"Dobleces y rugosidades que se plisan y multiplican,
que se pliegan en abanico y se replican. No teníamos
definición no sentido ni modo de diferenciarnos unas
de otras. Éramos lo que éramos entonces, libres
intercambios, afinadísimos microprocesos, transferencias
polimorfas indiferentes a fronteras y límites. No había
nada donde colgarse, nada que agarrar, nada que proteger o
de lo que protegernos".
(Sadie Plant: 1998)
"Las relaciones emocionales son tan contradictorias,
incoherentes, plurales y cambiantes, que intentar hacerlas
transparentes es reducirlas a una caricatura, devaluándolas".
(Enrique Gil: 1997)
"La necesidad de un texto coreográfico con formas
polisexuales". (J. Derrida: 1982)
"Donde las mujeres son investigadas, los hombres son
probados". (Steve Neale: 1991)
El
diccionario francés, definía en 1892 la palabra
"feminismo" como "un quiebro en el desarrollo
de un hombre sobre la adolescencia que le otorgaba ciertos atributos
femeninos". Desde esta acepción decimonónica,
ser feminista sería ser afeminado, infeminado. Yo no
sé qué es "ser feminista". Ni mucho
menos puedo aspirar a definirlo. Del feminismo, de la semiótica,
del psicoanálisis, de la deconstrucción, de toda
la teoría textual moderna, hemos aprendido a no confundir
el sexo del autor con la sexualidad y el posicionamiento sexual
inscrito en un texto. La relación no parece en modo alguno
inmediata. No sé si puede identificarse un texto o una
obra como "feministas"; ni tampoco si pueden identificarse
esas obras o textos como "feministas" independientemente
de quién sea su autor. En cualquier caso, yo no me creo
en el derecho ni en la capacidad para tomar esas decisiones,
para identificar esas categorías. Recuerdo ahora ese
terrible "halago" que el pintor Hans Hoffman hizo
a las pinturas de Lee Krasner, esposa de Jackson Pollock: "Esta
pintura es tan buena que nunca sabrías que está
hecho por una mujer".
Alguien podría llegar a decir que tal autor es tan feminista
que parece una mujer pensando. Yo me sentiría extraño,
pero no irritado. Este "yo" que habla puede asumir
su masculinidad, pero, ¿en qué grado?, ¿De
qué forma? Ese "yo" ¿es masculino como
biológico, corporal, psicológico, familiar, social,
genérico, laboral, genético? ¿Dónde
comienza? El contenido de mis palabras cambiaría si este
"yo" que se presenta como sujeto del discurso, lo
hiciese identificándose como homosexual, o como transexual,
o como heterosexual, o incluso como mujer travestida. El contenido
del discurso será, en cada caso, otro. Y fíjense
entonces que, a pesar del aceptado constructivismo identitario,
se advierte la paradoja de que la posición del sujeto
emisor determina el sentido del discurso que teóricamente
es el que hubiera de "construir" la identidad del
emisor
Y al mismo tiempo, cuando se afirma que tal o cual
hombre o mujer es más o menos femenino o masculina, femenina
o masculino, los parámetros utilizados para evaluar ese
grado de identidad refieren a constructos culturales claramente
arbitrarios, de modo que tomarlos como medida resulta paradójico
especialmente en contextos en los que se supone se están
desmontando o deslegitimando tales construcciones. Por lo pronto,
por tanto, no quisiera asumir una masculinidad sin dejar en
suspenso ese supuesto que es, justamente, el contenido de la
deconstrucción que aquí me gustaría tratar.
Umberto Eco definía el signo como "todo aquello
que puede ser utilizado para mentir". En cierto nivel,
el sujeto del discurso es siempre anónimo, supuesto,
referido a unos síntomas que identificamos o acordamos
en identificar como diferenciales. Pero esos supuestos son tan
débiles, tan poco substanciales, como un maquillaje.
Y al mismo tiempo, como el maquillaje, despliegan una sintomatología
profunda.
No
me preocupa dónde estoy respecto a la feminidad, ni respecto
al feminismo. Me importa más generar relaciones de curiosidad
e interacción con posiciones que, por lo demás,
puedan estar siendo inocupables para mí. Nunca he pretendido
hacer méritos para ser admitido en un club; no ha entrado
dentro de mis pretensiones, ser considerado como "feminista".
Ni mucho menos he pretendido sugerir al feminismo lo que podría
ser. Si estoy aquí invitado a esta mesa, probablemente
sea porque algunas series de obras, algunos textos publicados,
algunos ensayos y comunicaciones presentadas en contextos de
discusión sobre cuestiones de género han llegado
a suscitar cierto interés. Mi interés ha sido,
más bien, el de la deconstrucción de lo genérico,
y particularmente, la deconstrucción de la masculinidad
o identidad masculina, tal y como se expresa en ciertas mitologías
que aparecen subrepticiamente en la historia de la estética
y la iconografía occidental. En este sentido mis análisis
sobre iconografía femenina han sido explícitamente
reflexiones sobre los modos culturales mediante los que se constituyen
los procesos de identificación. El título del
libro MA(non é)DONNA. Imágenes de creación,
procreación y anticoncepción (1992) , testificaba
el constructivismo radical de la iconografía que asimilaba
ciertos atributos corporales a ciertos programas simbólicos,
deshaciendo el tópico naturalista o esencialista sobre
las "imágenes femeninas", desde el paleolítico
hasta hoy.
En este ámbito, los contextos y las aportaciones intelectuales
y sensibles provenientes del feminismo han sido esenciales,
componiendo un contingente intenso, copioso y profundo sobre
las tensiones políticas, psicológicas, raciales
y sexuales que roturan (y probablemente torturan) las identificaciones
y las identidades. En este sentido, la deuda intelectual y afectiva
es infinita, muy superior a cualquier contraprestación
que pueda realizar. Como afirma Rosi Braidotti, "la feminización
del pensamiento, parece ser prescrita como un paso fundamental
en el programa de antihumanismo que marca nuestra era".
El feminismo ha puesto sobre la mesa de discusión cuestiones
tan importantes como la relación entre el sujeto y el
poder, entre la sexualidad y la diferencia sexual, entre la
teoría y la práctica política, entre lo
personal y lo político. De ahí que el feminismo
no sea una teoría, sino un complejo sistema de valores
éticos, un campo de experiencias. Es, en efecto, un sistema
de feminismos que incluso pueden diferir profundamente unos
de otros.
MACULINIDAD
Así,
será una impertinencia hablar aquí, al menos sin
verme obligado a seguir la sugerencia de Cary Nelson y utilizar
un pseudónimo femenino, como antaño muchas mujeres
tuvieron que hacerlo para conseguir legitimar su expresión;
Al hacerlo no me sentiría muy extraño, las identificaciones
son, como muestran los análisis clínicos, mucho
más flexibles y diversas que la mera anatomía
sexual. Y para Kristeva, como para tantas y tantos autores,
lo "femenino" es un atributo tanto de mujeres como
de hombres. Pero, al hacerlo, ¿estaría a salvo,
o más bien continuaría el tipo de apropiación
característica de la dominación masculina?. "¿Porqué
será -se preguntaba Gayatri Spivak ()- que los críticos
masculinos en busca de una causa encuentran su mejor esperanza
en la crítica feminista?". La sospecha refiere a
la posibilidad de que el interés sea una maniobra que
explora nuevas formas de seducción. Podría pensarse
que inmiscuirse en el feminismo es uno más de los episodios
de "canibalismo metafísico". La irritación
estaría justificada. No puede eliminarse el pasado de
un plumazo, y el presente tampoco es demasiado halagüeño.
Es significativo que la aceptación de los hombres en
el feminismo sea más fácil si el hombre es gay.
Así lo afirma Alice Jardine (1987), en conversación
con Paul Smith: "No siempre entiendo por qué. Sospecho
que es porque no temen ser penetradas; tememos menos ser invadidas,
penetradas, enloquecidas
es también un tipo de
imaginario".
La
sospecha es comprensible, esté o no justificada. Milenios
de historia y un presente ineludible nada dicen a favor de la
honestidad de todo esfuerzo. Y sin embargo, la expectativa temible
de una eventual penetración, como elemento determinante
de una aceptación, no protege al discurso, pues confina
la crítica al mundo simbólico de la metáfora.
Las formas más sutiles de apropiación son independientes
de la metáfora y son perfectamente compatibles con la
homosexualidad, donde se reproducen en muchas ocasiones los
mismos parámetros de diferencia y jerarquía achacables
a las relaciones heterosexuales. Es posible que en ocasiones
más que aceptación del feminismo se trate de una
simple identificación con la feminidad, incluso con la
noción de feminidad más prototípicamente
patriarcal. En tanto identificación, el sujeto ocupa
simultáneamente la posición de objeto, de modo
que eventualmente puede recoger sus aspiraciones, sus ansiedades,
sus fórmulas, puede compartir sus objetos de deseo -convertidos
entonces en objetos de objetos
Pero como identificación,
sólo puede ser imaginaria, y fijada a un imaginario social
de feminidad dado, heredado. Así, no se trata de que
se recupere un imaginario esencialista, sino que se exige una
referencialidad imprescindible para el progreso del proceso
de identificación; y la frontera entre esencia y referencia
es sólo una cuestión de grado, pues el concepto
de referencia apunta a invertir la causalidad, olvidando que
no es origen sino producto de la representación.
LIBERACION (Y LIBELACION) FEMENINA (Y MASCULINA)
El
28 de Septiembre de 1996, The Economist (Londres) publicó
una serie de artículos titulados The Trouble with Men.
Tomorrow´s second sex, formulando un pánico creciente
ante una imprevista e inminente supremacía femenina:
supremacía en las aulas, donde el índice de fracaso
escolar comenzaba a ser superior entre los chicos y el rendimiento
mayor entre las chicas; supremacía en el trabajo, donde
los trabajos industriales dejaban paso a los servicios (administración,
comunicación, finanzas, enseñanza, etc.) donde
las mujeres comenzaban a despuntar; supremacía en la
familia, donde la figura del padre y el abandono masculino estaban
debilitando la estructura; y supremacía psicológica,
pues la desmoralización, la renuncia a la búsqueda
del éxito, la adición, el nihilismo, la delincuencia
o la muerte temprana comenzaban a ser "síndromes
masculinos". Se trataba, en definitiva, de una voz de alarma
ante "la decadencia del hombre", o más bien,
de la decadencia del mito de la masculinidad, tradicionalmente
ligada a: determinación del vencer, voluntad decidida,
afán de superación-honor-respuesta a los desafíos
espíritu de sacrificio/capacidad de resistencia/imaginación
crítica/inventiva, iniciativa
Todos esos contenidos de la mitología viril no
sólo eran extraños a los hombres actuales, sino
apreciables en las mujeres contemporáneas. Según
el texto, conforme las mujeres devienen más "masculinas"
(esto es, se incorporan a la esfera política y laboral),
los hombres devienen más "femeninos" (esto
es, cultivo de la domesticidad, los sentimientos, etc). Estas
evidencias hicieron saltar la alarma de ciertos "bienpensantes"
ante una "andropatía epidémica", propia
del "nuevo sexo débil", contribuyendo tanto
a actitudes de desmoralización victimista, como -consiguientemente-
a recursos violentos, junto a intentos imposibles de "restauración"
e implantación de principios y privilegios. "Lo
primero que aprende un varoncito, desde que se arriesga a escapar
de su cómodo refugio bajo las faldas de su mamá,
es a fingir perversa maldad, a hacerse el bárbaro brutal
e insensible, que se burla de cualquier principio y desprecia
toda autoridad. Naturalmente todo esto es pura fachada, mera
baladronada ficticia que a nadie logra engañar. Pero
el hecho es que crea escuela, y todos los hombres se acostumbran
a representar de mayores el más que dudoso papel de héroe
maldito de pacotilla" (Gil: 1997, p.16)
Cabría considerar la posibilidad de vincular fenómenos
muy distantes entre sí conectados precisamente por su
vínculo con la esfera del imaginario social de la virilidad:
a. La fiebre popular en las sociedades desarrolladas por los
deportes, especialmente por el fútbol, el baseball y
otros deportes tradicionalmente "masculinos": que
contribuyen a propiciar procesos de socialización ligados
a la retórica de la masculinidad (neoclásica).
b. El ascenso alarmante de ideologías fundamentalistas
y otras de corte nacionalista en todas sus expresiones más
o menos moderadas, -desde los nacionalismos ligeros hasta los
radicalismos nazis. En todos estos casos, se trata de ideologías
muy ligadas al tipo de sentimientos y de conductas que tradicionalmente
componían el cosmos de la construcción masculina.
Frente
a estos alarmismos reaccionarios, se vienen produciendo afortunadamente,
otros comportamientos y otras actitudes entre la población
masculina. La evidencia es que ha existido y existe una cantidad
notable de hombres que han tenido y tienen interés en
deconstruir el patriarcado. Desde los años 70, se han
generado distintos ensayos de un Movimiento de Liberación
Masculina; ensayos donde se deslegitiman las formas de masculinidad
clásica (esto es, fálica, viril, marcial, intensamente
edipizada, etc.). "Hay diferencias y tensiones entre las
masculinidades hegemónicas y las masculinidades cómplices;
oposiciones entre las masculinidades hegemónicas y las
masculinidades subordinadas o marginales" (Connell: 1995,
p. 242).
No son escasos los síntomas de esta sensibilidad masculina
dirigida a una deconstrucción de género: Los textos
de Warren Farrell: The Liberated Man; de Jacks Nichols (Men´s
Liberation), Pleck (The Myth of Masculinity, 1980 o Men´s
Power with women, other men an society. A Men´s movement
analysis. 1977), de John Stoltenberg (Refusing to be a Man),
de Andrew Tolson (The Limits os Masculinity), la antología
de Jon Snodgrass (For Men Against Sexism), organizaciones de
hombres antisexistas, como la Men Against Sexism (U.S.A.), Men
Overcoming Violence, o la Organization for Changing Men (USO,
80s), o el diálogo electrónico identificado con
el nombre /gen.maleness/ activo desde mayo del 89
"Gran parte de los tempranos estudios feministas referían
al entendimiento de los condicionantes estereotípicos
de las mujeres, y reclamaban un sentido de elección;
es quizá arrogante, pero creo que estamos haciendo lo
mismo con los hombres -reclamando un sentido de elección
que nos permita romper y salir de círculos viciosos.
Mi firme convicción es que comenzaremos a resolver muchos
de los asuntos de género no debilitando a los hombres,
sino fortaleciéndolos, para encontrar un sentido social
y funcional del poder" TG. 8 ENE. 1992. (gen.maleness).
"Mi vergüenza hacia mis ancestros y mi descendencia,
significa que puedo hacer algo sobre lo que son y lo que fueron.
De hecho, mi vergüenza es reveladora en el sentido de que
me enseña exactamente quiénes fueron (y son) revelando
aquellas partes en mí que eran incuestionables hasta
que mi vergüenza las confrontó" MH 8 NOV.1991
(gen.maleness).
Ciertamente,
estos movimientos se han generado a imagen del Movimiento de
Liberación femenina (MLF), y se trata de comunidades
de indagación y grupos de consciencia emergente. Su base
estructural es feminista, y por razones fáciles de entender
son movimientos inestables y mal considerados. Cabría
preguntarse por qué existe una especie de silencio administrativo
e incluso académico hacia estos intentos. Por qué
incluso estos movimientos antisexistas son considerados sospechosos
por ciertos feminismos, por las asociaciones de liberación
homosexual (etc.), y terriblemente perversos e incongruentes
por la sociedad. Dentro de la estructura de la cultura patriarcal,
la masculinidad heretosexual ha estado tradicionalmente estructurada
como el género normativo. La relación heterosexual,
núcleo supuesto de la sociedad tradicional y patriarcal,
se encuentra en el punto de mira del pensamiento progresista:
todos los males se achacan a esta estructura artificial que
predetermina todas las formas de dominación. Por ello,
un hombre o una mujer heterosexual son considerados, en el mejor
de los casos, incautos esbirros del sistema, o interesados secuaces
que disimulan su connivencia con el sistema. Ello plantea una
paradoja, "precisamente porque los hombres blancos heterosexuales
se perciben, desde las políticas identitarias multiculturalistas,
como el centro de la cultura dominante, no se les permite reclamar
su propia diferencia. Esto es irónico, pues el objetivo
mismo de la política progresista, hoy -desmantelar los
privilegios- acaba dejando en su lugar en nuestro imaginario
un gran monolito de poder. La diferencia, que funciona como
el sustrato de una política de reconocimiento, es sólo
para el oprimido. ¿Entonces, qué se le permite
hacer, en este contexto, a los hombres blancos heterosexuales"
(YUDICE: 1995, p. 280).
Muchos de estos movimientos de liberación han tenido,
como advierte George Yúdice, un carácter "izquierdoso
antimasculinismo profeminista", pero han sido considerados
como "profeministas misándropos", anti-masculinos,
achacándoles la escenificación de un "hombre
light". Frente a ellos, han surgido otros movimientos que
responden con el intento de restaurar formas de virilidad fuerte,
-como se ejemplifica en Iron John (Robert Bly). Estos movimientos
reaccionarios pretenden presentar a los hombres como víctimas
de una hegemonía femenina. De hecho, ocupar el papel
de víctima, adoptando la retórica de la opresión
es un particular modo de reactividad que legitima y se legitima
en el discurso social y político... Como afirmaba Voltaire,
los conspiradores, incluso los más sanguinarios, nunca
dicen: ¡Cometamos un crimen!, siempre dicen: ¡Venguemos
a la patria de los crímenes cometidos por el tirano!...
HOMBRES (EN, DESDE, CON, HACIA) EL FEMINISMO
En
una fantástica edición, Alice Jardine y Paul Smith,
recogieron, bajo el título: Men in Feminism, las intervenciones
realizadas en dos sesiones en el Modern Language Association
en Washington en diciembre de 1984. Las contribuciones fueron
valiosas y trataron de reflexionar sobre el hecho indiscutible
de que un número considerable de intelectuales hombres
estaba empleando y desarrollando pensamiento feminista y teoría
feminista. Stephen Heath, Paul Smith, Andrew Ross, Alice Jardine,
Judith Mayne, Elizabeth Weed, Peggy Kamuf, Naomi Schor, Jane
Gallop, Elaine Showalter, Terry Eagleton, Nancy K. Miller, Denis
Donoghue, Cary Nelson, Meaghan Morris, Richard Ohmann, Robert
Scholes, Craig Owens, Rosi Braidotti
las sesiones fueron
provocativas desde el propio título general: Hombres
"EN" el feminismo. Esa partícula fue motivo
de numerosas disputas y testifica la problematicidad de esa
relación. ¿Por que no "hombres con el feminismo"
u "hombres desde el feminismo", etc.?
Por supuesto, las opiniones variaron del blanco al negro, y
me gustaría, con motivo de esta charla, recuperar algunas
que pueden resultar significativas.
El texto de Donoghue (1987) reflejaba un cierto lamento rabioso
con respecto a la crispación a veces exultante de ciertas
facciones radicalmente excluyentes dentro del feminismo. Y que
refieren a la imposibilidad de ser al mismo tiempo hombre y
correcto dentro del feminismo. Para Donoghue, ciertos feminismos
convierten a la mujer en un libelo, en una caricatura no menos
reductiva que la caricatura falogocéntrica del "eterno
femenino" o de la "femme fatale", y al hacerlo,
niegan la imaginación: todo hombre queda imputado con
un pecado original indeleble que lo convierte en violador camuflado.
Desde ese malestar, llega a preguntar: "¿Soy realmente
culpable del alegado reforzamiento falogocentrico del sentido
en el discurso? ¿Cuándo cometí el crimen?".
La respuesta de Nancy K. Miller es aún más tremenda:
"Por supuesto, ningún "hombre particular"
es único responsable de los poderes globales del discurso
dominante, pero sí Denis, desde el momento en que preguntas,
tú eres "realmente culpable"; en cada línea
de tu artículo, comenzando con el impacto barato de su
título; lo estas siendo ahora en la flamboyante mala
fe de tu retórica. A lo largo de todo el ensayo, el lenguaje
de Donoghue está habitado por las metáforas de
la ley: crimen y castigo, inocencia y culpabilidad, buenos y
malos. De hecho, este es el recurso constante a ese lenguaje,
los referidos códigos del falogocentrismo en sí
mismo
" (MILLER: 1987. p.137).
"El
masculinismo es una instancia de naturalización de la
jerarquía y la dominación [
] se puede definir
en relación a la ideología esencialista de la
determinación biológica" (ARONOVITZ: 1995.
p.315). Si el machismo o masculinismo pretende naturalizar la
diferencia, imputando la superioridad masculina sobre la base
de la fuerza física y/o la diferencia de género
con respecto a la reproducción sexual
no es infrecuente
encontrar en los medios de comunicación de masas, alegatos
que tienden a practicar un esencialismo inverso: que imputa
la superioridad femenina sobre la base de la habilidad cerebral
o emocional y/o la diferencia de género con respecto
a la reproducción sexual: Catherine MacKinnnon considera
que todos los hombres son inevitablemente agresivos, sea por
la testosterona o por la socialización; Andrea Dworkin
considera que todo coito es una violación, y que la sexualidad
misma, y específicamente la heterosexualidad es un mero
síntoma de la dominación masculina. Craig Owens
ha advertido que el feminismo más esencialista y radical,
instituye un principio homosexual, o, cuando menos, ofrece a
las mujeres la disyuntiva excluyente de ser o feministas o heterosexuales.
Lo que se ajustaría a una "heterofobia", o
lo que Eve Kosofsky denomina con la palabra "homosocial".
En estos contextos, la radicalidad no es un síntoma de
izquierdismo, sino de la consideración del género
como la división más radical de la experiencia
humana "implícita o explícitamente, el feminismo
radical tiende a negar que el significado del género
o la sexualidad haya cambiado nunca". Obviamente esta supuesta
centralidad de la distinción genérica implica
ya una modalidad de esencialismo. Para Judith Butler, el género
está ligado a un "efecto melancólico":
"una catexis de objeto se reemplaza con una identificación"
(Butler: 1995). Aunque en la melancolía se rechaza una
pérdida, no es, sin embargo abolida. En realidad, la
internalización es el modo en el que lo perdido se preserva
en la psique. De este modo, la centralidad del género
apuntaría a una internalización. Y para Lacan,
si "no existe relación sexual", es porque no
hay nunca dos sexos, sino uno en ambas caras de la "relación"
(sea hombre y mujer, mujer y mujer, hombre y hombre). La relación,
la idea de la relación depende de un imaginario otro
que me complementará como uno, esto es, saciará
y eliminará mi falta de identidad
Esta "unicidad"
del otro se encuentra en la base del modo en el que los hombres
(heredan) tratan a (con) las mujeres (pornografía, fetichismo,
libido, violencia
). Por su parte, Enrique Gil, advierte
que ciertas formas de feminismo caricaturizan situaciones que
se presentan como mucho más complejas que los clichés
machistas o feministas. Habla de los complejos del hombre postmoderno
respecto a una sociedad que a menudo presenta los hechos como
una batalla campal entre los hombres -crueles romanos (infieles
y paganos)-, y las mujeres -pobrecitas cristianas (víctimas
y mártires)-. Un paisaje mediático que, a través
de la publicidad muestra a un hombre obtuso, embrutecido, pasmado,
insociable, cohibido, libidinoso, incontenible, ausente, infantil,
obseso e imbécil.
Y
cómo frente a esta fractura de la complejidad, muchos
hombres optan por el disimulo, por la reserva
"Así
como el hombre machista ejercita violencia física y verbal
con espontánea naturalidad, sin dominio de sí,
ni control emocional sobre sus pasiones, el hombre postmoderno,
en cambio, se domina y disimula, y ha aprendido a controlarse
para no ser tachado de machista" (Gil: 1997. p. 24).
En todo caso, creo que hay mucha gente de acuerdo en luchar
"contra una política sexual que reduce la complejidad
de la diferencia sexual a una relación antagonista entre
dos grupos de gente mutuamente excluyentes"(Ross: 1987).
Da la sensación de que el discurrir de lo que se conoce
como "lucha de sexos" se reproduce en contextos tan
dispares como el hogar privado o la discusión académica
pública. Pero considero que esa "guerra" no
responde a impulsos naturales o esenciales de "diferencia
genérica", sino más bien a patrones culturales
adquiridos y reenunciados de modo más o menos consciente
por cada individuo. Al mismo tiempo sospecho que esta "guerra
sexual" está promovida por intereses de Estado,
esto es, intereses internos de una lucha de competencia financiera
de carácter privado. Una sociedad dividida es una sociedad
controlable. La guerra de sexos es una cortina de humo que pretende
desviar la atención de los conflictos de relación
que son propiamente políticos. El efecto ideológico
del "género" es esencializar y naturalizar
el sistema de diferencias y jerarquías (clase, raza,
sexo) como si fuese fijo e inmutable. Lo que se perpetúa
en la lucha de sexos, es una mitología de guerra, y una
sexualidad bélica. La noción de una deuda de sangre
según la cual la víctima tiene derecho a ejecutar
al verdugo en una cadena sin fin que reenuncia la violencia,
perpetuando una dinámica útil al sistema.
En
el genérico (EL hombre, LA mujer) se vehicula el género;
y en el género se vehicula la ideología de "lo
genérico" -ese instrumento abstracto vinculado a
la institución del Estado, a la mitología del
Estado. Estado que ha sido tradicionalmente patriarcal, pero,
como advierte Camille Paglia, "lo que las feministas llaman
patriarcado es simplemente "civilización",
un sistema abstracto diseñado por hombres, pero incrementado
y co-perteneciente a las mujeres. Como un gran templo, la civilización
es una estructura genéricamente neutra" (Paglia:
1994). Las relaciones entre lo universal y lo particular, entre
lo genérico y lo específico, entre la identificación
y la identidad, se encuentran en un núcleo que es común
a hombres y mujeres. Quizá, como afirmara Gayatri Spivak,
la mujer "debe asumir el riesgo de la esencia" para
pensar realmente diferente. Y ciertos maximalismos deriven de
esa exigencia creativa. Indudablemente, asumir el riesgo del
esencialismo es parte de cualquier juego creativo, aunque personalmente
tiendo a someter ese delirio esencialista al método daliniano
de la paranoia crítica: Uno se deja llevar por el delirio,
pero al mismo tiempo conserva una cierta consciencia residual
de que se trata, en efecto, de un exceso de interpretación.
Si la definición del género es institucional
y cultural; si la identidad femenina y la identidad masculina
no responden a patrones esenciales o naturales sino a determinaciones
culturales y a procesos constructivos tanto personales como
colectivos
entonces la fijación de una mujer concreta
a los patrones culturales es tan activa o pasiva como la fijación
de un hombre a los suyos: la opresión entonces tiene
dos niveles:
a. Una opresión propia de las relaciones de poder entre
los roles masculino y femenino.
b. Otra opresión propia del ajuste de cada uno de los
roles: la violencia necesaria para que cada persona concreta
se ajuste a su patrón genérico.
Indudablemente,
la primera opresión ha sido claramente dirigida contra
las mujeres, así como contra otros pueblos y otras culturas,
que, en este sentido, habrían ocupado la posición
femenina/victimaria con respecto a la cultura oficial. Pero
la segunda opresión ha sido ejercida sobre todos los
miembros de esas sociedades, y por supuesto también sobre
los hombres, cuya construcción de identidad masculina
ha estado plagada de brutalidad. De hecho, no existe una virilidad
sino la ejercida e instituida culturalmente bajo presión.
En este sentido, es revelador el ensayo de David Gilmore (1994)
titulado Hacerse Hombre, una panorámica antropológica
que muestra la artificialidad de la masculinidad, y los violentos
procesos que los hombres sufren en gran parte de las culturas
primitivas para reprimir lo no-masculino y para ajustarse al
patrón social. En la mayoría de las sociedades,
la virilidad es una prueba infinita, directamente relacionada
con la dureza, la autodisciplina, la preparación para
la lucha
bajo pena de ser despojados de su identidad,
una amenaza, al parecer, peor que la muerte. Para Gilmore, dado
que en las culturas de patronazgo masculinista, las mujeres
suelen estar bajo la autoridad masculina, el sistema debe habilitar
dispositivos para contener la indisciplina (la autoridad) del
hombre, mediante un sistema moral especial ("la verdadera
virilidad"), para asegurar una aceptación voluntaria
de la conducta apropiada por parte de un varón, para
forzar a que el hombre evite la regresión narcisista
a la identificación pre-edípica con la madre.
De ahí que el núcleo de esta "verdadera virilidad"
sea la disciplina, el sometimiento a ciertas funciones de provisión
y protección.
Entre el esencialismo (absolutos biológico/genéticos)
y el juego libre (constructivismo), y dado que no existe masculinidad
ni feminidad sino bajo presión, la identidad de género
conservará una ambivalencia fundamental. El género
masculino no es sólo construido, sino también
performativo (Judith Butler):
"el género no es sustantivo, pero tampoco es un
conjunto de atributos que flotan libremente, porque hemos visto
que el efecto sustantivo del género es producido performativamente
y compelido por la práctica reguladora de la coherencia
de género
en este sentido, el género es
siempre un constructo, aunque no por un sujeto que pueda decirse
que preexiste al hecho [
] No hay identidad de género
tras las expresiones de género; La identidad es performativamente
constituida por las mismas "expresiones" que se dicen
sus resultados". "Masculino y femenino no son disposiciones,
sino culminaciones" (Butler: 1995).
CONSTRUCTIVISMO Y COMPLICIDAD
Prefiero
visiones no esencialistas, como la de Parveen Adams, que defiende
la "fundamental inestabilidad de las posiciones identificatorias"
(Adams: 1988). O, en un registro bien distinto, la de Monique
Wittig, para quien los procesos de construcción del género
son aquellos que pretenden naturalizar categorías artificiales,
educando nuestro inconsciente para que los pensemos como autoevidentes
e indiscutibles:
"Es fácil imponer los símbolos, desde la
teorización y la terapia, hasta el inconsciente individual
y colectivo. Se nos enseña que el inconsciente, con un
exquisito buen gusto, se estructura a sí mismo mediante
metáforas, por ejemplo, el-nombre-del-Padre, el complejo
de Edipo, la castración, el asesinato-del-padre, el intercambio
de mujeres, etc
Si el inconsciente, sin embargo, es fácil
de controlar, no lo puede puede hacer cualquiera". (Wittig:
1989. p. 52)
Y llega más lejos al despegarse radicalmente de los contenidos
genéricos, declarándose ajena a la categoría
de mujer:
"¿Qué es la mujer? Pánico, alarma
general para una defensa activa. Francamente, es un problema
que las lesbianas no tenemos por un cambio de perspectiva, y
sería incorrecto decir que las lesbianas se asocian,
hacen el amor, viven con mujeres, pues "mujer" sólo
tiene significado en sistemas heterosexuales de pensamiento
y en sistemas económicos heterosexuales. Las lesbianas
no somos mujeres [
] Ni ninguna mujer que no esté
en una relación de dependencia personal respecto a un
hombre". (Wittig: 1989. p. 57)
En este mismo sentido, esa impertenencia no sería exclusiva
de los y las homosexuales, y yo podría abjurar de mi
condición masculina. En efecto, yo no soy un hombre;
O como lo diría el poeta Maiakosfky: "Yo no soy
un hombre, soy una nube en pantalones". O, como lo expresarían
Donna Haraway (Cyborgs), a finales del siglo XX, nuestra época,
"todos somos quimeras, híbridos teorizados y fabricados
de maquinaria y organismos, en una palabra, somos cyborgs"
En efecto, Sadie Plant advierte que la identidad disociativa,
las personalidades múltiples, son síndromes propios
de nuestra época, una época de mutantes polimorfos:
"los televidentes son en realidad susceptibles a la sugestión;
Los trastornos disociativos, como la brujería y la histeria
antes que ellos, son literalmente infecciosos. El síndrome
es múltiple, contagioso y cada vez más extendido,
dado, entre otras muchas cosas, el grado en que los espacios
virtuales de la Red facilitan e incluso exigen este tipo de
multiplicidad" (Plant: 1998. p. 134).
Me
parece innegable que en muchos hombres existe la actitud y el
esfuerzo para aprender del feminismo, intentar ser, en la medida
de lo posible, feminista; no ser, en todo caso, anti-feminista.
Pero es comprensible la existencia de sospechas justificadas
respecto a la posibilidad de que ciertos hombres utilicen el
feminismo contra el feminismo; que su feminismo sea un simulacro
imperfecto. Tras el ensayo pionero de Carla Lonzi (La Presenza
dell´oumo nel feminismo), asumiendo una "lógica
de lo peor", para Cary Nelson, la relación de los
hombres con el feminismo es "superflua"; para Elizabeth
Weed, "un asunto aburrido"; para Meaghan Morris, "es
a priori una idea ridícula"; o "Nunca estaré
en el lugar de un hombre, un hombre nunca estará en el
mío. Cuales sean las posibles identificaciones, uno nunca
ocupará exactamente el lugar del otro -son irreductibles
el uno al otro" (Irigaray: 1984).
Lo que podría
decirse también en la imposibilidad de ser otra persona,
sea mujer, hombre o cualquier cosa. En esta tesitura, Stephen
Heath, al pensar un eventual "Feminismo masculino"
se pregunta "si no hay en el feminismo masculino, en la
relación de los hombres con el feminismo, siempre, potencialmente,
un efecto pornográfico. ¿Escribo desde el temor-deseo,
para decir, en última instancia, `ámame? [
]
"La relación de los hombres con el feminismo es
imposible [
] No importa lo `sincero´, ´empático´
o lo que sea, siempre estamos en la posición masculina
que nos retrotrae todas las implicaciones de dominación
y apropiación [
] No quiero implicar que su relación
con el feminismo sea meramente reductible a una estrategia socio-sexual,
un ´interés` de este tipo, pero podríamos
admitir también que en las circunstancias dadas, la relación
no puede estar libre por arte de magia de los términos
dados por el posicionamiento hombre/mujer, de las relaciones
generales de los hombres con las mujeres" (Heath: 1987.
p. 118).
Y Elizabeth Weed, responde advirtiendo que "la relación
de los hombres con el feminismo es imposible, tal y como, de
modos distintos, lo es la relación de las mujeres con
el feminismo" (Weed: 1987). Pero esa "imposibilidad"
no es una trinchera reaccionaria que afirme que, como es imposible,
nada puede hacerse. Imposible quiere decir, explícitamente,
que ciertas contradicciones quedarán, a pesar de todo,
irresolubles
Quiere decir que, dada la heterogeneidad
de las posiciones sociales que ocupamos, no hay garantías
de que nadie pueda ser un agente no-contradictorio. E imposible
quiere decir, también, real, esto es, la relación
entre los hombre si el feminismo no es (no es sólo) imaginaria
o simbólica, sino que existe una relación inevitable,
no posible sino factual. Dada esta evidencia, a los hombres
ya a las mujeres nos compete precisar, realizar esa relación
imposible.
De ahí que esta "imposibilidad" sea diferente
de la "impertinencia" a la que se refiere Rosi Braidotti,
cuando vislumbra una sombra falocéntrica incluso en los
ensayos sobre feminismo realizados por hombres, refiriéndose
a un "pheminismo": "Los hombres no están
no deben estar en el feminismo [
] ellos son esos intelectuales
blancos de clase media; ´ellos´ son una generación
especial, post-beat, pre-yuppie, entre 28 y 45 años que
han atravesado las sublevaciones de los 60s y han heredado los
valores y las neurosis de ese periodo" (Braidotti: 1987).
Alice Jardine advierte que existen hombres que han aprendido
la lección retórica: un nuevo lenguaje políticamente
correcto (sobre el feminismo), sin asumir cambios profundos
en sus estructuras categoriales, experienciales, conductuales.
Para Alice Jardine, existen tres tipos de relación entre
los hombres y el feminismo:
1. La mayoría silenciosa. Los que nunca tienen en cuenta
el enorme cuerpo de trabajo producido por las intelectuales
feministas. Algunos de estos son muy eminentes y supuestamente
radicales.
2. Los que están cercanos al feminismo por razones expúreas
(circunstanciales, laborales, afectivas), sin asumir ningún
cambio en sus itinerarios ni agendas teóricas o prácticas.
3. Los que están intentando realmente introducir transformaciones
substanciales en su producción, su experiencia y su conciencia.
(Jardine: 1987)
Hablar
de "La mujer" ha sido una técnica ancestral
de categorización esencialista -desde el "eterno
femenino" a la "femme fatale", desde Aristófanes
hasta Lacan
ese artículo, ese "genérico"
ha propiciado una renuncia a la particularidad y a la diversidad
de cada mujer particular. Ese "genérico" desvela
un instrumento propiamente estatal desde el que el género
tanto como lo genérico han sido instrumentos de dominación.
En el mismo sentido, el genérico "hombre" ha
sido una técnica esencialista ancestral, negadora de
la diversidad y la particularidad de cada hombre en particular,
un instrumento de dominación que ha confinado a los hombres
dentro de identidades genéricas convenientes sólo
al propio sistema. Según Helene Cixous, "los hombres
tienen aún que decirlo todo sobre su sexualidad".
La corporalidad del hombre, lo que, según Luce Irigaray,
"la metafísica jamás ha tocado", sería
el "verdadero ´continente oculto` de esta sociedad"
(Rosalind Coward). Paradójicamente, la identidad masculina
se ha instituido mediante imágenes de mujer, y la centralidad
del falo, ligada a una centralidad de lo visual, se ha instituido
de acuerdo a esta "tiranía de la invisibilidad"
(Nead: 1992)). Por ello a menudo es más sencillo hablar
sobre las mujeres que hablar como un hombre codificado corporalmente
-imaginar un hombre nuevo-, aunque en cualquier caso, deconstruir
la sexualidad y el genérico masculino no implica reproducir
la imaginería fálica.
Rosa Braidotti se preguntaba por qué un hombre va a
querer "meterse" en el feminismo, si el feminismo
proviene de la opresión y del dolor: "¿Qué
quieren, sentir dolor?"... La respuesta, aún compleja,
tendría que empezar anotando que:
a.
El dolor y la opresión no han sido un monopolio de las
mujeres. Y no sólo por las opresiones sociales, de clase,
etc. La construcción cultural de la masculinidad ha exigido
(y exige) en la mayoría de las culturas, un extenso nivel
de opresión y represión que han producido en los
varones amplias dosis de ansiedad, dolor e incertidumbre. "Hacerse
hombre" ha sido extremadamente doloroso, y ha comportado
todo tipo de sacrificios cruentos que en muchas ocasiones conducen
a la disputa extrema y a la muerte. Los valores del honor, el
valor, los cojones, etc... han sido instrumentos categoriales
marcados mediante procedimientos violentos para esa institución
de género. Pensar que los hombres se adaptan de forma
"natural" a ese tipo de patrón, es reenunciar
una mirada esencialista y naturalista (convirtiendo el efecto
en causa).
b. Como muestran los análisis clínicos y los estudios
psicosociológicos, los procesos de identificación
están abiertos a diversas posibilidades independientes
de las categorías sociales de género y sexo. Así,
Laura Mulvey advirtió que la contemplación de
relatos cinematográficos permitía identificaciones
entremezcladas: un hombre no necesariamente se identifica con
el héroe masculino (tradicionalmente activo, inteligente
y dominador), sino que puede, y de hecho lo hace a menudo, identificarse
con la dama (tradicionalmente pasiva, torpe y dominada), que
aparecían como clichés en las pantallas. Los mitos
narrados en cualquier medio (relatos, películas, novelas,
comics, TV) actúan como una especie de demostración
de cómo se supone que funciona la masculinidad. Pero
existe un cierto tipo de disyunción entre la representación
y las posiciones del sujeto (Smith: 1988).
c. La cultura popular actual, a través de la imagen publicitaria,
cinematográfica o literaria, ha generado progresivamente
una iconografía, perfectamente legitimada en un discurso
victimario, que, invirtiendo los papeles, reproduce los mismos
patrones dualistas que el feminismo inteligente ha pretendido
deconstruir y abolir. Así, podremos advertir en los personajes
masculinos no figuras activas, competentes y dominadoras, sino
clichés de hombres incompetentes, atontados, libidinosos,
brutos. Estas imágenes compensatorias responden, indudablemente
a una restitución frente a la injusticia cultural que
la imaginería ha operado contra las mujeres, pero lo
realiza mediante una reproducción de la misma violencia
discriminatoria. Ello no significa negar la real y masiva discriminación
hacia las mujeres en formas e intensidades distintas, sino emergencia
de técnica de reactivación de la lucha de sexos
mediante estrategias y argumentos aparentemente legítimos.
El tardocapitalismo ha advertido la rentabilidad política
de este tipo de discurso sexista, perfectamente legitimado,
políticamente correcto, y sólo en apariencia feminista.
El juego de identificaciones posibles e imposibles intensifica
las diferencias y luchas de género -contribuyendo a reenunciar
los tópicos esencialistas sobre "hombre" y
"mujer", y provoca un malestar que, a falta de otros
cauces, se resuelve de forma violenta en absurdos intentos de
identificación masculina con fantasmas de virilidad trasnochados.
Esta imposibilidad de identificación apunta, en efecto,
a un dolor que escapa a la representación.
Desde una perspectiva diferente, Alice Jardine se dirige a
los hombres interesados:
"No queremos que nos imitéis, ni que lleguéis
a ser lo mismo que nosotras; no queremos vuestro sufrimiento,
ni vuestra culpa; ni siquiera queremos vuestra admiración
(incluso aunque sea agradable tenerla de vez en cuando). Lo
que queremos, podría decir incluso que lo que necesitamos,
es vuestro trabajo" (Jardine: 1987). Y despliega una lista
de consejos:
1. Puedes dejar de ser "sofisticado en la teoría"
e "ingenuo en la práctica política".
2. Puedes leer y analizar obras de mujeres, escribir, enseñar
y hablar de ellos.
3. Puedes promocionar estudios de mujeres.
4.Puedes reconocer tus deudas con el feminismo en tu obra.
5. Al hacerlo, no seas reductivo, y sobre todo, no hagas del
feminismo una mitología.
6. Puedes criticar a tus colegas masculinos sobre su forma de
tratar el asunto del feminismo, aunque eso te haga poco popular.
7. Y lo más importante, tú mismo puedes dejar
de ser reactivo al feminismo, y comenzar a ser feminista activo;
tu posición cultural como hombre te lo permite.
8. En el reino de la teoría, la lista no tiene fin. Tienes
que tomarte en serio al menos 20 años de teoría
feminista. Por ejemplo, al nivel más general, puedes
tratar -como hombre desde lo femenino-, algunos de los campos
simbólicos más recurrentes del feminismo: por
ejemplo, la teoría cinematográfica, la hegemonía
simbólica de la visión en la metáfora que
organiza la historia patriarcal; o las relaciones entre los
hombres y la tecnología, las armas o la guerra; o los
deportes. En los terrenos de cuestionamiento psicoanalitico,
tendrías que comenzar a reescribir tu relación
con tus padres; tu relación con la muerte, la escopofilia,
el fetichismo, con el pene y las pelotas, la erección,
la eyaculación, (por no mencionar el falo), la locura,
la paranoia, la homosexualidad, la sangre, el placer táctil,
el placer en general, el deseo, el voyeurismo, etc
No
hablar de tu cuerpo, sino dejar a tu cuerpo hablar, sin que
eso signifique exhibicionismo, o simple expresionismo
Si el cuerpo (y sus pulsiones) de hombres y mujeres es diferente,
el discurso no puede ser el mismo, o por decirlo más
exactamente: tanto los discursos como la relación entre
discurso y género, serán incomparables, inconmensurables.
De modo que no se trataría de generar el mismo discurso,
ni discursos similares, como tampoco de incentivar una discursividad
diferencial, sino de generar contextos de negociación
y diálogo. La dialógica no implica una similaridad
discursiva, sino: (a) una disposición para la relación,
y (b) una compatibilidad de códigos.
Asumiendo ese programa profeminista, el ensayo
VAS, De Paul Smith (1988) pretendía evitar referirse
a la masculinidad y a la sexualidad masculina de un modo lineal,
unilateral (edipo, castración, falo, etc.), advirtiendo
que el feminismo ha ofrecido modos de comprensión de
la sexualidad que aún no han sido aplicados con éxito
a la sexualidad masculina, para favorecer posibilidades de colaboración
y de alianza: "La articulación del cuerpo masculino
y del imaginario masculino en la construcción de un registro
pre-edípico para la masculinidad".
Para Smith, Vas, palabra latina que significa tanto vaso o vasija
como aparejo, utensilio, no figura ni sugiere un órgano
específico, sino que se propone heurísticamente,
para describir un nexo de efectos imaginarios. El ensayo de
Smith sugiere que lo quizás el psicoanálisis de
Freud viene a reprimir sea la masculinidad, o más bien
una particular experiencia de la masculinidad que está
incómodamente cerca de la histeria (desde la identificación
reprimida del propio Freud con respecto a la feminidad). Y frente
a esa represión, Smith intuye que "también
el imaginario masculino debe contener algún material
no-reprimido, material que podría por definición
ser insimbolizable". En este sentido, la palabra latina
Vas, le sirve como gesto heurístico, para proponer una
figura no-edípica de masculinidad. Vas alude al mismo
tiempo al significado de aparato y de apariencia, de herramienta
y de contenedor, y por esos va más allá, o más
acá, de la actividad o pasividad, de la concavidad y
convexidad edípicas. Si la función del falo y
la castración, en el psicoanálisis, es testificar
sobre todo la naturaleza problemática e imposible de
la inserción del sujeto en su identidad sexual, "el
rasgo característico de lo preedípico en el imaginario
masculino puede entonces de su va(s)cilación. Vas: lo
que los hombres acarrean en lo real y lo que al mismo tiempo
contiene lo no-simbolizable; representa aquello en que consistimos
y aquello que no simbolizamos; tanto lo que llevamos como lo
que perdemos; o para usar un vocabulario antiguo,quello que
acumulamos y aquello que gastamos" (Smith: 1988).
*
Gracias
en buena medida al feminismo, (y a otros movimientos de emancipación
social, política, racial, etc.), la cultura contemporánea
se enfrenta a situaciones de negociación impensables
hasta hace bien poco tiempo. Y en virtud de esas situaciones,
existen temas que incumben mutuamente a hombres y mujeres. Si
las mujeres son seres evolucionados, sofisticados, tras cien
años de trabajo y discusión sobre su identidad
mientras los hombres se embrutecen, se atrincheran en roles
desgastados y deslegitimados de masculinidad, el resultado será
-como está siendo en muchas ocasiones- una descompensación
que genera conductas y actitudes maniqueas y violentas. La desorientación
de los hombres, su falta de introspección y de reflexión
de identidad, la ausencia de modelos culturales distintos a
la virilidad caricaturesca e impresentable, unido a la diversidad
de modelos disponibles para la mujer, y a la vitalidad de las
actitudes y conductas femeninas
está generando
reacciones absurdas de violencia anti-feminista, recuperaciones
imposibles de clichés viriles anacrónicos, etc
(Desde ese aforismo que comenzó a utilizar a comienzos
de los 80s. la publicidad del perfume "Otelo" -"Vuelve
el hombre", hasta la moda de la violencia doméstica
o la quema de esposas ampliamente promocionada por los medios
de comunicación
). De ahí que más
que pensar en las definiciones de identidad, habrá que
trabajar en el campo de la vinculación, de la interentidad.
Están aquí abiertas líneas de trabajo que
serán fundamentales en un futuro próximo para
atender y entender las circunstancias sociales de este milenio.
No es que la presencia de hombres dentro del feminismo proporcione
un material de diferencia sexual capaz de conservar la teoría
feminista radical y subversiva, como habrá llegado a
afirmar Paul Smith, sino que, dado que las relaciones sociales
son interactivas, son las interacciones más que las identidades
las que determinará formas de convivencia más
o menos gozosas para todos.
Determinados culturalmente por un paisaje omnipresentemente
mediático y teledirigido, vivimos envueltos en una virtualidad
de propaganda, publicidad, cine, TV
en imágenes
que exploran y explotan la economía libidinal del deseo,
instaurando las diferencias y las identidades en función
de intereses inaccesibles que nos convierten en su objeto, en
su instrumento. Podría pensarse que el erotismo ubicuo
se dirige especialmente hacia un público masculino -mostrando
una vez más el patronazgo patriarcal-. Pero también
cabría considerar que la propaganda está diseñada
para doblegar voluntades (¿Qué es lo que paga
el anunciante por el precio de un "espacio", sino
el espacio de la mirada, la mirada misma, vendida fuera del
control del sujeto?); es, finalmente, una estrategia estética
de gobierno que escenifica y refuerza una economía diversa:
La debilidad corresponde a quien más desea, pues su voluntad
está doblegada al objeto -y un objeto que sólo
por transferencia transicional coincide con aquél que
se publicita, que se compra y se vende. Así, el erotismo
debilita al sujeto de la mirada. Si el erotismo está
dirigido especialmente al hombre, debilita especialmente al
hombre, que queda confinado así en una circularidad que
lo convierte en obediente, sumiso. Este debilitamiento gubernamental
se une a otros procedimientos, como la promoción de los
deportes.
Como personas que participan en este inicio del siglo XXI, los
hombres evidentemente necesitarán los distintos feminismos
para:
a. Desarrollar nuestra propia deconstrucción genérico-masculina
b. Propiciar y contribuir a relaciones igualitarias, mediadas,
negociadas y diferenciales -interdiferenciales.
c. Descentralizar las identificaciones de género.
Es desde esta necesidad, desde la que pensar las relaciones
del feminismo con los hombres, y de los hombres con el feminismo:
una relación inevitable e imposible, es decir, real.
(Comunicación
presentada en el ámbito de las sesiones sobre artistas
y feminismo convocadas con ocasión de la exposición
de Martha Rossler en el MACBA de Barcelona. 1999.) ^
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