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(...)
Ahora bien, no cabe duda de que la presencia del feminismo
en el arte contemporáneo, es una cuestión fundamental
en las discusiones culturales e ideológicas de finales
del siglo XX y comienzos del XXI y, con ello, se han introducido
nuevas dimensiones en la concepción esencialista de los
géneros. Si la hegemonía del discurso masculino
ha existido y, en alguna medida, sigue existiendo, también
es cierto que en el mundo artístico se rechaza paralelamente
la creencia de lo femenino como algo propio de la mujer y se
denuncian las etiquetas atemporales y ahistóricas que
estructuran una concepción esencialista de los géneros.
La feminidad y la masculinidad ya no son planteadas como categorías
monolíticas o inmutables, sino como construcciones sociales.
(...)
Imágenes fotográficas: Representación
y autorrepresentación
Este
proceso de puesta en cuestión de una identidad esencialista,
de la multiplicidad de identidades que tanto hombres como mujeres
detentan; este proceso de cuestionamiento de la identidad de
los géneros es un discurso asumido por la fotografía
desde los albores del siglo XX, cuando ésta alcanza su
madurez.
Uno, si no el primeros de los ejemplos en la historia de la
fotografía y casi diría del arte, que asume la
tarea del cuestionamiento de la identidad, de la introducción
del discurso de la dualidad en la percepción/representación
de los géneros es el de la artista Claude Cahun.
Y no deja de ser curioso que sea precisamente una mujer que,
para empezar utiliza un seudónimo que puede designar
indistintamente a un hombre o a una mujer, ahondando así
en la ambigüedad sexual, que se mueve en el ámbito
del Surrealismo caracterizado por una visión más
bien mitificada de la mujer y en alguna medida petrificada en
sus roles (musa, madre, amante
.) quién se adelanta
en casi un siglo a los discursos más actuales que concentran
buena parte de las experiencias artísticas de la década
de los 90 del siglo XX.
Me interesa especialmente este personaje no sólo porque
se adelanta a su tiempo, sino igualmente por la influencia que
ha ejercido, o la continuidad de sus planteamientos, en muchas
de las artistas contemporáneas como Cindy Sherman o Sarah
Lucas.
Es
preciso señalar que la utilización de la fotografía
por parte de los artistas está contribuyendo sobremanera
a enriquecer los discursos y a plantear de forma evidente la
superación de la fotografía documental (aludiendo
en sus discursos a la no veracidad de la fotografía documental,
a su capacidad de mentir y desarrollando aspectos como realidad
y ficción, verdad y mentira, etc...).
Enterrada en el olvido después de la II GM, hasta el
punto de que Rosalind Krauss, Jane Livinstong y Dawn Ades la
dan por muerta en un campo de concentración, dificulta
su conocimiento el hecho de que muchas de sus fotografías
desaparecieran al ser detenida por la Gestapo y enviada a un
campo de concentración en 1944-45, así como su
desinterés por mostrar sus obras fotográficas.
No obstante, es en la década de los ochenta y sobre
todo en 1992 con la publicación de su biografía,
escrita por François Leperlier: Claude Cahun: l'écart
et la métamorphose, cuando los contornos de este
personaje singular, que hizo de su vida y de su arte una continua
indagación, comienzan a dibujarse y se empiezan a ver
sus fotografías en exposiciones individuales.
Claude Cahun, pseudónimo de Lucette -Lucy- Schwob, (Nantes,
Francia, 1894- Isla de Jersey, G.B, 1954) nace en el seno de
una familia de la alta burguesía intelectual, realiza
estudios en un colegio de Oxford y más tarde, Filosofía
y Letras en la Sorbonne, París.
En 1909 tiene lugar el "encuentro fulminante" y el
comienzo de una "pasión celosa, exclusiva"
con Suzanne Malherbe, cuya madre se casa con el padre de Claude,
convirtiéndose en hermanas y amantes. Viven en París
de 1920 a 1937, año en que se instalan en la Isla de
Jersey. Practicó la escritura (poemas, crítica
literaria, ensayo, relato), el teatro, la traducción
y la fotografía. En el campo de la fotografía
desarrolló una obra singular e innovadora, especialmente
a través de los autorretratos y experimenta con todas
las posibilidades del medio: fotomontajes, trabajos sobre la
asimetría, juegos de espejos, sobreimpresiones, iluminaciones,
collages.
Muy pronto, hacia 1917, coincidiendo con el periodo de carácter
mecánico que desarrollan en el ámbito pictórico
Marcel Duchamp y Francis Picabía, en el que se comienza
a perfilar la pérdida de identidad del hombre moderno,
confundido con la máquina, Claude Cahun emprende con
sus autorretratos una investigación sobre la identidad
que no abandona hasta casi el final de su vida. El carácter
innovador de su trabajo radica precisamente en la investigación
que lleva a cabo sobre su propia identidad, en tomarse a sí
misma como modelo tanto de la pérdida de identidad como,
en consecuencia, de la constatación de la multiplicidad,
de la diversidad de identidades que experimenta el hombre moderno,
dando así al traste con el modelo de identidad fija,
sustantiva, heredado de Descartes.
Pero,
también porque, en la medida en que insiste en travestirse
de hombre, exacerbando el parecido con su padre, haciendo de
la androginia y de la ambigüedad sexual el centro de su
trabajo, se anticipa a los movimientos más actuales,
resaltando la complejidad de los géneros, la no división
entre lo masculino y lo femenino.
(...)Claude Cahun plantea toda la complejidad no dudando en
travestirse, en metamorfosearse, en introducirse en la piel
de diferentes personajes, anticipando la obra de artistas como
Cindy Sherman en el sentido en que utilizan su propio cuerpo
como soporte de una representación, como investigación
sobre el problema de la imagen a través de la identidad
del artista.
Jugando con la vestimenta, con el maquillaje, con las máscaras,
cortándose el pelo al cero (...), pintándoselo
de rosa o de oro metálico, Claude Cahun se convierte
en diablo, en Angel, en Barba Azul, en una ciega guiada por
un gato y a menudo adopta la figura del hombre, rompiendo la
frontera entre los géneros y asumiendo su condición
de homosexual.
Claude Cahun no parece cansarse nunca de estudiar sus contornos,
de escrutar su rostro. Tomado a menudo de perfil, resalta su
nariz encorvada y prominente, que revela un gran parecido con
su padre. El espejo junto con la máscara, otro de sus
leit motive, remite a la imagen del doble y se convierte en
metáfora de las diversas realidades que en él
se reflejan. Con ayuda del fotomontaje multiplica su imagen
por doquier. (...)
La multiplicidad de figuras de Cahun es mucho más inquietante,
como señala Elisabeth Levovici: la adopción de
esas vestimentas, de esos sistemas de reflejos o de poses, esos
maquillajes y máscaras que se acumulan, sin llegar a
la verdad última, es decir, esencial, niegan la idea
de una "identidad verdadera" y, por lo mismo, de una
falsa. Se trata de negar a todas las formas de sexualidad el
privilegio de "anormalizar" a las otras, en una cultura
en la que el "deseo lesbiano sigue siendo siempre y solamente
una máscara, siempre falsa. Imitando todos los códigos
de representación social (o una gran variedad de ellos),
sin escoger nunca uno, Cahun adopta la teatralización
en la imagen. (..)
En
la hipérbole, ninguna referencia fija entre una verdad
"interior" considerada como una disposición
física (soy un hombre pero soy en realidad una mujer)
y una verdad "exterior" de apariencia o representación
(soy una mujer pero de hecho soy un hombre). En sus autorretratos,
ninguna figura es más natural, más verdadera que
la otra porque, como señala Judith Butler, "no hay
original".
La gran actualidad de Claude Cahun es haber impuesto el género
masculino/femenino como una imitación. Más aún,
arrancando la noción de género al mimetismo para
inscribirlo en el registro del lenguaje: como una citación.
Su osadía reside en reivindicarse a sí misma
como ser distinto, independiente, rebelde, múltiple,
que cuestiona el papel de la mujer en un tiempo y dentro de
un grupo, el Surrealista, cuyos miembros a medida tendían
a relegarla al rol de musa y, por tanto, supeditada al hombre.
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