a raíz de la controversia de Olivia [...] sólo
sirve para constatar que su antiguo papel dominante se ha visto
reforzado y para dividir a las mujeres, como suelen hacer los
hombres cuando hacen su presencia necesaria y vital para la
mujer. Una mujer escribió: "Me siento violada cuando Olivia
hace pasar a Sandy [...] por una mujer de verdad. Después de
los privilegios que ha disfrutado como hombre, ¿también se va
a beneficiar de la cultura lésbica feminista?"
Este
ensayo, "El Imperio
contraataca" habla de cuentos morales y mitos originales
sobre la "verdad" del sexo. Su principio argumental
es que "las artes técnicas siempre se han visto como subordinadas
al concepto artístico imperante, que se encuentra asimismo anclado
de forma incuestionable en la vida de la Naturaleza.[x]"
Se trata de la imagen y lo real definiéndose mutuamente a través
de las inscripciones y las formas de lectura del capitalismo
tardío. Se trata de postmodernismo, postfeminismo y (no sé sí
atreverme) (post)transexualismo. Todo este ensayo le debe mucho
a Donna Haraway.
"Por
su propia seguridad, toda realidad dentro de la cultura del
capitalismo tardío ansía convertirse en imagen"[xi]
Vamos a centrarnos en las experiencias de
los propios transexuales. Durante este periodo casi todos los
puntos de vista publicados estaban escritos por transexuales
transformados de hombre en mujer. Quiero reflexionar brevemente
sobre las narraciones autobiográficas de cuatro transexuales
de esta clase para ver qué podemos aprender de su opinión sobre
lo que creen que están haciendo. (Me ocuparé de los transexuales
mujer-hombre en otra ocasión).
El texto más antiguo parcialmente autobiográfico
de una transexual es el de Lili Elbe en el libro de Niels Hoyer
Man into Woman (1933)[xii].
El primer texto plenamente autobiográfico fue el libro publicado
en edición barata I Changed my Sex! (un título no precisamente discreto y reflexivo)
escrito por la estrella de strip-tease Hedy Jo Star a mediados
de los cincuenta[xiii].
Christine Jorgensen, que se sometió a una operación a principios
de los cincuenta y que es una de las transexuales más conocidas,
no publicó su autobiografía hasta 1967, en su lugar, fue Star
quién aprovechó el tirón de publicidad generado por el caso
de Jorgensen. En 1974 se publicó Conundrum,
escrito por la popular periodista inglesa Jan Morris. En 1977,
apareció Canary escrito
por la músico y artista Canary Conn[xiv].
Además, casi todos los transexuales tienen lo que se denomina
con el término popular "O.T.F", siglas inglesas de
Obligatory Transsexual
File: Expediente Obligatorio sobre Transexualidad. Este
expediente normalmente contiene artículos de periódico y extractos
de diarios secretos sobre conductas sexuales "censurables".
Los transexuales también suelen coleccionar autobiografías.
Según el programa de disforia sexual de Stanford, los centros
de salud no tienen colecciones de este tipo de literatura porque
consideran que los textos autobiográficos son muy poco fiables.
Por ello, y porque muchos sistemas bibliotecarios hacen caso
omiso de la existencia de este tipo de material, estas colecciones
privadas constituyen la única fuente de información de este
tipo. Tengo la suerte de poder acceder a varias.
¿Qué tipo de sujeto emerge de estos textos?
Hoyer, en su representación de Elbe, que representa a Wegener,
que representa a Sparre)[xv], escribe:
Una sola mirada de aquel hombre
la había privado de toda su fuerza. Sentía que su personalidad
era completamente aplastada por él. Con una sola mirada, la
había extinguido. Algo en su interior se rebeló. Se sentía como
una colegiala despreciada por el profesor que idolatraba. Era
consciente de una cierta debilidad en todos sus miembros...
Era la primera vez que su corazón de mujer temblaba ante su
dueño y señor, ante el hombre que se había alzado en su protector,
y comprendió por qué a continuación se entregó plenamente a
él y a sus deseos.[xvi]
Se pueden formular las típicas preguntas
sobre este texto: No por quién sino ¿para
quién se creó a Lili Elbe? ¿Para qué ojos estaba destinado el
texto? Y, como consecuencia, ¿qué historias aparecen y desaparecen
en este tipo de seducción? Es posible que no sorprenda a nadie
saber que todas las experiencias que citaré a continuación tienen
como elemento en común su descripción de la "mujer"
como fetiche del hombre, como reproductora de un papel dictado
por la sociedad o constituido por el sexo performativo. Lili
Elbe se desmaya al ver sangre[xvii].
Jan Morris, una periodista de gran reputación, que ha visto
mucho mundo sigue describiendo su percepción de sí misma en
relación con el maquillaje y la ropa, como si estuviera expuesta,
y se siente feliz cuando los hombres le abren la puerta:
Me siento pequeña y mona: En realidad
no soy nada pequeña ni muy mona tampoco, pero la feminidad conspira
para hacerme sentir que sí lo soy. Mi blusa y mi falda recién
planchadas son ligeras y brillantes. Mis zapatos hacen que mis
pies parezcan más delicados de lo que en realidad son, además
de darme [...] una sensación de vulnerabilidad que no me desagrada
en absoluto. Mis pulseras roja y blanca me dan una sensación
excitante, mi bolso va a juego con mis zapatos y me hacen sentir
bien coordinada [...] Cuando salgo a la calle me siento conscientemente
preparada para los elogios del mundo, de una forma en que nunca
he sentido como hombre.[xviii]
Heddy Jo Star, profesional del desnudo, declara
en I Changed My Sex!: “Quería sentir el tacto sensual de la ropa interior
contra mi piel, quería iluminar mi cara con maquillaje. Quería
un hombre fuerte que me protegiese". Hoy, en 1991, también
he dado con algunos hombres lo suficientemente valientes para
expresar este deseo, pero en 1955 era una postura exclusivamente
femenina.
Además de la complicidad de estos testimonios
con la idea del sexo performativo entendido según la definición
del hombre blanco occidental, sus autores también apoyan el
modelo de identidad sexual binario y de oposición. Pasan de
ser hombres sin ambigüedades (aunque hombres infelices) a ser
mujeres también carentes de ambigüedades. No hay un terreno
intermedio[xix].
Además, cada una construye un momento narrativo específico para
el momento en que su identidad sexual pasa de masculina a femenina.
Este momento es de neocorporafía, es decir, de reasignación
sexual u "operación de cambio de sexo"[xx].
En la noche anterior a la operación, Jan Morris escribió: "Fui
a despedirme de mí mismo frente al espejo. No nos veríamos más
y quería mirar por última vez a ese otro yo a los ojos y hacerle
un guiño, desearle buena suerte"[xxi].
Canary
Conn escribió: "No soy un muchacho
[en español en el original...] ya soy una muchacha
[...] una niña [sic]."[xxii]
Hedy
Jo Star escribe: "En el instante en que me desperté de
la anestesia me di cuenta de que por fin me había convertido
en mujer."[xxiii]
Incluso Lili Elbe, cuyo testimonio es de
segunda mano, emplea los mismos términos: "De repente se
dio cuenta de que él, Andreas Sparre, probablemente se estaba
desvistiendo por última vez en la vida". Inmediatamente
después de despertarse de la anestesia de la primera fase de
la intervención (que Hoyer denomina castración), Sparre escribió
una nota: “"Miró la tarjeta y no pudo reconocer la letra
. Era letra de mujer". Inger llevó la nota al doctor: "¿Qué
opina, doctor? ¿Lo podría haber escrito un hombre?" "No"
dijo el médico sorprendido "tienes razón"”: un diálogo
en el que no se tiene en cuenta que la ortografía es una habilidad
aprendida. Lo mismo ocurre con la voz de Elbe: "Lo extraño
era que tu voz había cambiado por completo... ¡Tienes una voz
maravillosa de soprano! Es sencillamente increíble."[xxiv].
Hoy en día resulta tan, si no más, increíble pero por diferentes
razones ya que ahora conocemos los efectos (o, más concretamente
los no-efectos) de la castración y las hormonas según lo cual,
nada de esto es posible. Ninguno de estos dos tratamientos tiene
ningún efecto en el timbre de voz. Es por esto por lo que los
centros de salud no tienen en cuenta los testimonios históricos.
Si Hoyer mezcla realidad y fantasía y además
caricaturiza a sus sujetos (“¡Sencillamente increíble!”) ¿qué
lecciones se pueden aprender de Man
Into Woman? Lo que surge parcialmente del libro es la estrategia
utilizada por Hoyer de construir barreras dentro de un mismo
sujeto, estrategias que aún se utilizan provechosamente hasta
nuestros días. Lili proyecta el yo masculino que lucha por surgir,
aún peligrosamente presente dentro de ella, en la figura cuasi
divina del cirujano / terapeuta Werner Kreutz, a quien se refiere
como El Profesor o el El Hombre Milagro. El Profesor es el encargado
de esculpir, y Lili es la materia prima:
Lo
que el profesor hace con Lili no es otra cosa que modelarle
el espíritu antes de pasar al modelado de su físico que la transformará
en mujer. Hasta ahora Lili había sido como arcilla que los otros
preparaban y a la que el Profesor ha dotado de forma y vida
[...] con una sola mirada el médico despertó su corazón a la
vida, una vida llena de los instintos de una mujer. [xxv]
Lo
femenino es inmanente, lo femenino yace en lo más profundo,
lo femenino es instinto. El profesor, contando con la voluntariosa
complicidad de Lili, crea una enorme escisión entre los masculino
y lo femenino en su interior. En este extracto, que nos recuerda
al aire "oriental" de la narración de Morris, el masculino
debe ser aniquilado o, al menos, negado, pero el femenino es
algo que existe para ser continuamente
aniquilado:
Le parecía que ya no tenía que responsabilizarse
de sí misma, de su destino. Werner Kreutz la había liberado
de todo. Tampoco tenía ya una voluntad propia [...] el pasado
no podía existir para ella. Todo el pasado pertenecía a una
persona que [...] estaba muerta. Ahora sólo existía una mujer
completamente modesta, lista para obedecer, feliz de someterse
a la voluntad de otro [...] su señor, su creador, su profesor.
Entre [Andreas] y ella se interponía Werner Kreutz. Se sentía
segura y a salvo.[xxvi]
En
Hoyer se aprecian los mismos conflictos con conceptos como pureza
y negación de toda mezcla que la que se aprecia en las narraciones
autobiográficas de muchos transexuales. Los personajes de esta
narrativa viven en un periodo histórico caracterizada por una
tremenda represión sexual. ¿Cómo se puede mantener la división
entre el yo "masculino", cuyo objeto establecido de
deseo es la Mujer, con el yo "femenino", cuyo objeto
asignado de deseo es el Hombre?
"Como
hombre siempre me has parecido incuestionablemente saludable.
Sin duda, he visto con mis propios ojos cómo las mujeres se
sentían atraídas hacia ti, eso es la prueba más irrefutable
de que eres un tío de verdad." Hizo una pausa y puso sus
manos sobre los hombros de Andreas. "¿No te ofendes si
te hago una pregunta con sinceridad?[...] ¿En algún momento
te has interesado por personas de tu mismo tipo? Ya me entiendes."
Andreas
agitó la cabeza con calma. "Te doy mi palabra, Niels: nunca
en la vida. Es más, puedo decir que ese tipo de criaturas nunca
se han mostrado interesadas en mí."
"Bien, Andreas.
Eso es justo lo que yo pensaba".[xxvii]
Hoyer debe separar
la subjetividad de "Andreas", que nunca ha sentido
nada por ningún hombre, y la de "Lili", que, a lo
largo de la narración se quiere casar con uno. Este proceso
de diferenciación hace que el mundo sea más seguro para "Lili"
ya que alza y mantiene una barrera infranqueable entre ella
y "Andreas", barrera en la que se insiste una y otra
vez, con recursos tales como la comparación de dos caligrafías
y dos voces diferentes. La fuerza del imperativo- un estado
natural hacia el que tienden todas las cosas- para negar las
posibilidades de una mezcla, los esfuerzos por preservar una
identidad sexual "pura": en el amanecer del romance
con la pureza, inspirado por la filosofía Nazi, ninguna "criatura"
tentaba a Andreas a violar las fronteras de "su tipo"
"Con toda
sinceridad, te confieso Niels, que siempre me he sentido atraído
por mujeres. Y hoy más que nunca. Una confesión de lo más banal."[xxviii]
Banal sólo siempre
y cuando la persona dentro del cuerpo de Andreas que lo expresa
sea Andreas, en vez de Lili. Se está haciendo mucho esfuerzo
dentro de este párrafo, un reflejo microcósmico de la cantidad
de esfuerzo que conlleva mantener el mismo polo de personalidad
en la sociedad. Es más, cada uno de estos escritores construye
su historia como una especie de narrativa de redención. Hay
un fuerte contenido dramático, de sentido de lucha contra la
probabilidad que está en contra, de superación de obstáculos
peligrosos y de enfrentamiento con el terror y el misterio según
se acerca el terrorífico momento de la apoteosis final de la
Transformación Prohibida.
El éxito de la
primera operación ha superado todas las previsiones. Andreas
ha dejado de existir, dicen. Las glándulas germinales -¡OH,
místicas palabras! le han sido extraídas.[xxix]
Oh, místicas palabras. El mysterium
tremendum de la identidad profunda planea sobre un lugar
físico; el conjunto entero de la reproducción masculina, el
poder misterioso del Hombre-Dios, está contenido en las "glándulas
germinales" del mismo modo que se creía que el alma habitaba
la glándula pineal. La masculinidad está contenida en las cómosellaman.
Según esa regla de tres, también lo podría estar la ontología
del sujeto. Así Hoyer puede presentar el argumento más rudimentario
de que la feminidad indica la falta de algo:
La operación
que se ha llevado a cabo [es decir, la castración] me permite
entrar en un centro de salud para mujeres [sólo para mujeres].[xxx]
Por otra parte,
tanto Niels como Lili se pueden constituir por un acto de insinuación,
lo que en el Nuevo Testamento denominan endeuin,
o ponerse el dios como una prenda, insertar el cuerpo físico
en una concha de significados culturales:
Andreas Sparre
[...] se estaba probablemente desvistiendo por última vez. [...]
Durante toda una vida, había estado oculto tras estas prendas:
abrigo, chaleco y pantalones.[xxxi]
Ahora os escribe
Lili. Estoy sentada en mi cama con un camisón de seda con encajes,
el pelo rizado, polvos en la cara, pulseras, un collar y anillos.[xxxii]
Todos
estos autores hacen una réplica de la versión estereotípicamente
masculina de la constitución de una mujer: vestidos, maquillaje,
delicados desmayos ante la sangre. Cada uno de estos aventureros
pasan directamente de un polo de la experiencia sexual al siguiente.
Si hay algún espacio intermedio en el continuo de la sexualidad,
es invisible. Nadie menciona jamás
el rito de retorcerle el cuello al pavo.
No
me extraña que las pensadoras feministas tuvieran sus sospechas.
Cómo no, yo también.
¿Qué
relación guardan estos testimonios con los textos médicos /
psicológicos? En una época en la que hay más interacciones a
través de textos, conferencias por ordenador y medios electrónicos
que a través de contacto entre personas y, como consecuencia,
en la que la subjetividad individual se puede constituir más
a través de inscripciones que a través de la relación entre
personas, aún hay momentos de "verdades naturales"
corpóreas que no se pueden eludir. En el periodo en que se escribieron
casi todos estos libros, el momento más crítico era el de la
entrevista de ingreso al centro de disforia sexual en la que
los médicos, todos hombres, decidían si una persona podía someterse
a la operación de cambio de sexo. El origen de los centros dedicados
a la disforia sexual es como una visión en miniatura de los
criterios establecidos en la definición de los sexos. La idea
básica de la que se partía en los centros dedicados a la disforia
era, en primer lugar, estudiar una aberración humana interesante
y a la que se podría dedicar dinero del estado, después ayudar
a resolver lo que se consideraba un "problema corregible".
Algunos de los
primeros centros no universitarios dedicados a la disforia realizaban
la operación a petición
del paciente, es decir, sin atender a las conclusiones a
las que había llegado el personal de la clínica sobre lo denominado
"apropiado del sexo elegido". Cuando los primeros
centros de salud universitarios se abrieron como experimento
en los años 60, los médicos ya no realizaban la operación a
quien lo quisiera debido a los riesgos profesionales que comportaba
el realizar la operación a "sociopatas". En aquella
época no existían criterios diagnósticos establecidos; cualquiera
que pidiera consejo era, automáticamente, un transexual. Profesionalmente
esta era una situación arriesgada. Era necesario construir la
categoría de "transexual" según los dictados de la
tradición y la costumbre, creando criterios plausibles para
determinar si se aprobaba el ingreso del paciente. Desde el
punto de vista profesional se necesitaba un test o un diagnóstico
diferencial para determinar quién era transexual, un diagnóstico
que no dependiera de algo tan sencillo y subjetivo como el que
alguien declarase sentirse como si estuviera en el cuerpo equivocado.
El test debía ser objetivo, clínicamente aceptable y repetible.
Pero incluso después de extensas investigaciones no se consiguió
diseñar un test sencillo y sin ambigüedades para la disforia
sexual.[xxxiii]
La clínica Stanford
se dedicaba, entre otras cosas a ayudar a la gente, según entendían
esto sus miembros. Así las decisiones definitivas acerca de
si una persona era candidata a someterse a cirugía de cambio
de sexo las tomaba el personal basándose en la impresión
que cada individuo daba en cuanto a lo "apropiado del sexo
elegido por el individuo". La clínica desempeñaba además
el papel de "consultorio estético" o "escuela
de estilo" ya que, según el personal de la clínica, los
hombres que se presentaban solicitando convertirse en mujeres
no siempre se "comportaban como" mujeres. Stanford
reconocía que el papel de cada sexo era algo que se podía aprender
(hasta cierto punto). Su colaboración con centros de estética
era una manera de intentar hacer de los pacientes no sólo personas
de sexo femenino, sino mujeres...
es decir, personas que se comportasen
como mujeres. Como declaró Norman Fisk, "Ahora puedo
admitir con sinceridad [...] que en un comienzo estábamos conscientemente
buscando candidatos que tuvieran las mayores posibilidades de
éxito."[xxxiv]
En la práctica esto significaba que a los candidatos se los
evaluaba según su actuación como miembros del sexo escogido. Los criterios seguidos
conformaban una definición consensuada de sexo sin observar
relativismos culturales y al
actuar de acuerdo con esa definición se estaba viendo el proceso
de producción de identidad sexual en funcionamiento.
Esto
provoca diversas preguntas embarazosas, de las cuales dos de
las principales son: ¿quién está narrando la historia de quién
y cómo pueden los narradores diferenciar entre la historia que
narran y la historia de la que son testigos?
Una respuesta
es que les resulta muy difícil diferenciar. Los criterios desarrollados
por investigadores y que éstos luego aplicaron se fueron definiendo
a través de diversas interacciones con los candidatos. Este
era el panorama: En un principio, el único libro disponible
sobre transexualismo era la obra definitiva de Harry Benjamin
The Transsexual Phenomenon
(1966)[xxxv].
(Obsérvese que el libro de Benjamin apareció 10 años más tarde
que I Changed My Sex!)
Cuando se abrieron las primeras clínicas, el libro de Benjamin
se convirtió en el libro de referencia de los investigadores.
Y cuando se evaluó a los primeros transexuales para decidir
sobre lo apropiado de llevar a cabo la operación, su comportamiento
se ajustó muy gratamente a los criterios descritos en el libro
de Benjamin. Los investigadores escribieron informes en los
que recogían este hecho y que se emplearon para la obtención
de financiación. Los expertos tardaron una cantidad inusitada
de tiempo (varios años) en descubrir que la razón por la que
el comportamiento de los transexuales se ajustaba a los criterios
de Benjamin era que ellos también habían leído el libro, que
pasaba de mano en mano entre la comunidad transexual. Así, a
los transexuales no les costaba imitar el comportamiento que
les iba a llevar a conseguir la operación[xxxvi].
Este tipo de reposicionamiento creaba problemas interesantes.
Entre otros, la determinación de la variedad de expresiones
de la sexualidad permisibles. En este sentido, los candidatos
se encontraban con una gran incertidumbre sobre cómo presentarse
ya que los sujetos de Benjamin no hablaban de sus cuerpos con
referencia al eroticismo. Así, ninguno de los que acudían a
la clínica hacían referencia tampoco a ello. Según autoridades
textuales, las personas que eran físicamente hombres pero vivían
como mujeres y que se definían como transexuales (al contrario
que los travestís a los que sí se les permitía sentir placer
relacionado con el pene) no podían gozar con el pene. Hasta
entrados los 80 no existía evidencia de ningún transexual (hombre
a mujer) antes de la operación que sintiera placer genital mientras
vivía ya como persona del "sexo elegido"[xxxvii]
La prohibición continuó en la fase postoperatorio en una forma
interesantemente transmutada y era tan absoluta que ningún transexual
operado admitiría haber experimentado placer alguno a través
siquiera de la masturbación. Una auténtica integración en el
nuevo sexo venía unida al orgasmo real o fingido a través de
la penetración heterosexual[xxxviii]
"Retorcer el pescuezo al pavo" es el ritual de masturbación
fálica que se lleva a cabo justo antes de la operación, y era
la más secreta de las tradiciones secretas. Reconocer un deseo
tan natural sería arriesgarse a sufrir una catástrofe, es decir
a ser acusado de falta de adecuación al nuevo papel y descalificación.[xxxix]
Era preciso reprimirse.
Los dos grupos, por una parte investigadores y por otra transexuales,
tenían fines diferentes. Los investigadores querían averiguar
en qué consistía el síndrome que denominaban disforia sexual.
Querían compilar una taxonomía de síntomas, criterios de diagnóstico
diferencial, procedimientos de evaluación, tratamientos eficaces
y seguimiento. Los transexuales querían la operación. Tenían
muy clara su postura en relación con los investigadores,
y consideraban los criterios de los médicos para dar el visto
bueno a la operación como un obstáculo más, algo que debían
superar. Así, expresaron sin ambigüedades el criterio de Benjamin
de la manera más clara posible: la sensación de estar en el
"cuerpo equivocado"[xl].
Esto tenía todo los ingredientes para convertirse en una relación
de animadversión, y así era. Aún sigue siéndolo, aunque con
el paso del tiempo se ha aumentado considerablemente el dialogo
entre las dos facciones. Esto lo ha hecho posible, parcialmente,
el que la comunidad de médicos y psicólogos se haya dado cuenta
de que los criterios que esperaban que aparecieran para los
diagnósticos diferenciales no lo han hecho. Meditemos sobre
este extracto de un documento escrito por Marie Mehl en 1986:
No
existe ningún test mental o psicológico mediante el que se pueda
distinguir con seguridad a un transexual del resto de la, llamada,
población normal. La población transexual no sufre más psicopatías
que la población en general aunque la reacción de la sociedad
ante el transexual sí que plantea problemas insuperables. Los
historiales psicodinámicos de transexuales no revelan características
recurrentes que los diferencien del resto de la población[xli].
Estos
dos testimonios, el de Mehl y aquel de Lothestein en que definía
a los transexuales como seres deprimidos, esquizoides, manipuladores
y paranoides, coexisten con apenas diez años de diferencia entre
sí. Con la aparición de una categoría de diagnóstico en 1980
(diagnóstico que, después de años de investigación, no iba mucho
más allá del criterio original de la "sensación de estar
en el cuerpo equivocado") y como consecuencia su integración
en la política con respecto al cuerpo, es decir, la aceptación
por parte del establishment
médico, empezaron a surgir historiales clínicamente "aceptables"
de transexuales en lugares tan distantes como Australia, Suecia,
Checoslovaquia, Vietnam, Singapur, China, Malasia, India, Uganda,
Sudán, Tahití, Chile, Borneo, Madagascar y las Aleutianas[xlii].
(La lista no está completa.) Constituye un esfuerzo considerable
intentar englobarlos a todos en una única teoría que resulte
convincente. ¿Había técnicas de diagnóstico ocultas o no comprobadas
que hubieran servido para diferenciar a los transexuales de
la población "normal"? ¿Estaban los criterios equivocados,
eran limitados o sencillamente su alcance era demasiado corto?
¿Nació la conciencia de que los criterios de diferenciación
no estaban surgiendo simplemente del "progreso científico"
o había otras variables en juego?
Este
festín de información genera nuevos problemas. Junto con el
cuestionable éxito de haber hallado una categoría de diagnóstico
aparece la difuminación inevitable de todas las barreras en
un enorme mosaico irregular que representa la palabra "diferencia",
que antes era invisible para las profesiones "legitimas",
y que ahora se canoniza de repente y simultáneamente se homogeniza
para satisfacer las estrecheces de la categoría diagnóstica.
De repente la antigua fábula moral de la verdad sobre el sexo,
que un venerable patriarca blanco nos contaba en Nueva York
allá por 1966 se convierte en algo pancultural en los años 80.
La polifonía de las diferentes experiencias vitales, que nunca
fue tenida en cuenta en el debate, pero al menos estaba potencialmente
presente, desaparece. Después de todo, echándole suficiente
imaginación, la berdache y la estrella del desnudo, el ama de casa con sus rulos y
la amujerado, la mah´u
y la estrella del rock no dejan de ser la misma.
¿De
quién es esta historia?
Quisiera
llamar la atención sobre ciertas similitudes que presenta esta
yuxtaposición en relación con algunos aspectos del discurso
colonial, con los que seguramente estaremos familiarizados:
la fascinación inicial con lo exótico, de la que se contagiaron
investigadores profesionales, la negación de la subjetividad
y la falta de acceso al discurso dominante, seguido de una especie
de rehabilitación. Estas cuestiones, cuando se han planteado,
le han hecho la vida más difícil a las clínicas.
"Hacer"
historia, ya sea autobiográfica, académica o clínica es, en
parte una lucha por fundamentar un testimonio en un determinismo
natural. Los cuerpos son pantallas en las que vemos proyecciones
de acuerdos temporales que surgen tras luchas incesantes por
creencias y prácticas dentro de las comunidades académicas y
médicas. Estas luchas se desarrollan en campos de batalla muy
alejados del cuerpo. Cada lucha es un esfuerzo por lograr una
posición hegemónica fundamentada en una profunda moralidad,
llegar a una explicación de peso, incuestionable para entender
por qué las cosas son como son y, en consecuencia, cómo deben
seguir siendo. Es decir, con cada teoría habla la cultura a
través de la voz de un individuo. Los que no tienen voz dentro
de esta teorización son los transexuales. Como ocurría desde
el principio de los tiempos con las mujeres, sobre las que teorizaban
los hombres, los teóricos de la identidad sexual han percibido
a los transexuales como personas que no constituían sujetos
agentes. Como ocurría con las personas "genéticamente"
"mujeres", a los transexuales se los infantilizaba,
se los consideraba demasiado irracionales o irresponsables para
lograr la categoría de auténtico sujeto, o eliminados clínicamente
por medio de los criterios diagnósticos o, como algunas pensadoras
del feminismo radical los han retratado, como robots esbirros
de una patriarquía insidiosa y amenazadora, un ejército alienígena
diseñado y construido para infiltrarse en el mundo de la "verdadera"
mujer, pervertirlo y destruirlo. Según esta concepción los transexuales
han sido cómplices al no haber desarrollado un discurso contrario
que resultase eficaz.
En las fronteras
entre los sexos en las que nos encontramos a finales del siglo
XX, con los tropiezos de la hegemonía falocratica y la arrogante
aparición de teorías mosaico del origen, encontramos que la
epistemología del mundo médico regido por hombres blancos, la
ira de las teorías de las feministas radicales, y el caos de
las experiencias vitales dentro de un sexo salen al cuadrilátero
del cuerpo transexual: un objetivo muy reñido para la inscripción
cultural, una máquina semántica para la producción de categorías
ideales. La representación en su manifestación más mágica, el
cuerpo transexual es memoria perfeccionada, inscrita dentro
de la historia "verdadera" de Adán y Eva como teoría
ontológica de la diferencia, una biografía esencial que es parte
de la naturaleza. Una historia que la cultura se narra a sí
misma, el cuerpo transexual es política táctil de reproducción
constituida a través de violencia textual. La clínica es tecnología
de inscripción.
Dadas las circunstancias,
es decir, que estamos ante un discurso minoritario se basa en
lo físico, su contra discurso ha de ser crítico. Pero es difícil
generar uno si estamos programados para desaparecer. El propósito
más elevado de los transexuales es borrarse, confundirse con
la población "normal" lo antes posible. Parte de este
proceso se conoce como crear
una historia creíble, aprender a mentir con convicción sobre
nuestro propio pasado. Lo que está en juego es la aceptación
de la sociedad. Lo que está en juego es la habilidad de representar
con autenticidad las complejidades y ambigüedades de la experiencia
vivida. Así se pierde ese aspecto de la "naturaleza"
sobre el que Donna Haraway teoriza como Coyote- el animal del
espíritu dentro de la cultura nativa americana, que representa
el poder de la transformación continua y que constituye el corazón
de una vida comprometida. En su lugar la experiencia auténtica
se sustituye por un tipo particular de historia, una que sirve
de apoyo a las antiguas posturas. Esto resulta muy costoso y
representa una renuncia considerable al poder. Les guste o no,
los transexuales no crecen de la misma manera que las genetically
genuine, GG (genéticamente "naturales")[xliii].
Las transexuales no tienen la misma historias que las genéticamente
"naturales" y no han sufrido la misma opresión antes
del cambio de sexo. No sugiero que compartan el mismo discurso.
Sugiero que en la historia borrada del transexual podemos encontrar
una historia que trastoque los discursos aceptados sobre sexo,
que se origine desde la minoría sexual misma y que haga frente
común con los otros discursos de oposición. Pero el transexual
está actualmente en tierra de nadie, fuera de las oposiciones
binarias entre los sexos, más allá de los nodos de oposición
creados que se han predefinido como las únicas posiciones desde
las que resulta posible desarrollar un discurso. ¿Cómo puede
entonces hablar el transexual? ¿Si el transexual habla qué dirá?
Manifiesto
Postransexual
Intentar
ocupar un espacio como sujeto hablante dentro del marco tradicional
de los sexos es aceptar el discurso que uno desea deconstruir.
En su lugar, podemos hacernos con la violencia textual inscrita
en el cuerpo transexual y convertirla en fuerza reconstructiva.
Voy a proponer un ejemplo más conocido. Judith Butler señala
que las categorías lésbicas de "butch"
(marimacho) y "femme"
(femenina) no son solamente una manera de integrar el lesbianismo
en los términos de la heterosexualidad. Butler introduce a cambio
el concepto de la inteligibilidad cultural y sugiere que la
"masculinidad" contextualizada y reinterpretada del
"butch" vista en contraste con el cuerpo femenino
culturalmente inteligible crea una disonancia que da pie a una
tensión sexual y asimismo constituye el objeto del deseo. Señala
que esta manera de pensar sobre los objetos sexuados del deseo
admite mucha más complejidad de la que el ejemplo hace pensar.
La lesbiana butch
o femme a un tiempo
recrean la escena heterosexual y la descentran. La idea de que
la butch y la femme son "réplicas"
o "copias" de la relación heterosexual subestima el
poder erótico de su disonancia interna.[xliv]
En el caso del transexual, las variedades de sexo performativo
en contraste con el cuerpo sexuado según lo entiende la cultura,
que es, en sí mismo, violencia textual perpetrada clínicamente,
genera nuevas e impredecibles disonancias en las que entran
en juego espectros completos de deseo. El transexual como texto
esconde el potencial para mapear el cuerpo refigurado según
el discurso convencional sobre los sexos y así alterarlo, aprovecharse
de las disonancias producidas por esta yuxtaposición para fragmentar
y reconstituir los elementos sexuales en geometrías nuevas y
sorprendentes. Sugiero que empecemos con la declaración de Raymond
de que los "transexuales dividen a las mujeres" y
la llevemos más allá de su contexto, convirtiéndola en una fuerza
productiva para dividir múltiples veces los viejos discursos
binarios del género, así como el discurso monista de la propia
Raymond. Para dar más importancia a las prácticas de inscribir
y leer que forman parte de esta deliberada llamada a la disonancia,
sugiero que percibamos a los transexuales no como a una clase
ni un problemático "tercer género", sino como un género
literario, un conjunto de textos corpóreos cuyo potencial para
lograr una ruptura productiva de las sexualidades estructuradas
y espectros del deseo está pendiente de análisis.
Con
el fin de lograrlo, el género artístico de los transexuales
visibles debe crecer reclutando a transexuales de la clase invisible,
entre los que se han difuminado con sus "historias creíbles".
Lo más crítico que puede hacer un transexual, lo que constituye
un éxito es "pasar por"[xlv].
“Pasar por” significa vivir con éxito dentro del género escogido,
ser aceptado como miembro "natural" de este sexo.
“Pasar por” significa una negación de la mezcla. Borrar el antiguo
papel sexual es lo mismo que “pasar por”, así como la construcción
de una historia creíble. Teniendo en cuenta que muchos transexuales
escogen someterse a la operación pasados los 30 significa borrar
una cantidad considerable de experiencias personales. Mi argumento
es que este proceso, en el que tanto los transexuales como el
establishment médico
/ psicológico están de acuerdo, impide la posibilidad de una
vida basada en las posibilidades intertextuales que ofrece el
cuerpo transexual.
Para negociar
las múltiples zonas permeables de la frontera y la posición
del sujeto dentro de la intertextualidad, zonas que tan problemáticas
y productivas resultan, debemos comenzar por rearticular el
lenguaje básico con el que tanto la sexualidad como la transexualidad
se describen. Por ejemplo, ni los investigadores ni los transexuales
han comenzado a poner en tela de juicio el término "cuerpo
equivocado" como categoría descriptiva. De hecho "cuerpo
equivocado" se ha convertido casi automáticamente en la
definición del síndrome[xlvi]. Es bastante comprensible
que una frase que léxicamente nos recuerda el carácter falocéntrico
y binario de la diferenciación entre los sexos deba ser analizada
con gran suspicacia. Mientras que nosotros, ya sea como académicos,
médicos o transexuales hagamos una ontología tanto de la sexualidad
como de la transexualidad que vaya por este camino, estamos
excluyendo la posibilidad de analizar el deseo y la complejidad
de nuestros motivos de una manera que describa de adecuadamente
las diversas contradicciones de la experiencia individual. Necesitamos
un lenguaje analítico más profundo para la teoría de la transexualidad,
un lenguaje en el que haya sitio para las ambigüedades y polifonías
que han documentado y enriquecido la teoría feminista.
Judith Shapiro
señala que "Para aquellos que se sientan inclinados a diagnosticar
la fijación del transexual por los genitales como algo obsesivo
o fetichista, la respuesta es que sencillamente están actuando
de acuerdo con los criterios de su cultura ante el cambio de sexo" (la cursiva es mía).[xlvii]
Esta declaración hace referencia a mecanismos más profundos,
a discursos ocultos y experiencias plurales dentro de la estructura
monolítica transexual. No son visibles aún desde el punto de
vista académico o clínico, y no sin razón. Por ejemplo en busca
del diagnóstico diferencial a veces se le planteaba la siguiente
pregunta al candidato: "Supongamos tuviera la oportunidad
de convertirse en hombre [o mujer] en todos los sentidos, salvo
los genitales, ¿estaría satisfecho?" Hay varias respuestas
posibles, pero desde el punto de vista clínico sólo hay una
correcta[xlviii].
No es extraño, por tanto, que gran parte de estos discursos
giren en torno a la frase "cuerpo equivocado". De
acuerdo con el mito fundacional de la falocracia que autoriza
los cuerpo y sujetos occidentales, sólo es "correcto"
un cuerpo para cada sujeto sexuado. Todos los demás cuerpos
son errores.
Mientras los médicos
y transexuales continúan enfrentándose en el campo de batalla
del diagnóstico que la situación describe, los transexuales
para los que la identidad sexual es algo diferente y quizás
completamente independiente
de lo genital permanecen a la sombra de aquellos que creen en
el poder del establishment médico/psicológico en su papel de
guardián y autoridad máxima. Autoridad que ha de decidir qué
constituye un cuerpo culturalmente descifrable. Este es un área
peligrosa y si los colectivos condenados al silencio consiguieran
una voz sería muy posible, según pensadoras feministas, que
las identidades de los sujetos individuales corpóreos están
mucho menos condicionadas por normas físicas y mucho más dispersas
a lo ancho de un espectro rico y complejo de estructuración
de identidad y deseo de lo que nos es posible expresar en la
actualidad. Incluso en los debates más en profundidad, la tendencia
general es la de la totalización sin excepciones. El más prestigioso
ejemplo citado en este ensayo, la sorprendente frase de Raymond:
“Todo transexual viola el cuerpo de las mujeres” (¿qué hubiera
pasado sí hubiera dicho, por ejemplo: “todos los negros violan
el cuerpo de las mujeres?”) no es menos totalizador que la frase
de Kate “los transexuales (…) asumen un papel femenino exagerado
y estereotipado”, o la de Bolin: “los transexuales intentan
olvidar su historia como hombres”. No hay sujetos dentro de
estos discursos, sólo objetos totalizados y homogeneizados que
reproducen de manera fragmentada la pauta general de los discursos
de minorías del pasado. Así que cuando pronuncie la palabra
olvidada, puede que despierte algunos recuerdos de otros debates.
La palabra es algunos.
Los transexuales
que “pasan por” parecen ignorar el hecho de que al crearse una
identidad totalizada y monística, al margen de toda intertextualidad
física o subjetiva, han cerrado las puertas a la posibilidad
de relaciones genuinas. Según el principio de “pasar por”, al
negar el poder desestabilizador de ser “leídas”, las relaciones
comienzan como mentiras, y la integración, por supuesto, no
es algo limitada al mundo de los transexuales. Es algo con lo
que está familiarizada una persona de raza negra cuya piel es
lo suficientemente blanca como para pasar por blanco, o a los
gays y lesbianas que permanecen en el armario… o a todo aquel
que haya escogido la invisibilidad como la mejor opción posible
frente a la disonancia personal. En resumen estoy rearticulando
uno de los argumentos a favor de la solidaridad que han desarrollado
gays, lesbianas y negros. La comparación llega más allá. Con
el fin de deconstruir la necesidad de “pasar por” los transexuales
deben cargar con el peso de toda
su historia, empezar a rearticular sus vidas no como una serie
de tachaduras a favor de una especie de feminismo ideado desde
un marco tradicional, sino como una acción política que comenzó
con la reapropriación de la diferencia y la reclamación del
cuerpo refigurado y reinscrito. El surgimiento de los viejos
patrones de deseo que las múltiples disonancias del cuerpo transexual
implican no produce una diversidad irreductible, sino una mirada
de diversidad, cuya inesperado yuxtaposición conllevan lo que
Donna Haraway ha dado en llamar promesas de monstruos: entes
físicos en continuo cambio de figura y terreno que van más allá
de los confines de cualquier representación posible.[xlix]
La esencia de
la transexualidad es el pasar por otra cosa. Un transexual que
lo logra está obedeciendo el mandamiento Derridiano de: “Los
géneros no se han de mezclar. No mezclaré los géneros.”[l]
No podría pedirle a un transexual algo más inconcebible que
el no pasar por otra cosa, ser conscientemente “legible”, leerse
a sí mismo en alta voz y a través de esta lectura tortuosa y
productiva comenzar a rescribirse
en los discursos que lo han escrito y así convertirse en (¿me
atreveré a decirlo de nuevo?) Un posttransexual.[li]
Aún
así, los transexuales saben que el silencio puede ser un alto
precio por lograr la aceptación. Quiero dirigirme directamente
a los hermanos, hermanas y a todas las personas que puedan leer/”lean”
esto y decirles: Pido a todos que utilicemos la fuerza que nos
llevó a reestructurar la identidad y que nos ha ayudado a vivir
en silencio y negando la realidad, para revisualizar nuestras
vidas. Ya sé que sentís que el camino que habéis recorrido ya
es muy largo y que el precio por la invisibilidad no es tan
alto. Sin embargo, aunque el cambio individual
es el fundamento de todas las cosas, no es el final de las cosas.
Quizás haya llegado el momento de sentar las bases para la nueva
transformación.
Notas
[1]
Sandy Stone, "The Empire Styrikes Back: A Posttransexual
Manifesto" apareció originalmente en Body
Guards (1991).
Notas
[i]
Jan Morris, Conundrum
(Nueva York: Harcourt Brace Jovanovich, 1974), pág. 155.
[ii]
William A. W. Walters y Michael W. Ross, Transsexualism and Sex Reassignment (Oxford: Oxford University Press,
1986).
[iii]
Este
resumen histórico está tomado de
la introducción al libro de Richard Docter Transvestites
and Transsexuals: Towards a Theory of Cross-Gender Behavior
(Nueva York: Plenum Press, 1988). También Judith Shapiro se
interesa por este tema en su obra "Transsexualism: Reflections
on the Persistence of Gender and Mutability of Sex",
en Julia Epstein y Kristina Straub, eds., Body Guards: The Cultural Politics of Gender Ambiguity (Nueva York:
Routledge, 1991) y por Janice Irvine en Disorders
of Desire: Sex and Gender in Modern American Sexology
(Filadelfia: Temple University Press, 1990).
[iv]
En la introducción de Mehl para la obra editada por Betty
Steiner: Gender Dysphoria
Syndrome: Development, Research, Management (Nueva York:
Routledge).
[v]
Walters y Ross, Transsexualism.
[vi]
Extraido de Don Burnard y Michael W. Ross, “Psychological
Aspects and Psychological Theory: What Can Psychological Testing
Reveal? en Walters and Ross, Transsexualism,
pág. 58.
[ix]
Janice Raymond, The
Transsexual Empire: The Making of the She-Male (Boston:
Beacon, 1979). Existe la esperanza de que la obra de Judith
Shapiro ocupe el lugar que ahora ocupa la de Raymond como
declaración definitiva desde el punto de vista femenino. La
tesis de Shapiro parece muy equilibrada y consciente de la
existencia de otros puntos de vista de académicos transexuales
que aún no han participado en el debate.
[x]
Esta frase maravillosa proviene del ensayo de Donna Haraway
"Teddy Bear Patriarchy: Taxidermy in the Garden Of Eden,
New York City, 1908-1936", en Social Text 2. Nº 2:20.
[xi]
Haraway, "Teddy Bear Patriarchy". El
carácter anecdótico de esta sección está cimentado en notas
de investigación de campo que aún están sin organizar ni codificar.
Una versión definitiva, quizás etnográfica, de este ensayo,
con citas apropiadas de ambos profesionales y sus sujetos
de estudio está pendiente por falta de tiempo y financiación.
[xii]
Niels Hoyer (pseudónimo de Erns Ludwig Harthern Jacobsen),
ed., Man into Woman:
An Authentic Record of a Change Sex. The True Story of teh
Miraculous Transformation of the Danish Painter Einar Wegener
[Andreas Sparre], traducido al inglés por H.J. Stenning
(Nueva York: Dutton, 1933). El
sexólogo británico Norman Haine escribió la introducción,
aportando al libro de Hoyer una contribución semicientífica.
[xiii]
Hedy Jo Star (Carl Rollins Hammonds), 1955. I Changed my Sex! (From an O.T.F). El
libro de Star desapareció y he sido incapaz de encontrar ninguna
referencia a él ningún catálogo de biblioteca. Una vez tuve
una copia en mis manos, es una pena no haberme aferrado a
él con más fuerza.
[xiv]
Durante este periodo se publicó, al menos, otro libro sobre
el tema, el de Renée Richards Second
Serve, del que no nos ocupamos aquí.
[xv]
Niels Hoyer era un pseudónimo de Erns Ludwig Harthern Jacobsen;
Lili Elbe fue el nombre de mujer que escogió Einar Wegener
(nombre artístico) cuyo verdadero nombre era Andreas Sparre.
Esta riqueza léxica tiene un importante impacto en los estudios
sobre el ser y sus construcciones, en la literatura, y también
en contextos sociales emergentes como las conferencias por
ordenador, donde varias personalidades dentro del mismo cuerpo
son más la regla que la excepción.
[xvi]
Hoyer, Man into Woman,
pág. 163.
[xviii]
Morris, Conundrum,
pág. 174.
[xix]
En Conundrum, Morris describe un periodo en su trayecto de lo masculino
a lo femenino (desde uno años antes de la operación al momento
inmediatamente posterior) durante los cuales tanto ella como
los demás percibían su identidad sexual como algo ambiguo.
Su relato sobre el momento de transición de hombre
a mujer está completamente
desprovisto de ambigüedad.
[xx]
**Reasignación de sexo** es el término médico correcto. En
el lenguaje médico actual, el "sexo" se considera
una característica física natural que no se puede alterar.
[xxi]
Morris, Conundrum,
pág. 115. Me
acordé de estas palabras la noche antes de mi propia intervención.
Pensé, vaya, sería interesante poderse transformar como por
arte de magia en otra persona de manera binaria y definitiva.
Así que hice la prueba, me fui al espejo y dije adiós a la
persona reflejada. Por desgracia, no funcionó. Unos días más
tarde, cuando pude volver a mirarme la persona frente a mí
seguía siendo yo. Aún no sé en qué me equivoqué.
[xxii]
Canary Conn, Canary:
The Story of a Transsexual (Nueva York: Bantam, 1977),
pág 271. Conn
se sometió a cirugía en el centro de Jesús María Barbosa,
en Tijuana. En este extracto está hablando con una enfermera
mexicana, de ahí que emplee términos castellanos.
[xxiv]
Reconozco que yo estoy tan sorprendida como el bueno del médico,
ya que, excepto en la narración de Hoyer, no hay ningún otro
caso de un cambio de tono vocal o timbre tras la administración
de hormonas o una operación de cambio de sexo. Si los transexuales
consiguen cambiar sus características vocales, es a través
de un proceso gradual y muy complicado. Pero hay bastantes
problemas con la narración de la "historia verdadera"
de Lili Elbe, a los que no se escapa la escena en la que finalmente
se "convierte en mujer" mediante la
implantación de unos ovarios en su cavidad abdominal.
La atención que han recibido por parte de los medios de comunicación
los trasplantes y enfermedades del sistema inmunológico durante
la última década han hecho al gran público consciente de los
riesgos de reacciones inmunológicas. Pero incluso en 1936
la narración de Hoyer se hubiera considerado científicamente
cuestionable. El rechazo de tejidos y el sueño de acabar con
este problema fueron objeto de mucha especulación en las obras
de ficción y ciencia-ficción hasta los 40: como ejemplo, la
droga milagrosa "collodiansy" retratada en el libro
de H. Beam Piper One
Leg Too Many (1949).
[xxv]
Hoyer, Man Into Woman,
pág. 165.
[xxvi]
Ibid., pág. 170. Para un análisis de textos que transforman
la sumisión en realización personal (c.f Sandy Stone) pronto
aparecerá "Sweet Surrender: Gender, Spirituality and
the Ecstasy of Subjection; Pseudo-transsexual Fiction in the
1970s".
[xxvii]
Hoyer, Man Into Woman,
pág. 53.
[xxix]
Hoyer, Man Into Woman,
pág. 134
[xxx]
Ibíd. , pág. 139. El cambio de sexo de Lili Elbe se
realizó en 1930. Hoy en día en los Estados Unidos, desde el
punto de vista legislativo se define un cambio de sexo de
hombre a mujer como la ausencia de algo. Es decir, un hombre
se convierte en mujer cuando "los órganos reproductivos
masculinos se han destruido total e irrevocablemente".
(Extracto de una carta de un centro de salud autorizando el
cambio nombre en un pasaporte, 1980).
[xxxii]
Ibíd., Pág. 139. Llamo la atención en estos dos fragmentos
sobre el verbo griego referido al momento del baptismo, cuando
el que está recibiendo el sacramento también penetra y es
penetrado por la Palabra; endeuein
puede traducirse por "penetrar", pero también por
"ponerse, insinuarse al penetrar, como un guante";
viz. "El (sic) que es bautizado en Cristo, se pone a
Cristo" En este tono intensamente homo erótico en el
que ambos sexos están presentes pero se derrumban en el cuerpo
sacrificado / sagrado, como en ejemplos tales como la descripción
que hace fray Bernardino Sahagún de los rituales en los que
el cura que oficia la ceremonia se pone por encima la piel
de una mujer desollada (en Sir James George Frazer, The Golden Bough: A Study in Magic and Religion [London: Macmillan,
1911, págs. 589-91].
[xxxiii]
La evolución de este problema y la manera en que intentó ser
superado sería objeto de un análisis independiente. Para
un estudio condensado de este problema véase Donald Laub y
Patrick Gandy (eds.), Proceedings
of the Second Interdisciplinary Symposium on Gender Dysphoria
Syndrome (Stanford: Division of Reconstructive and Rehabilitation
Surgery, Stanford Medical Center, 1973) y en Irvine, Disorders
Of Desire.
[xxxiv]
Laub y Gandy, Proceedings,
pág. 7. Las
declaraciones completas de Fisk constituyen una excelente
descripción de los objetivos y procedimientos del grupo Stanford
durante los primeros años y las tensiones de los conflictos
programáticos y los diferentes intentos de resolver estos
conflictos están implícitos en ellas. Para ejemplos de declaraciones
similares ver Irvine, Disorders
of Desire y Shapiro, Transsexualism.
[xxxv]
Harry Benjamin, The
Transsexual Phenomenon (Nueva York: Julian Press, 1966).
El
ensayo en el que después se basó el libro llevaba el título
de "Transsexualism and Travestism as Psycho-somatic and
Somato-psychic Syndromes" y apareció en el American
Journal of Psychotherapy 8 (1954):219-30. Un ensayo aparecido
mucho tiempo antes "Psychopathia Transexualis" de
D.o. Caldwellen Sexology
16 (1949): 274-80 no parece haber tenido la misma repercusión
dentro de este campo, aunque John Money sigue rindiéndole
homenaje atendiendo a la grafía de transexual con una sola
s en inglés empleada por Caldwell. En documentos antiguos
también podemos percibir la influencia de Cauldwell o Benjamin
según la forma en que se escribe la palabra.
[xxxvi]
Laub and Gandy, Proceedings,
pág. 8, 9.
[xxxvii]
El problema reside en la ontología del término "genital",
en particular con respecto a su definición para actividades
tales como masturbación pre y postoperatoria. La reproducción
crea una ontología de la economía erótica de la superficie
corporal; como señalan Judith Butler y otros (por ejemplo
Foucault) la reproducción legisla qué partes del cuerpo deben
tener sus componentes eróticos encendidos o apagados. Los
conflictos surgen cuando algunas
partes son polivalentes. Por ejemplo, cuando porciones de
la uretra (de un hombre) se utilizan para construir porciones
de neoclítoris (en una mujer creada a partir del cuerpo de
un hombre. Sugiero que utilicemos esta idea vertiginosa como
ejemplo de formas en que podemos refigurar la polivalencia
como una intervención en la constitución de posiciones del
sujeto creado; en una economía erótica binaria, "quién"
experimenta sensaciones eróticas con estas zonas? (Judith
Shapiro propone una idea similar en su ensayo "Transexualism"
publicado en Body Guards,
págs. 260-62. He elegido un emplazamiento bastante cercano
al que ella describe desde el punto de vista geográfico pero,
espero más ambiguo, y por tanto más disonante en estos discursos
en los que la disonancia puede ser una intervención poderosa
y productiva).
[xxxviii]
Esta acción en los límites de la posición del sujeto sugiere
la existencia de una categoría que no se encontraba en el
excelente ensayo de Marjorie Garber "Spare Parts: The
Surgical Construction of Gender", en differences
1 (1990): 137-59; es una intervención en la falta de simetría
entre "crear un hombre" y "crear una mujer"
la descrita por Garber. Hasta cierto punto representa el colapso
de las categorías del imaginario transexual, aunque parece
lógica la conclusión de que esta versión de la llegada a la
madurez sigue siendo predominantemente masculina- los médicos
y pacientes se cuentan historias sobre lo que la Naturaleza
representa para el Hombre y la Mujer. Generalmente las pacientes
femeninas cuentan las mismas historias.
[xxxix]
Los términos "retorcerle el pescuezo al pavo" (masturbación
masculina) y "aterrizaje forzoso" (rechazo para
acceder al programa sanitario) y "gaff" (prenda
interior utilizada para esconder los genitales masculinos
en transexuales antes de la operación) pueden variar según
el área geográfica, pero son lo bastante comunes como para
que se reconozcan en cualquier parte.
[xl]
Basado en las declaraciones de Norman Hisk recogidas en Laub
y Gandy, Proceedings,
pág. 7, así como en mis propias investigaciones. Parte de
la dificultad, tal como expongo a lo largo de este ensayo
es que los investigadores, por no mencionar a los transexuales,
no han visto los problemas que plantea el término "cuerpo
equivocado" como categoría descriptiva aceptable.
[xli]
En Walter y Ross, Transsexualism.
[xlii]
Uso la palabra "clínicamente" aquí como en otros
fragmentos con conciencia de la "victoria pírrica de
la que hablaba Marie Mehl. Ahora que la transexualidad tiene
una frágil legitimidad que le confiere su categoría de diagnóstico
recogido en el DSM, ¿cómo vamos a enfrentarnos al proceso
de sacarlo del libro?
[xliii]
El significado real de GG, término utilizado en el mundo de
las transexuales de hombre a mujer es "genuine girl"
-chica genuina (sic) a las que también se denomina "genny".
[xliv]
Judith Butler, Gender
Trouble (Nueva York: Routledge, 1990).
[xlv]
Lo contrario de pasar es leer, que invoca de manera provocativa
las prácticas de inscripción a las que he hecho referencia.
[xlvi]
Sugiero un posible punto de partida, pero hay que llegar más
lejos. No sólo hay que poner en tela de juicio la definición
que se hace de cuerpo
en estos discursos, sino analizar de forma crítica a quién
le corresponde definir lo que significa cuerpo.
[xlviii]
Por si el lector no está seguro, la respuesta correcta es
"NO".
[xlix]
Para un estudio en profundidad de este concepto inspirado
en Donna Haraway véase: “The Promises Of Monsters: A Regenerative
Politics for Inapropriate/d Others” en Paula Treichler, Cary
Nelson and Larry Grossberg, eds. Cultural
Studies (Nueva York: Routledge, 1991).
[l]
Jacques Derrida, “La Loi Du Genre/The Law of Genre” traducido
al inglés por Avital Ronell en Glyph
7 (1980): 176 (Francés ); 202 (Inglés).
[li]
También quiero apuntar aquí a la teoría de la mestiza elaborada
por Gloria Anzaldúa y que describe un sujeto ilegible que
viven en las fronteras entre culturas, capaz de dominar parcialmente
el lenguaje de cada una pero de manera sólo parcialmente inteligible
entre las dos. Luchando contra esta posición la “nueva mestiza”
de Anzaldúa intenta sobreponerse a la ilegibilidad haciéndose
con el control del lenguaje y la inscripción e inscribiéndose
a sí misma en el discurso cultural. La asombrosa “Borderlands”
es un buen ejemplo: Gloria Anzaldúa Borderlands/La
Frontera: The New Mestiza (San Francisco: Spinsters/Aunt
Lute, 1987)
[ Traducción: Carolina
Díaz ]
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