¿Se contenta la historia del arte feminista
con descubrir a artistas mujeres y revalorizar su contribución al
arte? ¿No se mueve asimismo por una verdadera intervención
feminista en la disciplina "historia del arte" a fin de revelar el sexismo
estructural de este discurso fundado sobre el orden patriarcal de la diferencia
sexual?
Analizar el lugar de las mujeres en la cultura
exige una deconstrucción radical del discurso de la "historia del
arte"2. Esto impone igualmente que se produzca
un nuevo discurso que supere el sexismo sin reemplazarlo por su simple
contrario. Si no consideramos más la diferencia sexual como una
simple oposición binaria, es posible analizar las relaciones de
sexualidad, de subjetividad y de poder, y la manera en que condicionan
la producción y el consumo cultural. Habrá desde entonces
que dedicarse a mostrar como los últimos condicionan ellos mismos
las formas actuales de poder social y sexual.
Los últimos quince años nos han ofrecido
magnificas exposiciones sobre los grandes maestros de la cultura francesa
moderna: Manet, Degas, Renoir, Cézanne, Pissarro, Gauguin, David
y más recientemente Seurat. Pero, ¿Dónde están
las exposiciones consagradas a mujeres que han contribuido igualmente a
la historia del arte francés? En ninguna parte. Los americanos han
organizado la exposición Berthe Morrisot en 1987, pero es todo,
sobre las artistas mujeres, ningún gran congreso comparable al consagrado
a David en diciembre de 1989.
Esto no es porque ellas no existan. No es porque
no conozcamos sus nombres. No es tampoco porque ellas no tengan importancia
como artistas que han verdaderamente creado la cultura de la época
moderna. Las estructuras de nuestro saber son de hecho sistemáticamente
sexistas. Así, el verdadero proyecto del discurso de la historia
del arte es proponer una celebración de la masculinidad.
Las palabras lo revelan todo. Cuando queremos rendir
homenaje hablamos de los vieux maîtres. No existe equivalente femenino
de esta expresión. Si decimos vieille maîtresse , las connotaciones
son de todo un género. Esta diferencia es muy reveladora: la MUJER,
es decir el sexo. La asimetría entre el maîtres evocando las
nociones de poder, de dirección, de autoridad, de respeto, y la
maîtresse, evocando aquellas de sexualidad ilícita, de dependencia,
de servicio, y de cuerpo traduciendo una decisión estructural dentro
de la cultura en general, inscrita en el seno mismo del lenguaje. Esto
tiene como consecuencia inmediata la ausencia aparente de mujeres pintoras
en los grandes textos de historia del arte, y más grave aun la imposibilidad
de inscribirlas.
Les Vieilles maîtresses: este fue el titulo
dado a una de las primeras exposiciones feministas en los Estados Unidos
en 1972 en la Walters Art Gallery de Baltimore. Sus organizadores se expresaban
así: "El título de esta exposición hace alusión
a la suposición, tácita dentro del lenguaje, que el arte
está creado por los hombres. No hay expresión equivalente
a vielle maîtres. Cuando decimos viellies maîtresses, decimos
otra cosa completamente diferente"3.
E. Gabhart y A. Broun, los autores del catálogo
y de la exposición, no se preguntaron por qué la historia
del arte no tenía palabras específicas para designar las
centenas de mujeres artistas pertenecientes a todas las épocas,
escuelas y movimientos. En nuestro libro publicado en 1981, Roziska Parker
y yo misma utilizamos Les Vieilles maîtresses como título,
y como subtítulo Mujeres, arte e ideología4.
Constatábamos que en efecto no es la historia sino la ideología
la que es responsable de la ausencia de mujeres dentro de la mitología
que nombramos "historia del arte". La creatividad ha estado designada como
un atributo exclusivamente masculino, mientras que por el nuevo movimiento
ideológico, la feminidad, en tanto que negativo de la masculinidad,
se le atribuye funciones contrarias a aquellas del artista. Nosotras demostramos
en nuestro libro que la historia de las categorías del artista y
de la mujer es aquella de dos trayectorias opuestas y contradictorias.
Estudiando algunos momentos históricos, podemos revelar las divergencias
de estas trayectorias. La distinción es total al final del siglo
XIX: "Mientras una mujer no se priva de su sexo (no se desfeminiza), no
puede ejercer el arte más que como amateur. La mujer de genio no
existe; cuando existe es un hombre" (Bettina Van Houten, citada por Octave
Uzanne, La femme moderne, 1905). Vimos la condición moderna de la
mujer artista que no puede ejercer su arte más que en contradicción
con su propio sexo. Es a esto a lo que deben de adaptarse las mujeres:
sobrevivir a una identidad contradictoria.
Nuestro escrito surge después de un decenio
de actividad feminista en historia del arte. Linda Nochlin, Ann Sutherland
Harris, Eleanor Tufts, Else Honing Fine, un gran número de profesoras
mujeres americanas se lanzan al gran descubrimiento de pinturas y esculturas
hechas por mujeres, desheredadas de la historia del arte, no por culpa
de sus contemporáneos, pero sí de la disciplina académica
de la historia del arte de nuestro siglo.
Es entonces cuando Rozsika Parker y yo refutamos
la visión liberal de los americanos que han sacado a la luz un discurso
sobre el progreso evidente de la causa feminista del Renacimiento a nuestros
días, en el siglo XVI habían contado pocas artistas mujeres,
contrariamente a lo que ocurre en la actualidad. El feminismo contemporáneo
no existe si las mujeres artistas no están hoy día perpetuamente
en lucha contra la discriminación. Hemos constatado, por todas partes,
que ello existe, justo hasta el comienzo del siglo XX, y de manera continúa,
una historia de mujeres en el arte. Es de hecho en el momento mismo donde
las mujeres han comenzado a luchar por ser reconocidas como ciudadanas,
por obtener sus derechos políticos, y en particular del voto, que
los discursos culturales oficiales han ocultado la creación de ayer
y de hoy día. Dentro del contexto histórico, la enunciación
de la feminidad toma una apariencia contradictoria sobre el terreno de
las representaciones. Esta enunciación ha producido unos resultados
desatendidos. Las mujeres se han visto obligadas a denunciar los conceptos
de feminidad del siglo XIX consistentes en la idea de una diferencia absoluta
entre el hombre y al mujer, de una división sexual rígida
fabricada por las ideologías burguesas, a fin de conquistar un reconocimiento
en cuanto que sujetos políticos. Este distanciamiento ha estado
agravado por la adopción de una norma dual de modernismo y liberalismo:
la humanidad singular. El rechazo de la feminidad burguesa corresponde
en efecto a un rechazo de ser mujer, al rechazo de ser una cosa en particular.
Justo en 1968, las mujeres no tienen otra alternativa que ser femeninas,
o estar al servicio del hombre, o devenir un "pseudo-hombre", problema
muy bien descrito por Simone de Beauvoir en El Segundo Sexo. El resurgir
contemporáneo del feminismo resulta de esta contradicción
histórica. El feminismo tiende ha hacer una enunciación nueva
de la feminidad como particularidad, estipulando el rechazo de ser mujer
por la simple afirmación de una diferencia con los hombres o, al
contrario, por identidad al hombre, esto compondrá una humanidad
singular, a la imagen del hombre.
Justo en 1904, fecha de la publicación de
Women in the Fine arts from de Seventh Century to the Twentieth
de Clara Clement resucita más de mil nombres de mujeres artistas,
nosotros podemos revelar la presencia de mujeres dentro del discurso de
la creatividad. Pero la historia del arte moderno es profesional, en tanto
que institución oficial establecida en las universidades, la prensa
y los museos, ha hecho desaparecer las mujeres del discurso dominante.
Esto no ocurre ni por olvido ni por negligencia, pero si por un esfuerzo
sistemático, político, queriendo afirmar la dominación
masculina en el dominio del arte y de la cultura. Han creado así
una identidad casi absoluta entre creatividad, cultura, belleza, verdad
y masculinidad. No es necesario decir el arte de los hombres; sabemos bien,
en efecto, que el arte es de los hombres.
Los esfuerzos puestos en marcha por las feministas
en los años 70 para reparar esta omisión -por recuperar una
herencia escondida como ha dicho Eleanor Tus (Our Hidden Heritage,
1974)- tiene efectos limitados de realizar el conocimiento por las mujeres
y hacerlo de manera sistemática.
Rozsika Parker y yo misma hemos antes abordado
los hechos sobre el aspecto de la ideología, es decir de la representación
del mundo en función de intereses de una clase o de un grupo social
particular. Estuvimos tentadas de decir que es esencialmente un problema
de discurso , en el sentido que lo emplea Michel Foucault en su lección
inaugural del Collège de France en 1970 5
, es decir discurso procedente de dominación y de poder . Hemos
analizado en este sentido el discurso histórico y formativo de los
historiadores de arte a fin de determinar los términos por los cuales
esta diferencia sexual se instala en el corazón mismo del discurso
oficial del arte y de su historia.
La perspectiva sugerida por Foucault ha aportado
sorpresas. Con la intención de verificar la ausencia de mujeres
en el discurso del pasado, hemos descubierto, a instancias de Foucault
por la sexualidad, la necesidad de ponerle cara a la feminidad sobre el
modo del discurso y de la representación, feminidad que no esta
invocada, en hecho, más que por estar negada, devenir de "cero"
contra la cual el genio hombre se expresa naturalmente: "El genio macho
no tienen nada que reducir del gusto femenino. Primero las grandes concepciones
arquitectónicas, la estatuaria, la pintura como expresión
de lo más elevado,...en una palabra el gran arte. Para las mujeres
los géneros que han preferido: el retrato, amable en la mano de
la Señora Le Brun, el pastel...; la miniatura...: las flores, los
prodigios de gracia y de frescura, con los cuales las mujeres solo pueden
luchar..."6.
Con Roziska Parker, hemos distinguido, para mi
las primeras situaciones por las cuales un discurso sobre el arte ha sido
construido, eso que hemos llamado el "estereotipo femenino". De hecho es
necesario hablar de una feminidad artística, percibida como otra,
negativa, inferior a ese arte poniendo en su lugar las categorías
propias solo de lo masculino. Esta apropiación del arte, en general,
por un solo sexo, y la exclusión de las mujeres de toda posibilidad
de reconocimiento artístico, son el efecto de una división
sistemática entre femenino y masculino en el corazón mismo
de la sociedad burguesa. La feminidad se presenta como atada a la naturaleza
misma del cuerpo de la mujer. Hemos sugerido, al contrario, que es una
categoría del discurso, una necesidad ideológica que sirve
como garantía de dominación de los hombres burgueses, en
la vida pública y las instituciones políticas.
La feminidad se presenta a si misma como esencial,
es decir en tanto que efecto de la naturaleza, o incluso ¿cómo
un darse necesario de la ideología patriarcal?
Fuertes de esta nueva formulación de la
problemática de las ataduras entre la mujer y e arte, podemos reescribir
toda la historia del arte poniendo el acento sobre los efectos de la ideología
de la diferencia de los sexos. No estamos tentadas, como Ann Sutherland
Harris por el pasado, de reinscribir las mujeres en un modelo de historia
escrito con le solo fin de afirmar la dominación masculina. Para
Ann Sutherland Harris, la historia del arte ha tomado forma alrededor de
la ideología del modelo liberal y burgués. El Renacimiento
fue, dice ella, un momento de floración para la humanidad y la creatividad.
Sin embargo, la pregunta ¿ha habido una Renacimiento para las mujeres?
la historiadora Joan Kelly responde que esta época fue para ellas
una verdadera derrota. Tanto en las posiciones sociales como en el discurso,
las mujeres han jugado un favor menor que en la época feudal en
la cultura de los trovadores7 .
Continuando con las celebraciones de las mujeres
excepcionales, hemos estado tentadas de escribir una historia de las mujeres
artistas teniendo en cuenta las condiciones históricas por las cuales
ellas se acomodan en esta diferencia de sexos más o menos marcada
según las épocas. Tres ejemplos de testimonio, que ponen
igualmente en juego la naturaleza de las relaciones y de las contradicciones
entre los sexos:
Sofonisba Anguissola (1532/35 - 1625), nace en
Crémone de una familia de pequeña nobleza formada por cinco
chicas y un chico, tomó la pintura como arte de pasatiempo, privilegio
de la aristocracia. Fue instruida con este fin por artistas profesionales
como Bernardino Campi (entre 1546 y 1549), Bernardino Gatti e incluso,
por correspondencia, Miguel Angel en 1557. A partir de 1559 ha venido a
la corte de Felipe II de España. Murió en Nápoles
donde Van Dyck fue a verla en 1624. El hizo un retrato dibujado e incluso
escribió que conservaba mucho espíritu de inteligencia y
opiniones muy útiles para él, entonces ella tenía
más de 90 años. El hecho de que esta mujer consiguiera una
plaza de pintora de la Reina, así como la referencia que hace Vasari
en Las Vidas es resultado de una conciliación histórica
entre la aspiración de los artistas a ser reconocidos como intelectuales,
parientes de la nobleza no por la sangre, más por el ejercicio de
un arte noble, y la posibilidad, por una aristócrata, de iniciarse
en la práctica de las artes. Esto dice mucho de los cambios realizados
en las concepciones de la educación de la nobleza como consecuencia
de la aparición del libro de Castiglione Il Cortegiano8.
Vemos, con este propósito, en los autorretratos de Anguissola, como
ella se representa primero como mujer noble que como artista donde la imagen
será aun evocadora del artesano. La nobleza de nacimiento y de educación
encuentra aquí un motivo de reencuentro con la ideología
naciente en la comunidad artística, relacionada con aquella de Sofonisba,
que es un ejemplo de este nuevo fenómeno, puede encontrar su lugar.
En el siglo siguiente, Artemisa Gentileschi (1593
- 1652/53) se representa participando en una autorretrato (Hampton Court).
Utiliza aquí lo códigos del artista inspirado enteramente
en el desarrollo de su profesión. No obstante, la utilización
de una figura femenina dentro de los tipos de iconografía a confundido
a los historiadores de arte, la mujer es de ordinario una figura alegórica
representa la pintura y no la pintora misma. Pintado entonces por un señor
de Inglaterra en 1630, este cuadro no fue atribuido a Artemisa Gentileschi
hasta 1962. Estaba expuesto como pintura alegórica anónima.
Es Michel Lavey que finalmente determino su atribución escribiendo
sobre el: "Puede ser que la intención seria del cuadro fuera mejor
comprendido como si hubiera sido pintado por un hombre"9.
Las obras de las mujeres que aman su identidad profesional parecen indescifrables10.
Las contradicciones a las cuales son sometidas
las mujeres entre dos identidades ideológicas diferentes -la del
artista y la de la mujer- han evolucionado según las épocas
con relación a los cambios sociales, económicos e ideológicos
venidos a la vez en el orden social y artístico. Estos cambios han
sido particularmente rápidos y radicales en la Revolución.
Elizabeth Vigée-Lebrun (1755 - 1842) figura
como una de las cuatro mujeres que han llegado a entrar en la Academia
real en 1783. Después de la Revolución, el Instituto se opone
sistemáticamente a toda admisión femenina. La Revolución
ha representado una derrota histórica suplementaria para las mujeres.
Carol Duncan describe el nacimiento, al fin del siglo XVIII, de la idea
de maternidad como aquella de placer11. De
cierta manera, esta idea corresponde a un progreso en el desarrollo de
los sentimientos humanos, dentro de las relaciones afectivas que unen la
familia. Pero este progreso va a la par con la introducción de una
nueva traba en la vida de las mujeres. Es ésta misma idea, en efecto,
que ha contribuido al encierro de las mujeres dentro de su hogar. La familia
deviene así la base de una institución que anula los derechos
de las mujeres en la vida pública, creando un tipo de feminidad
desde entonces relacionada con las nociones de domesticidad, de dependencia,
de pasividad y de maternidad.
El cuadro Madame Vigée-Lebrun et sa fille
(1789, Musée du Louvre) pintado en la fecha de la revolución
representa de manera radiante esta concepción nueva y burguesa de
las relaciones entre la madre y su niño. Esta fusión de cuerpos,
esta repetición de identidades esta compuesta por una forma piramidal
que crea una unidad entre los dos momentos de la feminidad. Vemos una sensibilidad
nueva, algo muy sensual en la disposición del brazo desnudo, de
la carne, del contacto entre los dos modelos. Sin embargo, vemos aquí,
en imagen, la prefiguración de una reiteración del destino
femenino: la pequeña crecerá para ser como su madre, atada
a sus niños. La pintura ha creado una forma visual de esta feminidad
que fue formulada por la clase burguesa, en el momento en que lucha por
obtener una posición dominante tanto en el dominio social como ideológico.
Si comparamos este autorretrato con otra obra de
Elizabeth Vigée-Lebrun, el retrato de Hubert Robert (1788,
Musée du Louvre), su diferencia nos choca. Este cuadro lleva
asimismo la marca de una concepción romántica del artista.
Los cabellos, los vestidos simples y en desorden de Hubert Robert testimonio
de un artista inspirado por la naturaleza sublime, de un genio que obedece
a una vocación superior. El mira fuera del cuadro, sujetando con
gracia entre sus manos sus instrumentos, la paleta y los pinceles. Elizabeth
Vigée-Lebrun es por tanto capaz de captar esta visión radical
del artista romántico, mientras ella se representa de otra manera.
Sus gestos, sus miradas, sus vestidos, su cuerpo constituye para el espectador
la imagen misma de la gracia, de la belleza, de la calma, espectáculo
sinónimo de feminidad. Ella se pinta como objeto de la mirada masculina
a la vez que ella presenta Hubert Robert como objeto de mirada de pintor.
En este periodo, el discurso ideológico del artista tiende a situar
al hombre cada vez más fuera de la sociedad, a la vez que la mujer
es instalada en el corazón mismo de las instituciones fundamentales.
Haciendo de ella misma una figura doméstica, maternal y mitológica.
Ella es el símbolo de un nuevo orden social. Esta división
ideológica se encuentra inscrita hasta en la arquitectura pública
y privada, en las ciudades donde las afueras están reservadas a
los residentes burgueses, en la piedra de las calles y de las mansiones
que son las estructuras concretas del mundo del siglo XIX, siglo donde
reina la división entre los sexos.
Es pues en la derrota de las mujeres resultado
de la revolución burguesa que se abre el siglo XIX. Pero la fuerza
de la tensión entre las clases como entre los sexos lleva a aparecer
una forma de resistencia nueva, la del Feminismo.
El feminismo es el hecho histórico que sienta
la base y la justificación de mi discurso. No obstante, ¿qué
es lo que el feminismo puede hacer con la historia del arte? Para empezar,
ha permitido confirmar la existencia de mujeres en la historia del arte.
He escrito un libro sobre Mary Cassatt, una monografía en la cual
intento una lectura de su obra como discurso sobre la posición social
de la feminidad burguesa 12. Mary Cassatt
no era consciente de todo lo que ella hacia, pero su obra ha partido referida
con la representación de la feminidad como una cosa aprendida. Esta
feminidad esta inscrita en las costumbres y los gestos, en el cuerpo de
la niña que incitamos a seguir a su madre resultado de la feminidad,
del matrimonio, y de la maternidad pero sobre todo de la representación
de ella misma como imagen del espectáculo. Sus pinturas retratan
las etapas de la vida de las mujeres de la infancia a la vejez. Así
en sus cuadros, ellas representa niñas pequeñas y jóvenes
mujeres: En voiture (1879, Philadelphia Museum of Art), Deux
Jeunes Femmes dans une loge (1882, National Gallery of Art, Washington),
Mère et enfant (1905, National Gallery of Art, Washington) sirvan
de ejemplo. Esta representación de la feminidad como construcción
de un artificio, como juego de mascaras, ha creado un espacio para un saber
crítico, una distancia del análisis entre la subjetividad
femenina vivida y la objetividad en la cual la feminidad aparece como objeto
e imagen sobreimpuesta.
Un cuadro de Mary Cassatt ejerce una fascinación
permanente: llamado Dans la loge (1880, Boston Museum of Fine Art).
Podemos acercarla a una pintura de Renoir La loge (1874, Courtauld
Institut, Londres). En el cuadro de Renoir, el espectáculo del teatro
no es más que un pretexto para presentar la mujer como espectáculo.
La figura femenina es mostrada tratando de entregarse a un cambio de miradas
que hacen de ella un objeto aquiescente y seductor para un espectador supuesto
y forzosamente masculino. Mary Cassatt, por el contrario no nos presenta
a la mujer de esta manera objetivada. Ella la mira con un plan pictórico:
como Hubert Robert, su preocupación es otra. Pero, aquí,
en el anterior plan, descubrimos el espectador que la puesta en escena
de Renoir hace suponer. La recuperación de la mirada del espectador
exterior al interior del cuadro da por sobreentendido, por parte de Mary
Cassat una verdadera posición crítica. En su trabajo la plaza
ocupada en el de Renoir por un espectador hombre es ocupada por una espectadora.
No me satisface, sin embargo, la idea siguiente, simple y cuajada de la
diferencia de los sexos: por un lado hay una mujer que observa a su manera
un sistema que identifica bien, simplemente porque ella es mujer y por
otro hay un hombre, Renoir, ejemplo típico de este sistema al que
se opone Mary Cassatt.
En 1988, en mi libro Vision and Difference,
he propuesto un nuevo análisis de la formación del modernismo
y del impresionismo13. El artículo
se titula "La modernidad y lo espacios de la feminidad". Yo quería
examinar dos tradiciones de una nueva manera. La primera es aquella del
feminismo que ha permitido dar luz a las condiciones opresivas en las cuales
las mujeres pintoras del siglo XIX trabajaban. La segunda es aquella de
la historia social del arte puesta en su lugar por T. - J. Clark en su
libro The Painting of Moder Life: Paris in the Art of Manet and his
Followers. Clark ha descrito las condiciones de la modernización
de la ciudad de París y las formas de conciencia y de representación
de la "modernidad". El modernismo como forma de práctica pictórica
elabora en la representación las condiciones del espectáculo
urbano. Dicho de otro modo, París deviene una ciudad de consumo
y lujo, bien representada por la figura del flanêur, este aficionado
de la multitud que, escribía Baudelaire, se encuentre todos los
días con él en los boulevards. Baudelaire, en Le Peintre
de la vie moderne, ha creado la imagen del artista moderno como ojo
erótico y ávido en un mundo donde las mujeres son tales como
mercancía: "La multitud es su dominio, como el aire es al pájaro
y al agua al pez. Su pasión y su profesión es casarse con
la multitud. Para el perfecto flanêur, para el observador apasionado
es un inmenso disfrute que elige domicilio en el nombre, en la ondulación,
en el movimiento, en lo fugitivo e infinito. Estar fuera de su casa, y
por otro lado sentirse en su casa; ver el mundo, estar en el centro del
mundo y permanecer escondido del mundo, estos son algunos de los motivos
de placer a un espíritu independiente, pasional, imparcial que la
lengua puede difícilmente definir. El observador es un príncipe
que juega siempre de incógnito. El amateur de la vida hace del mundo
su familia... Así enamorado de la vida universal entra dentro la
multitud como dentro una inmensa reserva de electricidad"14.
El texto describe París como la ciudad de
las mujeres para este flanêur: "... La mujer, en una palabra, no
solamente para los artistas en general..., la hembra del hombre. Es por
lo tanto una divinidad, un astro, que preside todas las concepciones de
cerebro macho; es un merecimiento de todas las gracias de la naturaleza
condensadas en un único ser; es objeto de admiración y de
curiosidad la más viva que el cuadro de la vida pueden ofrecer al
contemplador. Es una especie de ídolo, estúpido puede ser,
pero cegadora, encantadora, que tiene los destinos y las voluntades suspendidas
a su mirada... la mujer es sin duda un luz, una mirada, una invitación
a la felicidad, una palabra algunas veces..."
En el capítulo titulado "Las mujeres y las
hijas", Baudelaire hace un viaje imaginario en los bosques, los palcos,
los bastidores del teatro, los cafes, hasta los burdeles que forman una
inmensa galería de la vida parisina. Sin embargo, los espacios reconocidos
y puestos en primera fila como aquellos propios de la modernidad son sobre
todo espacios de la clase masculina. Los espacios de la modernidad son,
enteramente, aquellos de la masculinidad burguesa. Cierto, las mujeres
acceden a los lugares públicos. Los burgueses iban a los palcos
del teatro en los jardines como el Bois de Boulogne; las obreras, habían
accedido a los espacios públicos para trabajar. Pero he podido
señalar una línea que parte absolutamente los sexos, que
no se sitúa en una frontera de los espacios domésticos y
públicos. Se presenta de hecho en una frontera en el interior de
las definiciones burguesas de la mujer. Entre la mujer y la hija, por retomar
los términos de Baudelaire, se establece una no natural pero gobernada
por las diferentes formas de uso de la exploración del cuerpo de
la mujer por los hombres burgueses: bien como mujer casada, es decir como
posesión absoluta, legal, en el marco de una compra de un cuerpo
y de sus frutos que lleva por nombre matrimonio, bien una hija donde los
burgueses emplean el cuerpo en las fábricas, lavanderías,
cafes y burdeles. Las mujeres que son obligadas a trabajar fuera de la
familia son casadas con hombres en tanto que simples cuerpos desposeídos
de su feminidad para estar solamente "sexualizadas". Son objeto de una
utilización repetida y gobernada por el dinero. En el dominio público,
el contacto con el dinero y los cambios comerciales con los hombres, las
obreras pierden su pertenencia a la categoría mujer.
No obstante, son inscritas en la cultura moderna
como verdaderas figuras de la modernidad. Es suficiente recordar que muchos
de los mejores cuadros del sigo XIX tienen por sujeto una prostituta. En
consecuencia, este plan del Paris moderno, mostrado por el texto de Baudelaire
es sintomático de los espacios de la modernidad considerados como
los espacios de la sexualidad, creadores de una modernidad verdadera, pero
marginal y fundada sobre las relaciones recíprocas de poder entre
sexo y clase.
¿Cómo trabajaban las mujeres pintoras
en este entorno particular de la modernidad? Mary Cassatt y Berthe Morisot,
mujeres burguesas, no habían accedido a la ciudad y a los espacios
de la modernidad. ¿Podemos imaginar a Berthe Morisot como la pintora
de la Olympia o de Un bar aux Folies Bergères? Respondiendo
en negativo, no podemos evitar sin embargo, considerar la pintura de Mary
Cassatt como deficiente, falta de los verdaderos caracteres de la modernidad.
¿Cómo entonces determinar la significación de estas
obras sin reproducir el discurso masculino, es decir sin limitar a las
mujeres a su diferencia? Podemos, en otros términos, no hablar de
diferencia entre la masculinidad y su contrario, imperfecto, pero si de
la especificidad de las mujeres, termino implicado de significaciones heterogéneas.
Considero, en mi trabajo, las obras de Mary Cassatt
y de Berthe Morisot desde el punto de vista del espacio. Existen tres tipos.
Los primeros, los espacios representados en las imágenes, aquellos
de las escenas de jardín, de salón o de habitación
los cuales designan los privilegios de la vida de las mujeres burguesas.
Pero hay un espacio de la composición, un
espacio plástico, al interior del cual las dos pintoras demuestran
ciertas particularidades. Así, en Mary Cassatt el espacio está
muy comprimido. Los cuerpos son grandes, y se tocan los unos a los otros,
y los espectadores son incluidos en esta proximidad. Nos sentimos incluidos
en la tela, incluso cuando el sujeto femenino no nos concierne.
Este último hecho esta relacionado con una
tercera clase de espacio, más psicológico. Se mueve en el
cual la artista ha producido la pintura. Es verdaderamente un espacio psíquico,
como revela la fotografía del taller de Berthe Morisot donde la
artista y la modelo se pertenecen la una a la otra, intimas y asociadas
como dos mujeres de una misma clase o de una misma casa. Es igualmente
un espacio simbólico de eso que hemos llamado la feminidad15.
Se mueve un espacio psíquico en el cual la representación
de los cuerpos y de las subjetividades es muy particular en razón
de las relaciones específicas que las mujeres tienen con el cuerpo
de la madre sobre el yugo de la ley falócrata.
Una vez la combinación de éstas diferentes
modalidades espaciales analizadas, si ofrece medios feministas de mirar
y de leer las pinturas como proyectos elaborados por las mujeres como resultado
psicológico y social de la sociedad burguesa del siglo XIX. Yo no
veo aquí una feminidad esencial e transhistórica, pero si
lo efectos, los deseos y los placeres que caracterizan un momento histórico
en el seno de una historia discontinua de la diferencia sexual.
Estas pinturas no son verdaderamente legibles e
interesantes si no adoptamos un punto de vista feminista e histórico
para mirarlas. Es la idea de aburrimiento que trasmite la historia del
arte (escrita por los hombres) cuando analiza el arte de las mujeres. Este
aburrimiento de las obras juega un papel. No deben ser condenadas, pero
sí descritas como carentes de interés y significación.
La reacción de los hombres tropieza con la expresión fuerte
de una manera de vivir -femenina puede ser- en relación con lo simbólico
de nuestra formación social aplicada al arte de las mujeres.
Las representaciones femeninas no vienen de otra
escena, de un espacio aparte que tiende a confirmar el orden masculino
que comporta un centro (los hombres) y los margenes (las mujeres). ¿Cómo,
entonces concebir una manera de pensar las relaciones de diferencia sin
reafirmar el régimen patriarcal? Hace falta reconocer a las mujeres
una complejidad psicológica, social e histórica que ha beneficiado
a los hombres en el discurso del arte y de la cultura.
Los discursos feministas no se unen hasta el presente
a las artistas mujeres. Hace falta en adelante deconstruir el canon tradicional
relativo al hombre, humanidad y arte. Igualmente hace falta encontrar como
el arte masculino pone en su lugar un particularismo psíquico y
sexual en el seno del cual, sin embargo, aparece un proceso de elaboración
del sujeto, un proceso de diferenciación por el cual todos los sexos,
todas las identidades son formadas.
He terminado la preparación de una edición
de conferencias en ocasión de la exposición Degas, Images
de femmes (Liverpoool, Tate Gallery, 1988)16.
Este título pone en primera plana las nociones de representación
y de sexualidad. Para algunos historiadores de arte profesionales, estas
conferencias no fueron más que un simple pretexto para celebrar
una vez más el genio de Degas creador de imágenes, de sujetos,
de mujeres retribuidas como modelos o prostitutas, no suscita más
que el escalofrío de la curiosidad. La mujer aparece como un sinónimo
de imagen, la una y la otra son dos objetos naturales de artista masculino.
La conferencia más importante fue pronunciada por Heather Dawkins.
Ella se dedicó a estudiar, en los escritos sobre Degas, los puntos
de identificación, dicho de otro modo las diferentes vías
por las cuales los historiadores de arte, hombres o mujeres intentan aproximarse
y apreciar a Degas y su imagen. Heather Dawkins parte de un texto de un
modelo con el que trabajo Degas con el fin de establecer, a contrasentido
del discurso masculino, una posibilidad de identificación.
Mi proyecto es incluso diferente. Yo he tomado
por objeto dos imágenes, cada una representa a una mujer con unas
prismáticos de pequeño formato [los utilizados en el teatro],
la primera es de Degas, la otra de Cassatt: para Degas la serie de dibujos
y bocetos sobre el tema de la mujer con prismáticos (realizados
entre 1865 y 1877), en el caso de Mary Cassatt la tela realizada en 1880
Dans la Loge. He creado dos recintos ficticios alrededor de estas
imágenes.
Siento que el cuadro de Cassatt es una respuesta
a esta serie de Degas. Existen varios bocetos de esta figura realizados
por Degas, también un óleo el cual representa una escena
de carreras, probablemente fechada en 1868, en la cual una mujer con prismáticos
ha sido tachada, cubierta de dieciséis capas de materia pictórica17.
A fin de comprender esta obsesión inscrita en la multiplicidad de
las tentativas, hace falta intentar remontar a las condiciones mismas de
la existencia de la idea fija de una mujer con prismáticos.
Imagino primero un hombre en las carreras, Degas,
un caballero, mira a la multitud con su prismático. Su observación
es interrumpida por un choque: encuentra la mirada de una mujer mirandolo.
El la ha sorprendido. En su taller, el hombre trata de recrear esta situación,
este choque, tanto que el placer de la ruptura de una identidad establecida.
¿Es posible recrear esta experiencia, esta vez en la represión,
en el examen, en lo prolongado? En el espacio de taller, con la ayuda de
modelo, el hombre ha abolido ésta distancia sobre el papel, conseguir
materializar la fragilidad del momento. Por su dibujo, puede reconstruirse
la escena. Y puede igualmente apartarse. Sin embargo, desde entonces busca
trasponerlo en un cuadro narrativo esta experiencia tan viva de una mirada
llevada puesta sobre él por una mujer desconocida, y frustrada.
La razón de este jaque es debida sin duda a un hecho que es Edouart
Manet, el rival profesional de Degas, al que encontramos retratado en los
rasgos del compañero de la mujer (Ver el boceto de esta figura en
el Metropolitan Museum, New York). La situación edipo es muy fuerte
y, en tanto que intenta, en la pintura Aux courses reproducir la
escena con dos figuras, él termina por borrar a la mujer, haciendo
así desaparecer el triangulo simbólico. Repetido, modificado,
vuelta y vuelta encantador, elegante, apasionante e incluso peligroso,
esta imagen de una mujer con un prismático no es una imagen de mujer,
es una experiencia recreada de memoria, significada por la representación
de una mirada. En mi historia inventada del hombre en las carreras, un
hombre es sorprendido tratando de mirar de reojo. Esto me recuerda las
palabras de Jean-Paul Sartre, citadas por Lacan en su reflexión
sobre la formación de la subjetividad por la mirada. Lacan no habla
de una mirada fijo del hombre sobre la mujer pero sugiere que la mirada
nos rodea, nos forma, nos encuentra. El retoma un texto de Sartre en el
cual alguien mirada por el agujero de una cerradura. El escucha el susurro
del paso de las hojas, de los pasos en el pasillo, y es finalmente la mirada
no óptica que sobrepasa los hechos. Lacan constata que la mirada
es de hecho la presencia misma del Otro 18.
En posición a la ideología de la geometría óptica
que gobierna la pintura occidental desde el Renacimiento, Lacan afirma
que "yo soy un cuadro". La mirada me mira, yo soy pues producido como un
sujeto, como sujeto de la representación.
Existo entonces como peligro, una amenaza relacionada
con las miradas. Sin embargo, la situación en el taller de Degas
interviene los peligros y los riesgos de ser sorprendido haciendo de
voyeur. Es la mirada del hombre (el artista) mirando a la mujer que
el espectador encuentra en el dibujo. Ella está fija sobre el papel,
sorprendida, descubierta.
Esta fijación permite disminuir la vergüenza
relacionada con la sensación paranoica del voyeur a través
de un fantasma creado artificialmente en el taller en un dibujo. Fantasma
de tener el poder permanente de solicitar la mirada del Otro, de ser su
objeto, de ser el cuadro que le sirve de señuelo y le domina, de
ser su centro de interés único y permanente. Pienso que los
dibujos y los bocetos son anulados como repetición de esta necesidad
psíquica -cada uno ofrece los placeres diversos en la solicitación
fantástica de la mirada maternal, la mirada por la cual nos formamos
como sujetos antes que la mirada paternal no nos ponga sobre la amenaza
de la castración. Las repeticiones artísticas permiten al
artista jugar una suerte de fort-da19
eterno- la condición angustiosa de una felicidad frágil.
Pero el miedo a la castración se encuentra representado en los cristales
monstruosos de los prismáticos que desfiguran la cara y toman el
poder de la mirada y de la Ley Simbólica.
Mary Cassatt se inscribe en otra ficción.
Ella ha podido ver los bocetos de Degas en su taller o en el taller de
Tisot o de Puvis de Chavannes. Entonces elige dar su propia respuesta a
un proyecto más extremo20. Ella reinstala
esta escena en el mundo por medio de un representación de las costumbres
contemporáneas. Parte al encuentro de un espacio donde una mujer
burguesa puede, sin comprometerse, observar y ser observada en público
en un palco de la ópera o de un teatro. Para una mujer, sin embargo,
no es moverse en un espacio privado, como para el flanêur de Baudelaire
que juega al derecho de mirarlo todo y que se siente siempre en casa tanto
si esta en medio de la multitud.
Dentro de la clase social específica de
la burguesía, la mujer es siempre objeto de una vigilancia omnipresente.
Es posible defenderse un poco especificando el origen de este voyeurismo
masculino. Mary Cassatt reduce la generalidad del voyeur a un individuo,
a través de la representación sardónica de este hombre
aburrido, escrutador y ávido de atraer la atención. El está
muy claramente representado por la pintora, con un poco de irónica
indulgencia. Pone entonces dentro de un cuadro al espectador no representado
en el dibujo de Degas, dado que es de hecho el verdadero sujeto. Ella representa
una mujer, pero no mira ni al espectador figurado, ni al espectador representado.
Ella organiza el espacio pictórico con la
intención de crear un espacio para el espectador, aquí, en
el palco al lado de esta mujer. No es un espacio fantasmagórico
ni imaginario. La composición sugiere de hecho que la mirada -esta
que nosotros espectadores del cuadro repetimos- es aquel de la compañía
de la mujer en negro -la que se cubre con el bonete, la hermana, la misma
artista?
Esta figura, no representa, pero sugiere, mira
también. Ella ve a los dos protagonistas, la mujer en el palco y
el hombre al fondo. Esta mirada presentada pero no figurada es necesaria.
Es el marco en el cual las dos figuras encuentran su significación.
Es de hecho la mirada del otro que forma la subjetividad de la mujer, del
sujeto femenino.
Lo que quiero demostrar aquí es que el sujeto
femenino es igualmente formado en un espacio de observación que
constituye el entorno de una mirada y de una presencia del Otro, el espacio
y la mirada maternal. En el de Mary Cassatt las figuras se empapan de una
mirada maternal. La recurrencia de imágenes de mujer con niño
exprime simplemente, según el estereotipo femenino, que el artista
es una mujer. Las mujeres quieren ser madres, ellas peinan entonces naturalmente
la maternidad. Sin embargo, las obras de Cassatt traducen una complejidad
psíquica comparable a la de Degas. Ni celebración de la maternidad
ni regresión hacia un fantasma de unión con la madre perdida,
en Dans la loge se inscribe una distancia, y consecuentemente registra
la presión de un deseo, el reconocimiento de algo que falta aquí.
Esta cosa es representada en el campo visual por aquello que atrae la mirada
de la mujer de negro, pero que los espectadores del cuadro no pueden ver21.
El cuadro representa a una mujer en cuanto sujeto de su propio deseo, y
no como simple objeto de la mirada masculina. Este deseo es representado
icónicamente, como dice Joan Copjec, por la idea que hay siempre
algunas cosas de más que escapan al sujeto22.
En esta pintura Mary Cassatt representa una cosa que le falta a esta mujer.
La mirada lleva fuera del cuadro buscando esta cosa. Sin embargo, el cuerpo
de la mujer no significa aquí que falte, es decir el orden de castración
masculino fundado sobre la imagen del cuerpo mutilado femenino. La artista
que es Mary Cassatt aparta esta iconografía del sacrificio simbólico
por la cual todos los sujetos se supone se someten. Al contrario, la figura
femenina significa aquí la falta simbólica que está
en el fondo de toda subjetividad, figura entonces la mirada traspasa el
marco del campo pictórico en el momento mismo donde le cuadro tira
y contienen el nuestro.
Hay que poner el acento sobre el carácter
obsesionante de la obra de Mary Cassat, en paralelo a la de Degas. Ella
juega y repite su juego de fort-da. La subjetividad femenina no
esta cerrada sin contradicciones ni fisuras, y es posible de leer la obra
de Mary Cassatt como un diálogo entre las diferentes fuerzas de
la cultura femenina. En mi monografía de 1980, he descrito el discurso
elaborado por las obras de Mary Cassatt al rededor del tema de la feminidad
burguesa como proceso social. Vi entonces un discurso psíquico en
la variedad de miradas que caracterizan su obra. Existen dos cambios entre
mujer y niño en las cuales ellos son psíquicamente discretos,
separados, pero donde la mirada de la madre, o de la nodriza, abrazan al
niño. Aparece entonces una imagen unitaria en la cual la mirada
ata a los individuos. Estas imágenes representan de hecho una división,
pero la mirada ofrece una consolación a esta separación psíquica.
La mirada deviene casi palpable. Encontramos en las otras composiciones
típicas de la obra de Mary Cassatt la imagen de una mujer adulta
mirando fuera del marco. En el cuadro de Degas por el contrario, la mirada
de la mujer es reprimida, parada, el espacio ficticio creado por la obra
de arte presenta una figura que nos mira, pero a través de los prismáticos,
ha aquí el protector de las formas fálicas. En su cuadro,
Cassatt ha puesto en escena este peso que es el modelo masculino para las
mujeres. Ella lo expone, con frescura al pequeño hombre que vemos
al fondo. El deseo masculino es borrado en esta caricatura, dado que la
imagen sobreimpone el deseo femenino. Mis búsquedas siguen los pasos
de Mary Cassatt. Yo pruebo a librarme de las tentativas de estrangular
nuestro saber cultural por los discursos de la historia del arte. Quisiera
llegar al final resistiendo a la inscripción cruel del deseo masculino
en el arte y dentro de las historias del arte. Intento, de hecho, producir
un discurso que funcione en interés de las mujeres que viven bajo
el signo de la posición social y psíquica de la feminidad.
Me gustaría concluir con el ejemplo de Mary
Kelly, una artista americana contemporánea, posteriormente instalada
en Inglaterra, que ha elegido la feminidad como tema de varias grandes
instalaciones. La más reciente se llama Interim, presentada
en New York, en el New Museum of Contemporary Art, antes de ser expuesta
en los Estados Unidos y en Canada23.
Interim -la palabra latina significa un
intervalo de tiempo entre dos momentos- prolonga la exploración
ya iniciada por Mary Kelly en Post Partum Document (1973 - 80),
obra consagrada a la maternidad como momento típico de la educación
femenina en nuestra sociedad.
En nuestra cultura la mujer es representada sea
joven o casadera, o madre. ¿Cual, es entonces, la situación
de las mujeres después de la maternidad y delante de la vejez en
la cual no somos mujeres, ni siquiera hembras, pero muy a menudo consideradas
como brujas, o incluso, en inglés, old bags?
Mary Kelly ha dado rostro dedicando Interim
a la madre de Dora Ida Bauer, sujeto del estudio de Sigmund Freud sobre
al histeria, publicado en 1905. Dora ha devenido una de las causas celebres
de los escritos feministas24. De la madre
de Dora, Freud dice solamente que él nunca la ha encontrado, pero
sabe que sufre de un psicosis de mujer doméstica. La madre de Dora,
metáfora de la mujer "interim", deviene políticamente
una presencia en Interim en tanto figura simbólica de las
mujeres de mediana edad, de mujeres que se interesan por hombres como Freud.
Ella no está representada, pero la instalación compleja de
las imágenes, de los textos, de las formas, de los espacios que
atraen nuestra mirada y solicitan por nuestra parte un reconocimiento a
través de historias, de juego de espíritu, o de memorias
colectivas relacionadas con la historia después de 1968, todo esto
pues, converge a la presencia de una subjetividad históricamente
formada: el sujeto feminista y crítico. La obra de Mary Kelly no
refleja la existencia de un sujeto feminista. Son los procesos más
bien estéticos que cognitivos, activamente producidos en una intervención
feminista en el discurso del arte y los discursos de nuestra formación
social que se ha constituido como promesa en la cual la espectadora se
puede identificar.
Somos nosotras que somos la madre de Dora, nosotras,
mujeres de esa generación histórica que está en estos
momentos entre dos edades. La juventud de la mujer es sinónimo de
la mujer como objeto del deseo masculino. ¿La vejez....? ¿Cómo
representar un momento de la historia de toda mujer que no existe en las
representaciones culturales de la feminidad? ¿Cómo representar
el deseo de estas mujeres, deseo insignificante y aburrido para Freud y
los hombres de nuestro tiempo? Interim es primero que nada una instalación
que define el espacio del espectador, que nos rodea con sus miradas, sus
atractivos, sus significaciones. La instalación es vista en cuatro
secciones, cada una en función de una clasificación de temas
que surgen de numerosas conversaciones con las mujeres de la generación
de 1968: Corpus (el cuerpo), Pecunia (el dinero), Historia
(la historia), Potestas (el poder). La feminidad es vehiculada a
través de estas cuatro categorías. La mujer que es reducida
a un simple cuerpo mudo con Charcot (Kelly utiliza la Iconographie photographique
de la Salpetrière (1876 - 1880) reproduciendo las actitudes
pasionales determinadas por la medicina de las neurosis: el erotismo, la
amenaza, la suplicación, la llamada, el éxtasis) que jamás
ha sido representada. En relación con el cuerpo de la mujer, Kelly
enumera los discursos que la reproducen: el de la moda, el de la medicina,
de los periódicos populares, de las historias novelescas, de los
cuentos de hadas como La Cenicienta. Por estos procesos ella revela una
feminidad simbólica negada: aquella de la mujer-interim. Kelly reintroduce
en nuestra cultura la voz, la presencia oculta de la mujer entro dos edades.
Este "entre-dos-edades" corresponde de manera literaria y metafórica
a una "Edad Media de la mujer", de este modo las mujeres se sienten en
el estado actual de las cosas. Corresponde también a la generación
que se sitúa en el limite del orden patriarcal actual y aquel que
imaginábamos estar creando después de 1968, "le troisième
temps" del cual escribe Julia Kristeva25.
El feminismo ha estado atrapado en la trampa bien
de la igualdad, bien de la diferencia absoluta. Mary Kelly no afirma otra
feminidad primordial, esencial. No constata tampoco una diferencia total.
Va en el sentido de Michèle Montrelay que considera que la mujer
adulta reconstruye su sexualidad en un campo que sobrepasa la noción
de sexo. Sexualidad y feminidad participan de nuevas relaciones entre la
mujer y el sujeto de la mirada. El silencio y la pasividad atribuidos a
la mujer, a la madre de Dora, son destruidos por el placer significativo
que se procuran las mujeres, dicho de otro modo por su trabajo intelectual
y creativo sobre al sexualidad. Las obras de artistas como Mary Kelly y
la producción de textos y de imágenes que ellas inducen -y
que modifican las representaciones de la sexualidad - tienen su existencia
en el seno de la cultura.
Por esta razón, estas obras no son pinturas
son sistemas semióticos muy complejos que rehuyen las tradiciones
relacionadas con el arte y su bagaje ideológico masculino. Intentan
también atar todas las divisiones ideológicas entre, por
un lado, el arte, lo grandioso, lo sublime, el genio, el hombre, y del
otro, lo popular, lo insignificante, lo decorativo, lo sentimental, la
feminidad26.
Interim se ha concebido para situarse en
el corazón mismo de los cambios del arte actual. Kelly ha puesto
en práctica el modernismo y el arte conceptual en el origen del
desafío puesto por el modernismo formalista. Ha integrado aquí
el minimalismo, el conceptualismo, los gestos de la pintura, la fuerza
y la presencia de la escultura, los debates del teatro brechtiano y el
placer del cine. Ha estudiado a Godard y a Brecht, pero ella se identifica,
es las tradiciones, el lenguaje y las conversaciones de las mujeres concebidas
como sujetos de historias. Kelly cuenta la historia de las mujeres que
han fundado los movimientos de tendencia feminista después de 1968:
movimientos sociales, psicoanalíticos, artísticos. Estas
mujeres han vivido los años del viraje a la derecha en Inglaterra
y en los Estados Unidos. También han vivido un tiempo femenino:
han sido madres o han tomado parte contra la maternidad, después
han llegado a la menopausia y han intentado pensar como el deseo femenino
esta inscrito sobre el cuerpo, en las mentalidades, y en el corazón
de la sociedad. Con el fin de establecer un sistema de representación
de esto que para la sociedad no significa nada, la artista debe inventar
formas nuevas, no solamente plásticas, discursivas, a través
de su sentido encontramos la artista., la escritora y la observadora que,
ensambla, su compromiso en una actividad de desciframiento, resultado de
un esfuerzo, un trabajo común: la presencia en nuestra cultura de
un sujeto femenino y crítico en el seno de el espacio significante
del movimiento de las mujeres.
Para intentar comprender la naturaleza y los efectos
de la intervención feminista, yo no puedo acantonarme en el estricto
dominio de la historia del arte, y su discurso en el seno de la art
history. La comprensión de los efectos feministas escapa a sus
esquemas críticos e interpretativos. El saber es de hecho una cuestión
política, de posición, de intereses, de perspectivas y de
poder. La historia del arte, en tanto que discurso e institución,
sostiene un orden de poder investido por el deseo masculino. Debemos destruir
este orden a fin de hablar de los intereses de las mujeres, a fin sobre
todo, de poner en su lugar un discurso por el cual afirmaremos la presencia,
la voz y el efecto del deseo de las mujeres.
[Trad.: Ana Navarrete]
Notas
1. Publicado originalmente en Feminisme, art
et histoire de l'art. Ecole nationale supérieure des Beaux-Arts,
Paris. Espaces de l'art, Yves Michaud (ed).
2. En Inglés, podemos distinguir "art
history", la disciplina, y "history of art", el sujeto, el terreno
histórico, uno de los aspectos del "art history"
3. E. Gabhart y A. Brown, Old Mistresses, Walters
Art Gallery, Baltimore, 1972; ver asimismo Bulletin of the Walters Art
Gallery, 1972, vol.24
4. Roziska Parker y Griselda Pollock, Old Mistresses,
Women Art and Ideology, Pandora Press, Londres, 1981.
5. Michael Foucault, L'Ordre du Discours,
Gallimard, Paris, 1971
6. Léon Lagrange, "El Rango de las mujeres
en el arte", Gazette des Beaux-Arts, serie 1, vol. 8, octubre 1860, pp.
30-43. Ver también: "The geometric style is primarily a feminine
style. The geometric ornament seems moresuited to the domestic, pendantically
tidy and at the same time surreptitiously careful spirit of woman than
that of man. It is considered purely aesthetically, a petty, lefeless and,
despite all its luxuriousness of colour, a strictly limited mode of art.
But within its limits, healthy and efficient, pleasing by reason of the
industry displayed and its external decorativeness the expression of the
feminine spirit in art." H. Hoernes and O. Menghuin, Uhrgeschichte der
Bildenden Kunst, 1925, p. 574
7. Joan Kelly "Did Women Have a Renaissance?" en
Woman, History and Theory, University of Chicago Press, Chicago,
1984.
8. Ann Sutherland Harris en su introducción
a: Linda Nochlin et Ann Sutherland Harris, Women Artists: 1550-1950
catálogo de la exposición en Los Angeles County Museum of
Arts, 1976-77.
9. Michael Levy, "Notes on the Royal Collection
II: Artemisia Gentileschi's Self Portrait at Hampton Coutr", Burlington
Magazine, February 1962, vol. CIV, nº 707, pp 79-80.
10. La Monografía más reciente escrita
sobre la artista es la de Mary D. Garrard, Artemisa Gentileschi, The
Image of the Female Hero in italian Baroque Art, Princeton University
Press, 1989. Ver en este sentido el artículo que yo he publicado
en Art Bulletin, Septiembre 1990, vol. 72, nº 3. [nota de la traductora:
en lengua española se ha traducido la novela histórica de
Anna Banti, Artemisia, Versal, Barcelona, 1992.]
11. Carol Duncan, "Happy Mother and Other New Ideas
in French Art" en : Art Bulletin, 1973, vol. 56, nº 101.
12. Griselda Pollock, Mary Cassatt, Jupier Book,
Londres, 1980.
13. Id., Vision and Difference, Femininity,
Feminism and the Histories of Art, Routledge, Londres, 1988.
14. Baudelaire, El Pintor de la vida moderna en
Curiosidades Estéticas.
15. Recuerdo aquí las palabras con las cuales
Simone de Beauvoir comienza su libro El Segundo Sexo, Gallimard,
Paris 1949.
16. Griselda Pollock et Roziska Kendall, Dealing
with Degas Representations of Women and the Politics of Vision, Pandora
Press, Londres 1991.
17. B. Nicholson, "The Recovery of a Degas Race
Course Scene", en: Burlington Magazine, Diciembre 1960, vol. CII, nº
693, pp. 536-37.
18. Jacques Lacan, Le Séminaire,
Livre XI, Le Seuil, Paris, 1973.
19. "fort-da": el juego observado por Freud,
cuando su hijito repite las palabras "Ich-ici", cuando intenta encontrar
su joujou.
20. Cf. Paul - André Lemoisnem, Degas
et son ouvre, 4 volúmenes, Arts et Métiers graphiques,
París, 1946 - 49, nº 431 (Femme la lorgnmette, La Dame aux
jumelles, Dresde, dado a James Tissot), nº269 (Hyda Femme la lorgnmette,
col. part., Suiza, perteneció a Puvis de Chavannes), nº 268
(La Lorgneuse, en la colección de Edmond Duranty hasta 1881) .
21. Kaja Silverman, The Acoustic Mirror, The
Female Voice in Psychoanalysis and Cinema, Indiana University Press,
1988. Un análisis luminoso del deseo femenino.
22. Joan Coptej, "The Orthopsychic Subjet: Film
Theory and the Reception of Lacan" October nº 49, 1989.
23. Mary Kelly, Post Partum Document (1975 -
82), Routledge, Londres, 1983; Interim, New Museum of Contemporary
Art, New York, 1990.
24. C. Bernnehimer et C. Kahane, "Dora's Case",
en Freud, Hysteria, Feminism, Virago Books, Londres, 1985.
25. Julia Kristeva, "Le Temps des femmes", 33/44
Cahiers de recherche de sciences des textes et documents, invierno 1979,
nº 5, pp. 5 - 19.
26. Andreas Huyssen, "Mass Culture as Woman: Modernism's
Other", en : After the Great Divide Modernism, Mass Culture, Postmodernism,
MacMillan Press, Londres, 1986. |